Dolorosas y cirineos en el Este del Congo
(JCR)
Me encontré con Alphonsine en el centro Boscolac, a las afueras de Goma (República Democrática del Congo), a mediados de noviembre del año pasado. Había venido para participar en un taller que organizamos para un grupo de mujeres sobre
cómo acabar con las violencias sexuales. Ella, como era el caso con otras participantes, conocía esta lacra de primera mano al haber sido ella misma violada por hombres armados pocos meses atrás. Pero en su caso confluían otras circunstancias que la convertían en un caso especialmente vulnerable: discapacitada desde niña por una polio, viuda, desplazada interna y sin recursos al no tener ni una parcela de tierra ni un trabajo que le permitiera ganarse la vida.
Por si todo esto no fuera suficiente, Alphonsine tenía un bebé con una hidrocefalia considerable, como se puede apreciar en la foto. Es una de esas enfermedades de síntomas chocantes que a menudo se encuentra uno en los lugares más deprimidos del continente africano y cuya contemplación deja a uno sin respiración. La mujer no tenía dinero para pagar a su hijo un tratamiento largo y costoso y se limitaba a amamantarle con una silenciosa mirada de resignación que parecía decir que no podía hacer otra cosa sino esperar el día de su muerte.
Cuando llegó el primer descanso del taller llamé a Esperance, la psicóloga que lo dirigía, y le pregunté si podía informarse en el hospital “Heal África”, una institución dirigida por una conocida ONG norteamericana que desde hace más de una década se ocupa de las mujeres que han sufrido violencias sexuales. Tras preguntar a Alphonsine sobre dónde vivía y concluir el taller, regresamos a Goma y esa misma noche Esperance me llamó para darme una buena noticia: había ido a “Heal Africa” y allí le habían informado que podían operar al bebé de forma totalmente gratuita y darle el tratamiento adecuado durante varios meses. Nosotros sólo teníamos que ocuparnos que durante ese tiempo Alphonsine tuviera recursos suficientes para poder alimentarse durante su estancia en el hospital, además de asegurarnos de que sus hijos en casa no quedaban sin alimentos.
Esperance la ha acompañado desde entonces al hospital y ha tenido con ella varias sesiones de terapia psicológica para que no se canse y abandone el tratamiento. Cuando me marché de Goma, a mediados de febrero, la cabeza del niño se había reducido a la mitad y el tratamiento seguía su curso a buen ritmo, con perspectivas de llegar a una situación de normalidad.
Leo ahora que la fundadora del hospital “Heal Africa”, una norteamericana llamada Lyn Lusi, acaba de morir a la edad de 62 años. Ella y su marido, ambos fervientes seguidores de la Iglesia Bautista, llegaron al Este del Congo durante los peores años de la guerra. En el año 2000 ambos abrieron el hospital “Heal Africa”. Aquel año él era el único cirujano ortopédico en una castigadísima zona de más de ocho millones de almas y solía repetir que lo que le daba fuerza para realizar su trabajo eran las palabras del profeta Isaías “el Señor me ha enviado para sanar los corazones afligidos”. Su idea original era poner en marcha un centro para formar a jóvenes médicos congoleños. En 2002 la erupción volcánica que destruyó la mayor parte de la ciudad de Goma arrasó su hospital, que volvieron a construir con un tesón admirable.
Lyn Lusi no era médico. Su única titulación era un diploma en administración y contabilidad y en “Heal África” ella se ocupaba de tareas de gestión y múltiples papeleos. Pero el horror que experimentó al encontrarse con mujeres víctimas de violencias sexuales le impulsó a poner en marcha una iniciativa para ocuparse de ellas. Lusi organizó un grupo de “mamás” que empezaron a acoger a mujeres violadas que a menudo llegaban al hospital con sus genitales muy dañados tras haber sido sometidas a las peores vejaciones que uno pueda imaginar. Desde entonces “Heal Africa” ha tratado a miles de estas mujeres de forma gratuita, gracias a fondos que la llegaron de todas partes (entre sus visitas se cuentan Hillary Clinton y George clooney), a pesar de que fue una mujer que apenas hizo nada por hacer publicidad de su proyecto. Leo en su obituario, publicado en “The Economist” que ella misma estuvo a punto de ser violada por hombres armados que pararon su coche en una ocasión en que viajaba de noche por carreteras peligrosas. En medio de tanto horror, la sostenía su fe en Dios y el convencimiento de que el mundo es un lugar maravilloso en el que vivir.
