Lolo 8-XII-2018
“Eran -en sus hazañas- largos en facellas e cortos en contalles”. Es frase que Juan de Mariana refiere a nuestros caballeros medievales, mucho más empeñados y ufanos de lo que hacían bien o muy bien, que de cacarearlo y ponerlo en danza de propagandas, apariencias o imagen. Aunque en los páramos virtuales de ahora las “hazañas”, para ser tales, hayan de pagar peaje a la “moda” o al “progreso”, la verdad es que estas filosofías postmodernas de la imagen y el cuento –que cuento son en definitiva la mayor parte de esas historias- terminan por aburrir y llevar a pensar que, donde esté lo otro, el original y lo de verdad, que se quite el sucedáneo; hasta cuando, por eso, le llamen a uno “carca” o “facha”. Como dijo san Agustín, “las palabras son sonidos” y la verdad casi siempre es más que aire.
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Hoy tienen mis reflexiones un objetivo inexcusable. Porque hoy hace Lolo su solemne profesión religiosa y monacal en la abadía cisterciense de Cóbreces (Santander). Hoy se deben mis reflexiones a él, al nuevo monje, al veterano y sin embargo novicio religioso. Y no es paradoja ni juego de palabras.
En efecto, este día de la Inmaculada, en el Cister de Cóbreces, Lolo, a sus casi ochenta años de edad, hace su segunda profesión religiosa. Y digo “segunda” porque la primera tuvo lugar cuando Lolo contaba algo más de veinte años y llevaba, con el penacho de una jovial y prometedora juventud, un ramillete de ilusiones puestas en la marca y el carisma cisterciense; hecho todo él, como se sabe, de la sencillez y humildad de la violeta campestre, del silencio ritual que gestiona sin prisa ni pausa las esencias del “hombre interior” y de los valores crecidos a la sombra del “ora et labora” –“reza y trabaja”-como directriz muy válida para conseguir que ese “duo” de la contemplación y la acción cobre dinamismo diario y logre que esa doble polaridad tan humana haga del hombre un “ser integrado y armónico” y no el retrato de un “activista” sin cabeza o el de una “cabeza” sin pies, según por dónde soplen más fuerte o más activos los vientos sobre los polos de la dialéctica de la acción y la contemplación.
Ante esta realidad de hoy, un buen comienzo pudiera estar en preguntarse por lo que hay entre esas dos profesiones de Lolo; esta de hoy y la de hace ya más de cincuenta años. Resumiendo y sin pensarlo demasiado, yo diría que toda una vida; pero una vida tan rutilante, tan increíblemente azarosa, tan arriesgada y a la vez tan endiabladamente audaz que hoy, ante esta segunda profesión de Lolo, sería por mi parte una traición a la sangre común que llevamos si no le hiciera los honores de un recuerdo; y aún más, sería una gran injusticia si no hiciera un canto al valor y coraje de una vida puesta -sin titubeos, sin reparos y sin condicionante alguno- al servicio de uno de los mayores ideales de un hombre cabal, aunque puedan darse quienes a esto le llamen locura o memez: dar la cara hasta jugarse la vida por los demás sin regateos de ninguna clase y siempre con la misma seguridad y sencillez con que hiciera entonces la misma profesión que hoy repite.
Pero, yendo al grano, ¿quién es Lolo? Diría, a bote pronto, que Lolo es una y muchas cosas a la vez.
Lolo es aquel trasto “rapaz” de pueblo que, de niño y hasta irse a Cóbreces, corría como todos, jugaba como todos, hacía diabluras a los perros y gatos del barrio como todos y por las noches, las del otoño especialmente, no perdía ni ripio de los cuentos que el abuelo Manuel contaba sacándolos de su caletre y de los usos del pueblo, al calor de la lumbre mientras el tío Mateo –gran maestro en el arte- asaba su diario tambor de castañas que eran, la mayor parte de los otoñales días, nuestra cena.
Lolo es el que, un buen día, dijo que se iba a Cóbreles, donde ya estaba su hermano mayor. Y allí profesó y estuvo un tiempo y más tarde en el convento gallego de Sobrado de los Monjes; para irse posteriormente a un convento de la orden en Angola.
