Nuestra sociedad y nuestra cultura se ha cimentado en la hipocresía y en el engaño, en la apariencia y el disimulo. Vivimos en una sociedad tremendamente hipócrita y aparentemente tolerante, superficialmente madura y artificialmente engañosa.
Mil cosas tenemos en casa y la mayor parte de ellas aparentan ser lo que no son: escayola que parece hierro, marmolina que parece madera, papel que parece yeso... y eso mismo se ha impuesto en nuestro entorno: la cultura del engaño y el disimulo.
Hoy, para que el hombre encuentre el calor existencial que necesita para su crecimiento interior debe de sentir como urgencia la llamada a vivir el octavo mandamiento de la ley de Dios: "No dirás falsos testimonios ni mentirás". Y bien sabemos, por experiencia propia, que este reclamo es condición necesaria para caminar hacia el hombre auténtico y realizado.