No pretendo extenderme en grandes consideraciones. En un día como hoy sólo quiero dejar constancia de que personas como Alphonsine y Lyn Lusi nos recuerdan que en África hay millones de mujeres que son madres dolorosas y hay también personas, africanas y de otros continentes, que dedican toda su vida a aliviar sus sufrimientos y devolverles la dignidad.
Me encontré con Alphonsine en el centro Boscolac, a las afueras de Goma (República Democrática del Congo), a mediados de noviembre del año pasado. Había venido para participar en un taller que organizamos para un grupo de mujeres sobre
Por si todo esto no fuera suficiente, Alphonsine tenía un bebé con una hidrocefalia considerable, como se puede apreciar en la foto. Es una de esas enfermedades de síntomas chocantes que a menudo se encuentra uno en los lugares más deprimidos del continente africano y cuya contemplación deja a uno sin respiración. La mujer no tenía dinero para pagar a su hijo un tratamiento largo y costoso y se limitaba a amamantarle con una silenciosa mirada de resignación que parecía decir que no podía hacer otra cosa sino esperar el día de su muerte.
Cuando llegó el primer descanso del taller llamé a Esperance, la psicóloga que lo dirigía, y le pregunté si podía informarse en el hospital “Heal África”, una institución dirigida por una conocida ONG norteamericana que desde hace más de una década se ocupa de las mujeres que han sufrido violencias sexuales. Tras preguntar a Alphonsine sobre dónde vivía y concluir el taller, regresamos a Goma y esa misma noche Esperance me llamó para darme una buena noticia: había ido a “Heal Africa” y allí le habían informado que podían operar al bebé de forma totalmente gratuita y darle el tratamiento adecuado durante varios meses. Nosotros sólo teníamos que ocuparnos que durante ese tiempo Alphonsine tuviera recursos suficientes para poder alimentarse durante su estancia en el hospital, además de asegurarnos de que sus hijos en casa no quedaban sin alimentos.
Esperance la ha acompañado desde entonces al hospital y ha tenido con ella varias sesiones de terapia psicológica para que no se canse y abandone el tratamiento. Cuando me marché de Goma, a mediados de febrero, la cabeza del niño se había reducido a la mitad y el tratamiento seguía su curso a buen ritmo, con perspectivas de llegar a una situación de normalidad.
Leo ahora que la fundadora del hospital “Heal Africa”, una norteamericana llamada Lyn Lusi, acaba de morir a la edad de 62 años. Ella y su marido, ambos fervientes seguidores de la Iglesia Bautista, llegaron al Este del Congo durante los peores años de la guerra. En el año 2000 ambos abrieron el hospital “Heal Africa”. Aquel año él era el único cirujano ortopédico en una castigadísima zona de más de ocho millones de almas y solía repetir que lo que le daba fuerza para realizar su trabajo eran las palabras del profeta Isaías “el Señor me ha enviado para sanar los corazones afligidos”. Su idea original era poner en marcha un centro para formar a jóvenes médicos congoleños. En 2002 la erupción volcánica que destruyó la mayor parte de la ciudad de Goma arrasó su hospital, que volvieron a construir con un tesón admirable.
Lyn Lusi no era médico. Su única titulación era un diploma en administración y contabilidad y en “Heal África” ella se ocupaba de tareas de gestión y múltiples papeleos. Pero el horror que experimentó al encontrarse con mujeres víctimas de violencias sexuales le impulsó a poner en marcha una iniciativa para ocuparse de ellas. Lusi organizó un grupo de “mamás” que empezaron a acoger a mujeres violadas que a menudo llegaban al hospital con sus genitales muy dañados tras haber sido sometidas a las peores vejaciones que uno pueda imaginar. Desde entonces “Heal Africa” ha tratado a miles de estas mujeres de forma gratuita, gracias a fondos que la llegaron de todas partes (entre sus visitas se cuentan Hillary Clinton y George clooney), a pesar de que fue una mujer que apenas hizo nada por hacer publicidad de su proyecto. Leo en su obituario, publicado en “The Economist” que ella misma estuvo a punto de ser violada por hombres armados que pararon su coche en una ocasión en que viajaba de noche por carreteras peligrosas. En medio de tanto horror, la sostenía su fe en Dios y el convencimiento de que el mundo es un lugar maravilloso en el que vivir.
No pretendo extenderme en grandes consideraciones. En un día como hoy sólo quiero dejar constancia de que personas como Alphonsine y Lyn Lusi nos recuerdan que en África hay millones de mujeres que son madres dolorosas y hay también personas, africanas y de otros continentes, que dedican toda su vida a aliviar sus sufrimientos y devolverles la dignidad.