Lolo es el que –arrasado el convento en que vivía con otros monjes por las guerrillas de Unita- se quedó allí, a pie de obra, él solo ayudando espiritual y materialmente a los angoleños en sus cuitas y sobresaltos por el acoso y bandidaje diarios de la guerrilla.
Lolo es el que, en esa etapa, dimos por muerto muchas veces; del que nada supimos durante meses enteros de angustias, porque, ante las bombas y amenazas de las guerrilas, con las gentes de su pueblo angoleño de Camacuca, tenían que abandonar sus casas e irse a la selva para librarse del asedio y acoso de los salvajes guerrilleros de Unita.
Lolo es el que –cuando algún verano volvía para descansar o reponerse del hambre y la miseria que pasaba y se le aconsejaba que se quedara- replicaba rápido y sonriente que no, que su vida estaba allí, que no se vería ni se reconocería ya en los usos y costumbres actuales de España.
Lolo es el que cuando se le tiraba de la lengua –había que tirarle de la lengua para que hablara- y se le decía si no se sentía extraño con aquellas gentes ignorantes y atrasadas, invariablemente respondía que era mas lo que recibía del pueblo de Camacuca que lo que el pueblo recibía de él.
Todo esto y más es Lolo.
Cuando hace unos tres años, con más de 75 a las espaldas y bastantes más de treinta en Angola, se mostró asequible a quedarse porque ya el cuerpo no le daba para más, lógicamente volvió a “los suyos”, a su convento-matriz de Cóbreces. Nunca había renunciado a los compromisos de aquella profesión de votos perpetuos, pero ya no era tenido por monje cisterciense. Y hubo de recomenzar el camino. El que hoy precisamente corona con los nuevos votos –formales- y la nueva profesión –formal también puesto que los votos habían sido perpetuos y él nunca dimitió de ellos. Y con lss formas a vueltas y por obra de las formas, Lolo es ya hoy, de nuevo, un monje cisterciense de la abadía cántabra de Cóbreces.
Yo –que conste- no lo entiendo. No llego a comprender bien lo de estas dos profesiones, ambas solemnes y de votos perpetuos, ambas en el mismo convento de una misma orden religiosa. Y no lo entiendo ni humana, ni cristiana, ni jurídica, ni teológicamente. Será que las cosas han tenido que ser así; pero yo no acabo de comprender. Es posible que yo sea “cerrado” o tal vez demasiado abierto, pero no sirvo para entender ciertos usos en la Iglesia. Y no los acabo de comprender porque me huelen a burocracia; a esas burocracias, banales seguramente algunas o muchas de ellas, que, si en todas partes sobran, más han de sobrar en la Iglesia por lo malas o superfluas que son y por el escándalo que causan al adulterar o desfigurar el verdadero rostro de la Iglesia de Cristo.
No quisiera de todos modos cerrar estas reflexiones de hoy sin dar una pincelada más al perfil biográfico de Lolo. Lolo es tímido, nada exultante en sus maneras y expresiones, callado más que locuaz, amigo de las pocas palabras si ellas sirven para decir lo que piensa o quiere decir.
En las abundantes conversaciones que mantenía con Lolo en sus regresos a España para reponerse, una idea muy clara pude sacarle de su recatado y timido decir: aquella vez en que me dijo que una gallina en Angola, para sus gentes negras, suponía más felicidad que un festín de marisco, angulas o refinados planos puede suponer para las gentes de aquí. Y, a cuento de ello, me recordaba que la felicidad no está en función de lo que se tiene y disfruta, sino de lo que uno es y de lo que, para serlo, necesita..
“Largos en facellas” - ”Cortos en contallas”
Hay “hazañas” de gentes humildes que están a años luz –en longitud y en altura- de los narcisismos que tanto cunden hoy en Occidente según las estadísticas.
Otro día será cosa de dedicar una reflexión al “mito de Narciso” para ver en su instalación masiva en la sociedad postmoderna un indicio de a dónde han llevado –con toda lógica pero con mentira- las filosofías de la “muerte de Dios” y su natural consecuencia de que “si Dios ha muerto, yo soy Dios”. ¿No explica esta pueril filosofía casi todo “lo que nos pasa? Pero eso para otra ocasión. Hoy, con Lolo, me basta.
