Bandeja de flashes vivos - Notas de pensar y decir 13-XII-2018
Hoy como ayer –por la variedad y mixtura de los realces que apuran mis reflexiones del día- me tienta la pluralidad del picoteo sobre la fijación en un solo punto de pensar y decir. El método, al fin y al cabo, es camino y los caminos a veces condicionan la marcha. De una u otra forma, lo importante es pensar un poco cada día, siendo secundario que su objeto sea uno o plural.
a. Arma de doble filo
Aunque lo de anteayer -11 de diciembre- en Barcelona, el acoso y acto de “reventar” la presentación del libro que Pablo Iglesias acaba de publicar en conjunción con Enric Juliana, en Barcelona –el libro se titula Nudo España- por un pequeño grupo de exaltados, deba sin duda calificarse de impresentable, deplorable y reprobable para los buenos usos de la libertad en democracia (hay otros modos en democracia más apañados para mostrar oposición a algo), no deja de tener una cierta dosis de lógica.
Me explico. Quien ha participado en “escraches” a otros; por ejemplo, a Rosa Díaz, a Soraya Santamaría, al propio Felipe González –entre otros-; quien toma este método como parte sustancial de la lucha política; quien no duda, como acaba de hacer tras las elecciones andaluzas, en azuzar a la chusma cuando le va mal en unas elecciones plenamente democráticas, no tiene ni razones, ni derecho, ni por supuesto una pizca de lógica para quejarse o lamentarse cuando eso mismo se lo hacen a él. Es una regla primaria de justicia no querer para otros lo que para uno mismo se rechaza. A no ser que se trate de jugar a narcisista o a totalitario; a narcisista porque se vea en los demás simples objetos; a totalitario si, por vivir en el convencimiento de que la única razón es la suya, el asalto a los demás fuera un derecho inviolable de su persona.
Sin duda se ha de lamentar lo sucedido, que muestra el galopante deterioro de la convivencia, lo cual es un mal ciertamente grave para la sociedad y hasta para el normal desarrollo humano. Pero gustar en el propio cuerpo el mismo “jarabe democrático” que uno mismo ha recetado e incluso procurado a otros no deja de tener su pequeña gracia, y más si –al fondo- se percibe la doble vara de medir de bastantes “politiquillas” o “politiqueos” al uso de estos tiempos.
Lamento por ello el “escrache” al acto de presentación de un libro; como igualmente lamento los que han hecho o aconsejado quienes ayer se lamentaban. Porque no veo justo ni lo uno ni lo otro.
b. La verdad, camino de libertad
“Al que conoce la verdad, la verdad lo hace libre” (Evangelio de san Juan, 9, 32).
Acabo de asistir –radiofónicamente- a una “interviú” al presidente de Aragón, el socialista J. Lambán. Interesante ha sido porque interesante es, en esta encrucijada socio-política de España, asomarse al pensamiento de personas que, por su cargo u oficio, se han de presumir con ideas aprovechables para no perderse en medio de la confusión y, sobre todo, que puedan ayudar a tomar direcciones correctas hacia metas que, por su trascendencia, exigen fidelidad.
Se le pregunta y responde; habla de cosas de actualidad; enjuicia y valora actos y situaciones de la hora presente; y lo hace con serenidad y cierta prudencia lógica al referirse a las cosas de su partido, aunque sin morderse la lengua, como cuando –por ejemplo- a los que no se cansan de mentir diciendo “los españoles nos roban” les pasa por la cara el gran expolio de obras del arte aragonés –del monasterio de Xixena concretamente-, recobradas al fin algunas tras numantina resistencia catalana y otras aún retenidas contra toda justicia y razón; o como cuando se muestra rotundo a favor de que la democracia y el Estado democrático tienen el deber de ejercer su derecho a defenderse de las agresiones a la Constitución, a la legalidad vigente y a los valores de la unidad de España, de la libertad y de la igualdad de todos sin privilegios para nadie, sin concesiones galantes a nadie y con “todas las de la ley” como suele decirse, en la idea justa de que quien la hace debe pagarla.
