Mi restaurante congoleño "de 5 estrellas Michelín"

(JCR)
Como Dios me otorgó el don de ser persona de buen saque y siempre me he contado entre aquellos a los que resulta más barato hacerles un traje que invitarles a cenar, confieso que para convencerme de algo nada mejor que hacerlo por vía gustativa. Así que si alguna vez

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vienen a la República Democrática del Congo y recalan en Goma les aconsejo encarecidamente que paren a comer en el restaurante « Sante dans la Marmite ». Nada mas entrar allí se encontraran con alguna sorpresa poco habitual que, a mi personalmente, me ha emocionado.

Situado en una calle secundaria en el centro de Goma donde abundan las ferreterías,el bistro tiene una entrada bastante discreta en un muro cuya pintura no oculta los desconchones y alguna que otra grieta. Dentro, uno se encuentra con un pequeño patio en cuyas « paillots » se sientan los clientes y por donde cruzan unas cuantas mujeres y algún que otro hombre apoyados en sus muletas. Entro en el restaurante, donde me ha invitado a comer Therese Mabulayi. Allí me espera, sonriente y acogedora en su silla de ruedas. Ella es la directora de ASAM, una ONG congoleña formada por personas discapacitadas que gestionan talleres de costura para hacer uniformes, equipos deportivos y el restaurante « Sante dans la marmite ».

Todo su personal esta formado por discapacitados : desde las cocineras hasta el camarero que atiende a los clientes o la contable. Yo le daría cinco estrellas Michelín, si pudiera. Con 40 años recién cumplidos, Therese es una de esas mujeres de las que uno adivina en seguida que nació para los negocios. En 2002 contrajo una misteriosa enfermedad que la dejo con las piernas paralizadas y, según explica, después de tres años de desesperación se convenció de que de nada valía quejarse : « Los discapacitados tenemos talento y tenemos que demostrarlo a una sociedad que no desprecia porque piensa que no podemos producir nada », explica convencida. Desde 2006 ella es el alma de ASAM, cuyas siglas en suajili significan « Levantate y anda ».

Los clientes, la mayoría hombres que interrumpen su jornada laboral para almorzar, se sirven un buffet compuesto por platos de la cocina típica congoleña. « En Goma hay buenos hoteles, pero todos ellos ofrecen menus europeos », dice Therese. « Cuando abrimos el restaurante pensamos en ofrecer algo distinto, que nos hiciera sentirnos orgullosos de nuestra cocina africana », explica mientras una muchacha va destapando las ollas alineadas sobre una amplia mesa : banana verde cocida con salsa, alubias negras, arroz blanco, carne en salsa, hojas de mandioca cocinadas con aceite de palma, pollo al pili-pili y cinco o seis especialidades más. Al lado de la mesa, los clientes se encuentran con una pizarra que anuncia el precio del almuerzo : el menú básico está formado por arroz, banana, alubias y verduras, y cuesta 2000 francos (unos dos dólares). Si uno añade carne en salsa o pescado del lago (bien en salsa o a la brasa), el precio sube a tres dolares. Las bebidas, aparte. A no ser que uno tenga que dar clases después de la comida o conducir por las caóticas calles de Goma, nada mejor que una cerveza Primus (congoleña) o Mutzig (ruandesa) bien fresca paras digerir este menú de rumbo que deja mas que satisfecho al mas exigente.

Al terminar de servirnos, pasamos por la barra del bar, donde una sonriente señora nos invita a elegir donde prefiramos sentarnos : en las paillots del patio o en una habitación que hay al lado. Al poco tiempo de sentarnos, un joven apoyado en una muleta nos trae en una bandeja las bebidas, que nos sirve ceremoniosamente. El ambiente que respira dentro es muy familiar y el hecho de que se coma como en casa explica que tengan una media de algo mas de 50 clientes al día, cifra que seria muy superior si no fuera porque cierran a las cinco. En « Sante dans la Marmite » no pueden permitirse el lujo de trabajar de noche –aquí a las seis de la tarde ya oscurece- porque los trabajadores, en sus muletas o sillas de ruedas, lo tendrían muy difícil para moverse por una ciudad donde por lo general no hay farolas, ni aceras; solo pistas de tierra con infinidad de pedruscos volcánicos o calzadas con el asfalto carcomido y baches enormes que durante la época de lluvia se convierten en barrizales encharcados que si ya resultan difíciles de sortear para una persona no minusválida, para un discapacitado se convierten en una autentica pesadilla.

Antes de salir quiero pagar pero Therese y los otros dos miembros de ASAM que nos acompañan me la han jugado. Han pagado ellos la factura y me dicen que cuando estoy en su país son ellos los que me invitan. Les prometo que volveré por el restaurante y he cumplido mi promesa. Ya tienen otro cliente fijo encantado de hacer honor a su menú elaborado con productos naturales del campo del Kivu Norte y también con un empuje por superar las adversidades que entra por los sentidos. Lástima que con este nuevo descubrimiento mi dieta se vaya al garete, pero en esta vida no se puede tener todo al mismo tiempo. Si hay que elegir, yo no lo dudo : « Sante dans la Marmite ».
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