Los “largos en facellas e cortos en contallas” no se miran al espejo por recreo, frivolidad o adoración de sí mismos. Sólo se miran para procurar no cortarse con la cuchilla cuando se afeitan.
SANTIAGO PANIZO ORALLO
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Hoy tienen mis reflexiones un objetivo inexcusable. Porque hoy hace Lolo su solemne profesión religiosa y monacal en la abadía cisterciense de Cóbreces (Santander). Hoy se deben mis reflexiones a él, al nuevo monje, al veterano y sin embargo novicio religioso. Y no es paradoja ni juego de palabras.
En efecto, este día de la Inmaculada, en el Cister de Cóbreces, Lolo, a sus casi ochenta años de edad, hace su segunda profesión religiosa. Y digo “segunda” porque la primera tuvo lugar cuando Lolo contaba algo más de veinte años y llevaba, con el penacho de una jovial y prometedora juventud, un ramillete de ilusiones puestas en la marca y el carisma cisterciense; hecho todo él, como se sabe, de la sencillez y humildad de la violeta campestre, del silencio ritual que gestiona sin prisa ni pausa las esencias del “hombre interior” y de los valores crecidos a la sombra del “ora et labora” –“reza y trabaja”-como directriz muy válida para conseguir que ese “duo” de la contemplación y la acción cobre dinamismo diario y logre que esa doble polaridad tan humana haga del hombre un “ser integrado y armónico” y no el retrato de un “activista” sin cabeza o el de una “cabeza” sin pies, según por dónde soplen más fuerte o más activos los vientos sobre los polos de la dialéctica de la acción y la contemplación.
Ante esta realidad de hoy, un buen comienzo pudiera estar en preguntarse por lo que hay entre esas dos profesiones de Lolo; esta de hoy y la de hace ya más de cincuenta años. Resumiendo y sin pensarlo demasiado, yo diría que toda una vida; pero una vida tan rutilante, tan increíblemente azarosa, tan arriesgada y a la vez tan endiabladamente audaz que hoy, ante esta segunda profesión de Lolo, sería por mi parte una traición a la sangre común que llevamos si no le hiciera los honores de un recuerdo; y aún más, sería una gran injusticia si no hiciera un canto al valor y coraje de una vida puesta -sin titubeos, sin reparos y sin condicionante alguno- al servicio de uno de los mayores ideales de un hombre cabal, aunque puedan darse quienes a esto le llamen locura o memez: dar la cara hasta jugarse la vida por los demás sin regateos de ninguna clase y siempre con la misma seguridad y sencillez con que hiciera entonces la misma profesión que hoy repite.
Pero, yendo al grano, ¿quién es Lolo? Diría, a bote pronto, que Lolo es una y muchas cosas a la vez.
Lolo es aquel trasto “rapaz” de pueblo que, de niño y hasta irse a Cóbreces, corría como todos, jugaba como todos, hacía diabluras a los perros y gatos del barrio como todos y por las noches, las del otoño especialmente, no perdía ni ripio de los cuentos que el abuelo Manuel contaba sacándolos de su caletre y de los usos del pueblo, al calor de la lumbre mientras el tío Mateo –gran maestro en el arte- asaba su diario tambor de castañas que eran, la mayor parte de los otoñales días, nuestra cena.
Lolo es el que, un buen día, dijo que se iba a Cóbreles, donde ya estaba su hermano mayor. Y allí profesó y estuvo un tiempo y más tarde en el convento gallego de Sobrado de los Monjes; para irse posteriormente a un convento de la orden en Angola.
Lolo es el que –arrasado el convento en que vivía con otros monjes por las guerrillas de Unita- se quedó allí, a pie de obra, él solo ayudando espiritual y materialmente a los angoleños en sus cuitas y sobresaltos por el acoso y bandidaje diarios de la guerrilla.