En el conjunto anoto una idea del entrevistado que particularmente me mueve a realzarla y glosarla un tanto. Es la que indica que, al nacionalismo independentista, además de con la ley y la justicia, se le ha de combatir con la proclamación de la verdad: es decir, además de las armas del imperio de la ley y la vara de la justicia de los tribunales dando eficacia a las leyes con sus autos y sentencias, hay una tercera vía, más que útil, necesaria por su impecable limpieza racional: la de la proclama de la verdad; la de salir por los fueros de la verdad para contrarrestar las falsedades –de todas clases- de los nacionalismos, desde sus tergiversaciones de la historia hasta sus mentiras solemnes, como la de llamar “presos políticos” a quienes están en prisión, no por tener unas ideas que nadie persigue, sino por hechos –palabras y obras- dirigidos a llevarlas a efecto con atentado al ordenamiento jurídico; o los groseros insultos a los españoles y a todo lo que no sea separatista catalán; o las fantasías supremacistas-racistas sacadas de un pretendido derecho a ser más que los otros.
Y como, por imperativos netamente humanos, la búsqueda, proclamación y defensa de la verdad (en todos los espacios en que la verdad pueda verse tergiversada, soslayada, adulterada o simplemente comprometida) es deber de todos y es deber individual y social, de personas individuas y de ciudadanos, es elta mención del “arma de la verdad” como vía de lucha y defensa de los derechos de personas y colectividades, hace que la gran idea del presidente de Aragón me parezca un reto lanzado a todos, sin distinción, en esta hora confusa y delicada, con imperativo categórico de no inhibirse, de no encogerse de hombros o acogerse pasivamente a lo que otros hagan, de no limitarse a criticar tan sólo lo que esos otros hacen, no hacen o no hacen al gusto de cada uno.
El civismo –que es comportamiento de la persona que hace los debidos honores, de palabra y de obra, a sus deberes de ciudadano- es bastante más que patrioterismo de folklore o romanticismo barato. Es conciencia de ciudadano y obrar de ciudadanía. Es decir, actitud de servicio y apoyo a los valores cívicos, uno de los cuales está en la verdad de la historia y en la fidelidad que se debe a esa verdad.
Y no se trata de un culto a la verdad por la verdad. Perseguir la verdad es asumir a diario y a todas horas el deber de decirla y de ponerla en claro ante los demás.
Algunos piensan que la verdad tiene sus horas y que, para decir la verdad, hay que esperar el tiempo adecuado, de modo que, de no verse llegado ese tiempo, es preferible callarse; y hasta que no es oportuno decir la verdad cuando predominan los que prefieren las mentiras, las medias verdades o “su” verdad a “la” verdad (en remedo de la sobada letrilla del gran poeta don A. Machado).
Decir la verdad tiene riesgos; el del posible error ante todo, pero también ese otro de la duda sobre la posesión cierta de la verdad en todo o en parte. Pero estos riesgos de la verdad no eximen del deber de buscarla. Son riesgos que no deberían impedir ni el esfuerzo y lucha por la verdad ni los problemas que se pueden seguir, y con frecuencia se siguen, de la proclamación y defensa de la verdad (cfr. Harod Raley, La visión responsable, Espasa Calpe, Madrid, 1977, pp. 48 ss.).
Hace menos de un mes, en ese recuadro periodístico llamado Astrolabio, del director del diario ABC, Bieito Rubido (25-XI-2018) y titulado Valentía política, leía esta requisitoria: “La política española está falta de valientes. De líderes que se atrevan a decir la verdad y desafíen lo políticamente correcto, aún a costa de sufrir la vomitona de las redes y de los canales televisivos. No hay que tener miedo”. Para terminar con un rotundo y certero principios: “Sólo desde el coraje se construye el futuro”.
Y como “el coraje” es, en su mejor y más positivo sentido, “valor”, y el valor –también en una de sus mejores acepciones- es disponer de fortaleza moral para arrostrar peligros y dificultades, entereza y nobleza para acometer empresas de riesgo como puede ser la de salir –como estamos viendo- por los fueros de la verdad, el apunte aludido del Sr. Lambán me parece todo un programa de vida; siempre, pero especialmente en situaciones de encrucijada, en que la cuestión –como en el caso de la España de hoy ante los retos que se le hacen- no es de pasatiempo, sino posiblemente de supervivencia o casi.
