No sirven los caminos - Hay que abrir caminos 21-XI-2018

“No hay libro tan malo -dijo el Bachiller Sansón Carrasco a don Quijote y Sancho- que no tenga algo bueno” (cfr. M. de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, 2ª parte, cap. III)
Hoy, en mi rato diario de oír y escuchar para pensar y pasar por la criba de mi conciencia lo que oigo y escucho, me ha zumbado el oído, casi con sones de alarma, un interrogante, soltado al aire de la mañana en la Cope por el director de ABC. ¿Puede estar un país más “patas arriba” que España en este momento?. Y, para bien adobar la pregunta –que en el fondo me parece un aserto-, enunciaba una serie de realidades oscuras –políticas sobre todo, aunque no sólo de tal jaez- que harían verosímil un “no” de respuesta. Es difícil –pienso yo- que, ahora mismo, alguien nos gane en estupidez; es decir, en ser artesanos de cosas que, bien miradas, causan asombro o estupor.
Casi a la par de lo anterior, esta misma mañana, ultimo la lectura de un librito -no digo libro, sino librito o libelo-, que hace unos meses compré nada más enterarme de su existencia. Mi amigo Eduardo, uno de los partícipes de mis pasadas diarias por la realidad cotidiana, al decírselo, me lo reprochó: ¡cómo das un duro a este señor por algo que, presumiblemente, será malo o muy malo!!!
Queda tranquilo, amigo, le respondí. En primer lugar, porque, como dice el bachiller cervantino, en el Quijote, “no hay libro tan malo que no tenga algo bueno”. Además, no lo he comprado por dar un duro al autor, sino por saber lo que en él se dice sobre la teoría política de Maquiavelo (tan manoseada ella como poco vista y analizada a fondo y por sus dos lados, el anverso y el reverso, que es como deben mirar las cosas quienes aspiran a llamarse hombres de ciencia). Y, de paso –cómo no!- por ver si aprendo algo nuevo o de interés que no haya visto ya en otros comentaristas o analistas del gran secretario florentino.
He de anotar que hoy, al cerrar la obrita en cuestión por su última página, me inclino a admitir el reproche de mi amigo, y a confesar que se han trucado mis esperanzas y que me he equivocado en buena parte, aunque en algo he acertado.
En cuanto a lo primero, porque de Maquiavelo propiamente no se dice nada recto; ni se menciona su obra u obras en la bibliografía general; y, por di fuera poco, la misma palabra “Maquiavelo”, que figura en el título y llena –prometedora y rebosante- la reseña de la contraportada, no sé si más de dos o tres veces aparece en el texto de la obra.
Y en cuanto a lo segundo, porque sí he aprendido algo, bastante quizás, sobre el autor del libro (no se olvide que los libros, y posiblemente más lo libritos como este, llevan al fondo reflejadas la biografía y la psicología del autor). He aprendido, por ejemplo, a explicarme “sus maneras”; a vislumbrar, a través del espejo que es una de las últimas frases del libro -la que dice que ”puede haber tantas éticas como proyectos”-, una persona hasta las orejas revestida de ese sobado topicazo, tan revelador sin embargo, del genio del humor que es Groucho Marx, al decir “Estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros”. Pero sobre todo su lectura reposada me ha dado ocasión para comprender cómo se puede escribir, aunque sólo sea un libelo, con el título referido a un hombre de la talla política de Maquiavelo, soslayando por completo su obra y teorías, en lugar de deducirlas –cientificamente- del manejo directo, inmediato y crítico de sus obras, no sólo El Príncipe –la principal de todas- sino de las demás que escribió.
Y esta misma mañana también, tras los dos anteriores apuntes –el “patas arriba” de España y el “bluff” solemne del libro que acabo de leer y glosar paso a paso-, en la consecuencia lógica de lo uno y de lo otro y por si fuera necesario u oportuno abrir más y mejor los ojos en la peliaguda encrucijada de caminos por los que nos movemos, una llamada de ojo avizor. Espabila, pueblo, y no te dejes manipular; que te están segando –literalmente- la hierba bajo los pies. Deja de ser “masa” y ensaya cuanto antes hechuras y andares de “pueblo”. Piensa, si todavía te queda tiempo y ánimo, que Hitler subió al poder por los votos de un pueblo tan sedicente ilustrado y serio, pero dormido, como el alemán; y que la política –esa cosa necesaria, aunque subalterna, entre las actividades espirituales del hombre, pero comprometida y hasta peligrosa por ser el “reino de la mentira” como le llamara, no sin buenas razones, nuestro gran pensador Ortega, al tomar la utilidad por la verdad- es algo muy serio y trascendente socialmente como para dejarla entera en las manos y las ocurrencias de algunos políticos de la hora presente. Piensa y obra…
Ah! El libro se titula Maquiavelo ante la gran pantalla. Y su autor se llama don Pablo Iglesias. No lo compren, les ruego; me fastidiaría hacerle propaganda. No merece la pena. Es un librito o libelo, nada más.
