III SÁBADO DEL TIEMPO ORDINARIO /CICLO C/2-02-2019
III SÁBADO DEL TIEMPO ORDINARIO /CICLO C/2-02-2019
EVANGELIO DEL DÍA: Lc 2,22-40.
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.
El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
COMENTARIO:
Celebramos en este Sábado de la Tercera Semana del Tiempo Ordinario, la Fiesta de la Presentación del Señor-Purificación de María, y la Jornada de la Vida Consagrada.
La fiesta de la Presentación del Señor en el Templo, o la Candelaria como se le llama en muchas partes, tiene una fuerte fundamentación bíblica: Cuando el ángel exterminador mató a todos los primogénitos de Egipto, se libraron los primogénitos de los israelitas, porque vio los dinteles de sus casas untadas con la sangre del cordero pascual.
En memoria de este hecho, Dios mandaba que el hijo primogénito varón, a los cuarenta días de nacer, fuera presentado al Señor en el Templo y se les rescatara con un sacrificio y ofrendas. María y José, fieles observantes de la Ley, suben a Jerusalén para cumplir este rito.
Este acontecimiento tendrá una gran carga simbólica y profética. Simeón, hombre justo y piadoso, reconocerá en ese niño al Cristo, que será luz para iluminar a los gentiles y gloria de Israel, y lo mismo lo hará la profetisa Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, que “hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén” (cf Lc 2,22-40).
Pidamos al Señor por el florecimiento de las vocaciones a la Vida Consagrada en la Iglesia. Amén.
www.marinaveracruz.net
EVANGELIO DEL DÍA: Lc 2,22-40.
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén. Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.
El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.
COMENTARIO:
Celebramos en este Sábado de la Tercera Semana del Tiempo Ordinario, la Fiesta de la Presentación del Señor-Purificación de María, y la Jornada de la Vida Consagrada.
La fiesta de la Presentación del Señor en el Templo, o la Candelaria como se le llama en muchas partes, tiene una fuerte fundamentación bíblica: Cuando el ángel exterminador mató a todos los primogénitos de Egipto, se libraron los primogénitos de los israelitas, porque vio los dinteles de sus casas untadas con la sangre del cordero pascual.
En memoria de este hecho, Dios mandaba que el hijo primogénito varón, a los cuarenta días de nacer, fuera presentado al Señor en el Templo y se les rescatara con un sacrificio y ofrendas. María y José, fieles observantes de la Ley, suben a Jerusalén para cumplir este rito.
Este acontecimiento tendrá una gran carga simbólica y profética. Simeón, hombre justo y piadoso, reconocerá en ese niño al Cristo, que será luz para iluminar a los gentiles y gloria de Israel, y lo mismo lo hará la profetisa Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, que “hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén” (cf Lc 2,22-40).
Pidamos al Señor por el florecimiento de las vocaciones a la Vida Consagrada en la Iglesia. Amén.
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