Munilla? Rouco? Y qué hizo Tarancón?
Diréis que la noticia ha dado de sí lo que tenía que dar. Las protestas de los curas donostiarras se acallan. Usaré el verbo “sobreseer”, a semejanza de las diligencias judiciales incompletas o inconcretas. Ello, sólo hasta otra ocasión, o mientras no se le adjunten nuevos hechos o no se produzca la reincidencia. La publicidad busca otros asuntos y anécdotas más recientes. También, más interesantes y con un mayor tirón para los laicos-laicos, que son la inmensa mayoría.
Los “bien pensantes” estamos convencidos de que la designación de Munilla para Donostia tiene un trasfondo político. Sabemos, sin pruebas, cual es el color de ese fondo. Pecamos sospechando en la persona o personalidad que ha movido los hilos para que Munilla, bastón en mano, regresara a su tierra después de haberla abandonado de adolescente. Conocemos el matiz de la escuela y del ambiente de su formación, los centros en los que enseñó, los padrinos que lo auparon al episcopado, la diócesis en la que se estrenó. Hemos podido leer sus duras atrevidas declaraciones “pontificales” sobre temas delicados. Esas declaraciones fueron decisivas, pienso yo. Es el obispo ideal en los tiempos que corren.
Y, siendo así, me pregunto ¿qué culpa, qué responsabilidad ha tenido Munilla para ir a presidir un presbiterio que lo rechaza como presidente? Pero, el presidente ¿no ha de ser elegido por los presididos? Así suele ser en las sociedades humanas; pero, desde hace no demasiado tiempo, no es así en nuestra Iglesia. No, en absoluto, desde principio del siglo XX. Salvo en algunas diócesis de centro Europa donde los canónigos todavía designan al episcopable, es Roma, sin cortapisas, quien nombra al obispo para todas las sedes episcopales. Otro día dedicaré un post a explicitar cómo se llegó a este estado absurdo de imponer un presidente, a veces desconocido o extrajero, en contra de toda lógica, de una tradición milenaria y del proceder de todas los institutos religiosos y laicales existentes en la Iglesia.
Esto sentado, quiero incidir en la analogía de la actual designación de Munilla para Donostia con otros concretos nombramientos episcopales . Roma no puede abarcar todo el universo. Aún abarcándolo, es incapaz de apretar convenientemente. Se vale de uno o dos “validos” que “in situ” aportan datos y sugerencias. Los que hemos tenido responsabilidades nos hemos fiado de colaboradores, de amigos en casos similares. Cuando coinciden con nuestras convicciones y sentimientos, ya está. Para qué devanarse los sesos eligiendo. El caso es que desde hace más de un siglo, ese es el proceder. Que tengan una tendencia – conservadora o progresista- dependerá del “valido” de turno en cada país. Ese “valido”, a su vez, depende del papa de turno. Dictadura jerárquica.
Eran los años 70. Pablo VI en Roma, Tarancón en Madrid. Varias diócesis vacantes. El Concordato del 53 era claro. Franco seguía ejerciendo el derecho de presentación, pero sólo para obispos residenciales, no los auxiliares. Las relaciones diplomáticas España-Vaticano estaban al rojo vivo. Montini y Franco. Aceite y agua. El Caudillo rechazaba a episcopables sospechosos de democracia. Tarancón pretendía renovar la Conferencia Episcopal inyectando miembros montinianos. ¿Solución? Nombrar obispos auxiliares. Así fue como llegaron al episcopado varios animadores de juventudes católicas, tildados de pro-comunistas por el gobierno. Caso paradigmático el de José María Setien. Tarancón, de consuno con el Nuncio Dadaglio, lo había incluido en sucesivas listas para que Franco elaborase terna de candidatos a sedes residenciales. Y no prosperaba. Finalmente, apareció nombrado para San Sebastián como auxiliar de Jacinto Argaya. Setién era contrario al régimen de Franco, sintonizaba con las aspiraciones aberzales y tenía un talante reformista dentro de la Iglesia.
Mi pregunta. ¿Es que la designación de Setién para obispo ha sido más democrática que la de Munilla? Si ahora ha sido Rouco quien designó a Munilla y lo hizo sentar en la sede de Donostia, ¿no hizo lo propio Tarancón con Setién? Y con otros para otras sedes? Y también entonces, con claro trasfondo político. Tarancón, quien buscó la distancia calculada del régimen franquista agonizante, hizo la cama a Montini. Nada tiene de extraño que Rouco se la haga a Wojtyla y a Ratzinger. En ambos casos, y siempre, sin contar con el sufrido clero bajo y los pacientes fieles.