Y, por si lo anterior fuera poco, queda en todo lo alto el mensaje de Jesús a favor de la verdad. Es clave –seguramente- la más definitoria del existir humano. Es clave de la libertad y de todo lo que a la libertad se anuda en el hombre: todo lo que es auténticamente humano.
La verdad hace gente libre. No es bueno, por tanto, es peligroso olvidarlo. Y menos ahora.
c. La culpa
Es de hoy mismo la queja de un oyente de la radio, que vuelve del revés la célebre frase de Winston Churchill, según la cual “Cada pueblo tiene los gobernantes que merece”. El lamento le salía del alma, se revolvía indignada –era una mujer- contra la mala política, los malos gobernantes, las increíbles componendas y trapicheos, etc. de la política española en los últimos tiempos y sobre todo en la actualidad; el deterioro impresionante de la vida parlamentaria; los insultos y los malos modos, la decepcionante mediocridad de casi todos, la lacra de las corrupciones de toda índole, material, intelectual, moral… El espectáculo abruma e indigna… Las grescas divierten a la vez que sorprenden… La poca talla se observa con sólo abrir los ojos… Lamento es –y no pequeño- el de la referida mujer.
Lo mostraba en estos términos: “No merecemos tener estos gobernantes” y su queja iba en la dirección de nuestros políticos y nuestros gobernantes actuales…
Respetando como respeto el lamento y la queja de la mujer en cuestión –presumo que la misma o parecida queja recorre la mente y el corazón de infinidad de españoles en este preciso momento, no puedo son embargo por menos de hacer en alta voz esta pregunta punzante. De verdad, ¿no merecemos tener estos gobernantes o tenemos más bien los gobernantes que nos merecemos, como –en vía de principio- muestra Churchill con su afamado dicho?
Y la pregunta puede completarse con esta otra. ¿De quién fue la culpa de que –en la Alemania de los años 30 del siglo pasado- Hitler asumiera el poder e iniciara una de las gobernanzas más despóticas, más negras y más degradantes de la Historia del ejercicio del poder en el mundo antiguo y moderno? ¿Fue de Hitler y de la camarilla que lo arropaba y lo jaleaba o fue del pueblo alemán que lo votó en unas elecciones formalmente democráticas?.
Bien comprendo que en estas charcas de lo humano –y de la política por tanto- dos y dos -a veces- no son cuatro. Que las tiranías y los despotismos, antes de unas elecciones, no se perciben fácilmente, por la elevadísima dosis de hipocresías, farsa, mentira, promesas hinchadas y vistosos reclamos llenos de colorido sin pizca o casi sin pizca de realismo y verdad, etc. que se vierten –de la mano de unos “medios” técnicamente preparados- para embobar. Es comprensible la queja de esta mujer y da mucha pena su lamento dolido de hoy. Pero en democracia es el pueblo quien responde o debiera responder. Lo que para es que la teoría y la práctica no siempre van de la mano y en democracia –por malaventura de la democrtacia- menos aún. Las cosas son como son…
Y, para cerrar, aunque me vuelva reiterativo por las veces que lo rememoro, ante estas quejas y lamentos no puedo por menos de poner de nuevo a nuestra consideración el gracioso episodio del Sultán de Estambul y la sintomática frase que hace de punto final al atisbo democrático que escenifica Quevedo en el cap. XXXV de La hora de todos y la fortuna con seso. “Yo elijo ser llamado bárbaro vencedor y renuncio a que me llamen docto vencido. Saber vencer ha de ser el saber nuestro. Que pueblo idiota es seguridad del tirano… Obedezcan mis órdenes las potencias como los sentidos, y acobardad con mi enojo vuestras memorias”. Es la enseña de todos los dictadores.