Lolo es el que, en esa etapa, dimos por muerto muchas veces; del que nada supimos durante meses enteros de angustias, porque, ante las bombas y amenazas de las guerrilas, con las gentes de su pueblo angoleño de Camacuca, tenían que abandonar sus casas e irse a la selva para librarse del asedio y acoso de los salvajes guerrilleros de Unita.
Lolo es el que –cuando algún verano volvía para descansar o reponerse del hambre y la miseria que pasaba y se le aconsejaba que se quedara- replicaba rápido y sonriente que no, que su vida estaba allí, que no se vería ni se reconocería ya en los usos y costumbres actuales de España.
Lolo es el que cuando se le tiraba de la lengua –había que tirarle de la lengua para que hablara- y se le decía si no se sentía extraño con aquellas gentes ignorantes y atrasadas, invariablemente respondía que era mas lo que recibía del pueblo de Camacuca que lo que el pueblo recibía de él.
Todo esto y más es Lolo.
Cuando hace unos tres años, con más de 75 a las espaldas y bastantes más de treinta en Angola, se mostró asequible a quedarse porque ya el cuerpo no le daba para más, lógicamente volvió a “los suyos”, a su convento-matriz de Cóbreces. Nunca había renunciado a los compromisos de aquella profesión de votos perpetuos, pero ya no era tenido por monje cisterciense. Y hubo de recomenzar el camino. El que hoy precisamente corona con los nuevos votos –formales- y la nueva profesión –formal también puesto que los votos habían sido perpetuos y él nunca dimitió de ellos. Y con lss formas a vueltas y por obra de las formas, Lolo es ya hoy, de nuevo, un monje cisterciense de la abadía cántabra de Cóbreces.
Yo –que conste- no lo entiendo. No llego a comprender bien lo de estas dos profesiones, ambas solemnes y de votos perpetuos, ambas en el mismo convento de una misma orden religiosa. Y no lo entiendo ni humana, ni cristiana, ni jurídica, ni teológicamente. Será que las cosas han tenido que ser así; pero yo no acabo de comprender. Es posible que yo sea “cerrado” o tal vez demasiado abierto, pero no sirvo para entender ciertos usos en la Iglesia. Y no los acabo de comprender porque me huelen a burocracia; a esas burocracias, banales seguramente algunas o muchas de ellas, que, si en todas partes sobran, más han de sobrar en la Iglesia por lo malas o superfluas que son y por el escándalo que causan al adulterar o desfigurar el verdadero rostro de la Iglesia de Cristo.
No quisiera de todos modos cerrar estas reflexiones de hoy sin dar una pincelada más al perfil biográfico de Lolo. Lolo es tímido, nada exultante en sus maneras y expresiones, callado más que locuaz, amigo de las pocas palabras si ellas sirven para decir lo que piensa o quiere decir.
En las abundantes conversaciones que mantenía con Lolo en sus regresos a España para reponerse, una idea muy clara pude sacarle de su recatado y timido decir: aquella vez en que me dijo que una gallina en Angola, para sus gentes negras, suponía más felicidad que un festín de marisco, angulas o refinados planos puede suponer para las gentes de aquí. Y, a cuento de ello, me recordaba que la felicidad no está en función de lo que se tiene y disfruta, sino de lo que uno es y de lo que, para serlo, necesita..
“Largos en facellas” - ”Cortos en contallas”
Hay “hazañas” de gentes humildes que están a años luz –en longitud y en altura- de los narcisismos que tanto cunden hoy en Occidente según las estadísticas.
Otro día será cosa de dedicar una reflexión al “mito de Narciso” para ver en su instalación masiva en la sociedad postmoderna un indicio de a dónde han llevado –con toda lógica pero con mentira- las filosofías de la “muerte de Dios” y su natural consecuencia de que “si Dios ha muerto, yo soy Dios”. ¿No explica esta pueril filosofía casi todo “lo que nos pasa? Pero eso para otra ocasión. Hoy, con Lolo, me basta.
Los “largos en facellas e cortos en contallas” no se miran al espejo por recreo, frivolidad o adoración de sí mismos. Sólo se miran para procurar no cortarse con la cuchilla cuando se afeitan.
SANTIAGO PANIZO ORALLO