Los “bien pensantes” estamos convencidos de que la designación de Munilla para Donostia tiene un trasfondo político. Sabemos, sin pruebas, cual es el color de ese fondo. Pecamos sospechando en la persona o personalidad que ha movido los hilos para que Munilla, bastón en mano, regresara a su tierra después de haberla abandonado de adolescente. Conocemos el matiz de la escuela y del ambiente de su formación, los centros en los que enseñó, los padrinos que lo auparon al episcopado, la diócesis en la que se estrenó. Hemos podido leer sus duras atrevidas declaraciones “pontificales” sobre temas delicados. Esas declaraciones fueron decisivas, pienso yo. Es el obispo ideal en los tiempos que corren.
Y, siendo así, me pregunto ¿qué culpa, qué responsabilidad ha tenido Munilla para ir a presidir un presbiterio que lo rechaza como presidente? Pero, el presidente ¿no ha de ser elegido por los presididos? Así suele ser en las sociedades humanas; pero, desde hace no demasiado tiempo, no es así en nuestra Iglesia. No, en absoluto, desde principio del siglo XX. Salvo en algunas diócesis de centro Europa donde los canónigos todavía designan al episcopable, es Roma, sin cortapisas, quien nombra al obispo para todas las sedes episcopales. Otro día dedicaré un post a explicitar cómo se llegó a este estado absurdo de imponer un presidente, a veces desconocido o extrajero, en contra de toda lógica, de una tradición milenaria y del proceder de todas los institutos religiosos y laicales existentes en la Iglesia.
Esto sentado, quiero incidir en la analogía de la actual designación de Munilla para Donostia con otros concretos nombramientos episcopales . Roma no puede abarcar todo el universo. Aún abarcándolo, es incapaz de apretar convenientemente. Se vale de uno o dos “validos” que “in situ” aportan datos y sugerencias. Los que hemos tenido responsabilidades nos hemos fiado de colaboradores, de amigos en casos similares. Cuando coinciden con nuestras convicciones y sentimientos, ya está. Para qué devanarse los sesos eligiendo. El caso es que desde hace más de un siglo, ese es el proceder. Que tengan una tendencia – conservadora o progresista- dependerá del “valido” de turno en cada país. Ese “valido”, a su vez, depende del papa de turno. Dictadura jerárquica.
Eran los años 70. Pablo VI en Roma, Tarancón en Madrid. Varias diócesis vacantes. El Concordato del 53 era claro. Franco seguía ejerciendo el derecho de presentación, pero sólo para obispos residenciales, no los auxiliares. Las relaciones diplomáticas España-Vaticano estaban al rojo vivo. Montini y Franco. Aceite y agua. El Caudillo rechazaba a episcopables sospechosos de democracia. Tarancón pretendía renovar la Conferencia Episcopal inyectando miembros montinianos. ¿Solución? Nombrar obispos auxiliares. Así fue como llegaron al episcopado varios animadores de juventudes católicas, tildados de pro-comunistas por el gobierno. Caso paradigmático el de José María Setien. Tarancón, de consuno con el Nuncio Dadaglio, lo había incluido en sucesivas listas para que Franco elaborase terna de candidatos a sedes residenciales. Y no prosperaba. Finalmente, apareció nombrado para San Sebastián como auxiliar de Jacinto Argaya. Setién era contrario al régimen de Franco, sintonizaba con las aspiraciones aberzales y tenía un talante reformista dentro de la Iglesia.
Mi pregunta. ¿Es que la designación de Setién para obispo ha sido más democrática que la de Munilla? Si ahora ha sido Rouco quien designó a Munilla y lo hizo sentar en la sede de Donostia, ¿no hizo lo propio Tarancón con Setién? Y con otros para otras sedes? Y también entonces, con claro trasfondo político. Tarancón, quien buscó la distancia calculada del régimen franquista agonizante, hizo la cama a Montini. Nada tiene de extraño que Rouco se la haga a Wojtyla y a Ratzinger. En ambos casos, y siempre, sin contar con el sufrido clero bajo y los pacientes fieles.