Y como no es cosa de ir más lejos apuntando culpables, cuando lo urgente ha de ser hallar soluciones; fiando más en democracia del pueblo y de su instinto de supervivencia que de los galanteos de los políticos, a la vez que a la mujer de la radio la comprendo, al pueblo –en esta hora crucial- me atrevo a repetirle otra vez la receta: espabila.
SANTIAGO PANIZO ORALLO
a. Arma de doble filo
Aunque lo de anteayer -11 de diciembre- en Barcelona, el acoso y acto de “reventar” la presentación del libro que Pablo Iglesias acaba de publicar en conjunción con Enric Juliana, en Barcelona –el libro se titula Nudo España- por un pequeño grupo de exaltados, deba sin duda calificarse de impresentable, deplorable y reprobable para los buenos usos de la libertad en democracia (hay otros modos en democracia más apañados para mostrar oposición a algo), no deja de tener una cierta dosis de lógica.
Me explico. Quien ha participado en “escraches” a otros; por ejemplo, a Rosa Díaz, a Soraya Santamaría, al propio Felipe González –entre otros-; quien toma este método como parte sustancial de la lucha política; quien no duda, como acaba de hacer tras las elecciones andaluzas, en azuzar a la chusma cuando le va mal en unas elecciones plenamente democráticas, no tiene ni razones, ni derecho, ni por supuesto una pizca de lógica para quejarse o lamentarse cuando eso mismo se lo hacen a él. Es una regla primaria de justicia no querer para otros lo que para uno mismo se rechaza. A no ser que se trate de jugar a narcisista o a totalitario; a narcisista porque se vea en los demás simples objetos; a totalitario si, por vivir en el convencimiento de que la única razón es la suya, el asalto a los demás fuera un derecho inviolable de su persona.
Sin duda se ha de lamentar lo sucedido, que muestra el galopante deterioro de la convivencia, lo cual es un mal ciertamente grave para la sociedad y hasta para el normal desarrollo humano. Pero gustar en el propio cuerpo el mismo “jarabe democrático” que uno mismo ha recetado e incluso procurado a otros no deja de tener su pequeña gracia, y más si –al fondo- se percibe la doble vara de medir de bastantes “politiquillas” o “politiqueos” al uso de estos tiempos.
Lamento por ello el “escrache” al acto de presentación de un libro; como igualmente lamento los que han hecho o aconsejado quienes ayer se lamentaban. Porque no veo justo ni lo uno ni lo otro.
b. La verdad, camino de libertad
“Al que conoce la verdad, la verdad lo hace libre” (Evangelio de san Juan, 9, 32).
Acabo de asistir –radiofónicamente- a una “interviú” al presidente de Aragón, el socialista J. Lambán. Interesante ha sido porque interesante es, en esta encrucijada socio-política de España, asomarse al pensamiento de personas que, por su cargo u oficio, se han de presumir con ideas aprovechables para no perderse en medio de la confusión y, sobre todo, que puedan ayudar a tomar direcciones correctas hacia metas que, por su trascendencia, exigen fidelidad.
Se le pregunta y responde; habla de cosas de actualidad; enjuicia y valora actos y situaciones de la hora presente; y lo hace con serenidad y cierta prudencia lógica al referirse a las cosas de su partido, aunque sin morderse la lengua, como cuando –por ejemplo- a los que no se cansan de mentir diciendo “los españoles nos roban” les pasa por la cara el gran expolio de obras del arte aragonés –del monasterio de Xixena concretamente-, recobradas al fin algunas tras numantina resistencia catalana y otras aún retenidas contra toda justicia y razón; o como cuando se muestra rotundo a favor de que la democracia y el Estado democrático tienen el deber de ejercer su derecho a defenderse de las agresiones a la Constitución, a la legalidad vigente y a los valores de la unidad de España, de la libertad y de la igualdad de todos sin privilegios para nadie, sin concesiones galantes a nadie y con “todas las de la ley” como suele decirse, en la idea justa de que quien la hace debe pagarla.