Si quieren ustedes saber cosas de Maquiavelo –gran señor sin duda de la ciencia política´en los albores de la modernidad- acudan a otras fuentes más solventes. Por la vía de este libelo no aprenderán gran cosa sobre las verdaderas teorías políticas del padre que fue de la moderna ciencia política del Estado. Las deformaciones del pensar de Maquiavelo han sido muchas en la historia del pensamiento para embarcarse en un librito, del que lo que más resaltaría es lo hilarante que puede ser científicamente.
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Por lo demás, esta mañana de noviembre –a un mes justo de la llegada oficial del invierno- me acerca un aliciente positivo, a parte de otros también positivos que se pueden dar y ver entre la maleza a nada o poco que se cuide uno de mirar. Que si, en estos tiempos como se observa, “no es oro todo lo que reluce”, tampoco es basura todo lo que a diario tiramos al contenedor.
Me refiero ahora al amarillo rojo que van tomando las hojas del árbol que aún sombrea mi ventana y, ante lo cual. me siento presa del optimismo de saber que –como dice mi poeta favorito-, “Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar; pasar haciendo caminos, caminos hacia la mar” (Proverbios y Cantares, de A. Machado, XLIV). Ahí es nada. “Ser tiempo” que hace caminos. Pasar sin del todo pasar.
El amarillo sonrojado de algunas hojas del otoño enseña, aunque suene a paradoja, una lección de vida. Que más allá de los otoños está el invierno, pero también están otra primavera y otros veranos. “Pasar haciendo caminos, caminos hacia la mar”.
Al pensar y escribir así, el poeta ¿no andaría evocando la vieja rima de Jorge Manrique?.
Cuando los poetas crean –que es lo suyo-, y extraen de las cosas pequeñas bellezas trascendentes, cerrar las ventanas para no ver caer las hojas del otoño, por ejemplo, bien pudiera ser privarse tontamente de catalogar bellezas regaladas.

Me voy un rato a leer otro de mis libros de mano estos días. El que se titula Elogio del caminar. Para recrearme un poco –en afanes de superar los malos augurios del “patas arriba” del comienzo. Para compensarme del desencanto de otras lecturas que huelen a filfa y a “bluff”.
Lo abro por su principio y realzo esta vez la meritoria idea de que “caminar es una apertura al mundo… Caminar es vivir el cuerpo, provisional o indefinidamente. Recurrir al bosque, a las rutas o a los senderos no nos exime de nuestra responsabilidad, cada vez mayor, con los desórdenes del mundo, pero nos permite recobrar el aliento, aguzar los sentidos, renovar la curiosidad. Caminar es –a menudo- un rodeo para reencontrarse con uno mismo” (cfr. D. Le Breton, Siruela, Madrid, 2014, pp. 14-16). Creo que necesitamos, en esta hora confusa, caminar abriendo caminos nuevos sobre nuevas huellas, “hacia la mar…”
Mañana más, como dice un locutor deportivo de la radio a cada paso. Más caminos. Otras rutas. Nuevas ilusiones que no se basen en cuentos chinos ni en penosos augurios. Hay caminos, pero hay que abrirlos y sobre todos recorrerlos. Son tiempos, como se dice en este “elogio de la marcha”, de “recobrar el aliento; “aguzar los sentidos”; y “renovar la curiosidad”. Pudiera merecer la pena intentarlo al menos, para no tener que fiarlo todo al “instinto del caballo”, como –recordad- Palacio Valdés sugiere para andaduras, al borde del precipicio, en noches cerradas o de tormenta (cfr. Testamento literario, 1).
SANTIAGO PANIZO ORALLO
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