En el conjunto anoto una idea del entrevistado que particularmente me mueve a realzarla y glosarla un tanto. Es la que indica que, al nacionalismo independentista, además de con la ley y la justicia, se le ha de combatir con la proclamación de la verdad: es decir, además de las armas del imperio de la ley y la vara de la justicia de los tribunales dando eficacia a las leyes con sus autos y sentencias, hay una tercera vía, más que útil, necesaria por su impecable limpieza racional: la de la proclama de la verdad; la de salir por los fueros de la verdad para contrarrestar las falsedades –de todas clases- de los nacionalismos, desde sus tergiversaciones de la historia hasta sus mentiras solemnes, como la de llamar “presos políticos” a quienes están en prisión, no por tener unas ideas que nadie persigue, sino por hechos –palabras y obras- dirigidos a llevarlas a efecto con atentado al ordenamiento jurídico; o los groseros insultos a los españoles y a todo lo que no sea separatista catalán; o las fantasías supremacistas-racistas sacadas de un pretendido derecho a ser más que los otros.
Y como, por imperativos netamente humanos, la búsqueda, proclamación y defensa de la verdad (en todos los espacios en que la verdad pueda verse tergiversada, soslayada, adulterada o simplemente comprometida) es deber de todos y es deber individual y social, de personas individuas y de ciudadanos, es elta mención del “arma de la verdad” como vía de lucha y defensa de los derechos de personas y colectividades, hace que la gran idea del presidente de Aragón me parezca un reto lanzado a todos, sin distinción, en esta hora confusa y delicada, con imperativo categórico de no inhibirse, de no encogerse de hombros o acogerse pasivamente a lo que otros hagan, de no limitarse a criticar tan sólo lo que esos otros hacen, no hacen o no hacen al gusto de cada uno.
El civismo –que es comportamiento de la persona que hace los debidos honores, de palabra y de obra, a sus deberes de ciudadano- es bastante más que patrioterismo de folklore o romanticismo barato. Es conciencia de ciudadano y obrar de ciudadanía. Es decir, actitud de servicio y apoyo a los valores cívicos, uno de los cuales está en la verdad de la historia y en la fidelidad que se debe a esa verdad.
Y no se trata de un culto a la verdad por la verdad. Perseguir la verdad es asumir a diario y a todas horas el deber de decirla y de ponerla en claro ante los demás.
Algunos piensan que la verdad tiene sus horas y que, para decir la verdad, hay que esperar el tiempo adecuado, de modo que, de no verse llegado ese tiempo, es preferible callarse; y hasta que no es oportuno decir la verdad cuando predominan los que prefieren las mentiras, las medias verdades o “su” verdad a “la” verdad (en remedo de la sobada letrilla del gran poeta don A. Machado).
Decir la verdad tiene riesgos; el del posible error ante todo, pero también ese otro de la duda sobre la posesión cierta de la verdad en todo o en parte. Pero estos riesgos de la verdad no eximen del deber de buscarla. Son riesgos que no deberían impedir ni el esfuerzo y lucha por la verdad ni los problemas que se pueden seguir, y con frecuencia se siguen, de la proclamación y defensa de la verdad (cfr. Harod Raley, La visión responsable, Espasa Calpe, Madrid, 1977, pp. 48 ss.).
Hace menos de un mes, en ese recuadro periodístico llamado Astrolabio, del director del diario ABC, Bieito Rubido (25-XI-2018) y titulado Valentía política, leía esta requisitoria: “La política española está falta de valientes. De líderes que se atrevan a decir la verdad y desafíen lo políticamente correcto, aún a costa de sufrir la vomitona de las redes y de los canales televisivos. No hay que tener miedo”. Para terminar con un rotundo y certero principios: “Sólo desde el coraje se construye el futuro”.
Y como “el coraje” es, en su mejor y más positivo sentido, “valor”, y el valor –también en una de sus mejores acepciones- es disponer de fortaleza moral para arrostrar peligros y dificultades, entereza y nobleza para acometer empresas de riesgo como puede ser la de salir –como estamos viendo- por los fueros de la verdad, el apunte aludido del Sr. Lambán me parece todo un programa de vida; siempre, pero especialmente en situaciones de encrucijada, en que la cuestión –como en el caso de la España de hoy ante los retos que se le hacen- no es de pasatiempo, sino posiblemente de supervivencia o casi.
Y, por si lo anterior fuera poco, queda en todo lo alto el mensaje de Jesús a favor de la verdad. Es clave –seguramente- la más definitoria del existir humano. Es clave de la libertad y de todo lo que a la libertad se anuda en el hombre: todo lo que es auténticamente humano.
La verdad hace gente libre. No es bueno, por tanto, es peligroso olvidarlo. Y menos ahora.
c. La culpa
Es de hoy mismo la queja de un oyente de la radio, que vuelve del revés la célebre frase de Winston Churchill, según la cual “Cada pueblo tiene los gobernantes que merece”. El lamento le salía del alma, se revolvía indignada –era una mujer- contra la mala política, los malos gobernantes, las increíbles componendas y trapicheos, etc. de la política española en los últimos tiempos y sobre todo en la actualidad; el deterioro impresionante de la vida parlamentaria; los insultos y los malos modos, la decepcionante mediocridad de casi todos, la lacra de las corrupciones de toda índole, material, intelectual, moral… El espectáculo abruma e indigna… Las grescas divierten a la vez que sorprenden… La poca talla se observa con sólo abrir los ojos… Lamento es –y no pequeño- el de la referida mujer.
Lo mostraba en estos términos: “No merecemos tener estos gobernantes” y su queja iba en la dirección de nuestros políticos y nuestros gobernantes actuales…
Respetando como respeto el lamento y la queja de la mujer en cuestión –presumo que la misma o parecida queja recorre la mente y el corazón de infinidad de españoles en este preciso momento, no puedo son embargo por menos de hacer en alta voz esta pregunta punzante. De verdad, ¿no merecemos tener estos gobernantes o tenemos más bien los gobernantes que nos merecemos, como –en vía de principio- muestra Churchill con su afamado dicho?
Y la pregunta puede completarse con esta otra. ¿De quién fue la culpa de que –en la Alemania de los años 30 del siglo pasado- Hitler asumiera el poder e iniciara una de las gobernanzas más despóticas, más negras y más degradantes de la Historia del ejercicio del poder en el mundo antiguo y moderno? ¿Fue de Hitler y de la camarilla que lo arropaba y lo jaleaba o fue del pueblo alemán que lo votó en unas elecciones formalmente democráticas?.
Bien comprendo que en estas charcas de lo humano –y de la política por tanto- dos y dos -a veces- no son cuatro. Que las tiranías y los despotismos, antes de unas elecciones, no se perciben fácilmente, por la elevadísima dosis de hipocresías, farsa, mentira, promesas hinchadas y vistosos reclamos llenos de colorido sin pizca o casi sin pizca de realismo y verdad, etc. que se vierten –de la mano de unos “medios” técnicamente preparados- para embobar. Es comprensible la queja de esta mujer y da mucha pena su lamento dolido de hoy. Pero en democracia es el pueblo quien responde o debiera responder. Lo que para es que la teoría y la práctica no siempre van de la mano y en democracia –por malaventura de la democrtacia- menos aún. Las cosas son como son…
Y, para cerrar, aunque me vuelva reiterativo por las veces que lo rememoro, ante estas quejas y lamentos no puedo por menos de poner de nuevo a nuestra consideración el gracioso episodio del Sultán de Estambul y la sintomática frase que hace de punto final al atisbo democrático que escenifica Quevedo en el cap. XXXV de La hora de todos y la fortuna con seso. “Yo elijo ser llamado bárbaro vencedor y renuncio a que me llamen docto vencido. Saber vencer ha de ser el saber nuestro. Que pueblo idiota es seguridad del tirano… Obedezcan mis órdenes las potencias como los sentidos, y acobardad con mi enojo vuestras memorias”. Es la enseña de todos los dictadores.
Y como no es cosa de ir más lejos apuntando culpables, cuando lo urgente ha de ser hallar soluciones; fiando más en democracia del pueblo y de su instinto de supervivencia que de los galanteos de los políticos, a la vez que a la mujer de la radio la comprendo, al pueblo –en esta hora crucial- me atrevo a repetirle otra vez la receta: espabila.
SANTIAGO PANIZO ORALLO