Fe y apariencia en The Americans
“Qué fácil no saber nada, qué fácil andar a tientas, qué fácil ser engañado –como observa el personaje de Berta Isla en la última novela de Javier Marías–. Podemos vivir en un continuado error, creer que tenemos una vida comprensible y estable y asible y encontrarnos con que todo es inseguro, pantanoso, inmanejable, sin asentamiento en tierra firme; o toda una representación”...
En el año 2010 el FBI detuvo a diez espías rusos “durmientes” en los Estados Unidos. Tres años después un veterano de la CIA, Joe Weinsberg, comenzaba para la Fox la serie que ahora ha terminado en su sexta temporada. The Americans está basada en el programa de la KGB de “Ilegales”, como la pareja protagonista que en los años 80 podían tener una familia en Washington, totalmente integrada en la sociedad americana.
La sorprendente conversión de la hija de estos ateos, que se bautiza en una iglesia evangélica con la oposición de los padres, es casi paralela a la experiencia cristiana con la Biblia de la hija de la abogada atea Alicia Florrick en The Good Wife. Todo en The Americans tiene que ver con la fe, ¡aunque no sea en templos y rituales como en la religión organizada! Sea cual sea su idea de Dios, todos tienen fe en algo o alguien, sea una ideología como el capitalismo o el comunismo, o la búsqueda de un amor redentor. Es para lo que viven y están dispuestos a sacrificarse.
En un sentido, el título hace referencia a los hijos. A diferencia de sus padres, Paige y Henry son verdaderos americanos, una cristiana nacida de nuevo y otro enganchado a los videojuegos. En contraste con la sociedad secular europea, en la americana puedes encontrar ahora a muchos jóvenes en la iglesia, como Paige. Lo que pasa es que el título tiene también un doble sentido, como observa Joshua Rothman en The New Yorker. No sólo todo americano ha sido un día inmigrante, sino que todos ocultamos algo en la vida. Aunque no seamos espías, escondemos cosas a los hijos y el uno al otro. Incluso aquellos que piensan que son lo que aparentan, tienen que encontrar maneras de representar su normalidad.
SERIE EXTRAÑA
Cuando pensamos en relatos de espías, imaginamos las historias de Bond o Bourne, pero este no es un espectáculo de acción, lleno de fuegos de artificio. Tampoco son los agentes maduros, solitarios y desencantados, que encontramos en las novelas de Greene o Le Carré, aunque el tono es bastante pausado. Es una serie extraña. Para la crítica ha sido una obra menor, pero defendible. Sólo el prestigioso comentarista Alan Sepinwall –ahora en Rolling Stone–, la tenía como preferida. El discreto éxito con el que ha acabado, se debe sobre todo a los guiones del creador de Doctor en Alaska (Northern Exposure), Joshua Brand, que le ha dado un emocionante final.
Como todas las largas series, The Americans tiene altos y bajos, pero mantiene un ritmo poco habitual para la aceleración que acostumbran las historias de doble vida como Breaking Bad. Tiene explosiones de violencia, pero no tantas como otros relatos de servicios de inteligencia, estilo Homeland. Eso sí, cuando las hay, son asesinatos brutales. Está ambientada en los años 80, pero sin concesiones a la nostalgia como Stranger Things. No se recrea en detalles para el recuerdo.
Al igual que otras series, los protagonistas no son actores tan buenos como los secundarios. La fría Keri Russell había pasado del Club del Ratón Mickey a productos adolescentes como la primera serie de J. J. Abrams, para acabar haciendo cine comercial, nada que sugiriera un papel tan adulto como este. Sin embargo, no hay duda que hace aquí su mejor interpretación, que va ganando en complejidad, hasta llegar a creerte que puede ser una asesina despiadada. Algo parecido ocurre con las dudas de su compañero, el galés Matthew Rhys, que resulta bastante verosímil.
Entre los secundarios, hay actrices de tanto carácter como Margo Martindale, la madura supervisora de los espías, Claudia, que hace un papel tan inolvidable como el Saul de Homeland. Hay leyendas del cine como Frank Langella, el consejero de la KGB, Gabriel, que hace de confidente del matrimonio. O incluso un actor más joven como Noah Emmerich, hace un papel de vecino agente del FBI, encantador y reflexivo. Se descubre a una actriz afgana, Annet Mahendru. Y los chicos que hacen de hijos, están especialmente bien.
HISTORIA DE UNA FAMILIA
En un sentido, The Americans es el relato de las vicisitudes de un matrimonio, que ocurre que son espías. Aunque unidos por la KGB, Philip y Elizabeth forman una familia con mucho trabajo. Tienen una agencia de viajes, además de las misiones que les encomiendan. Luchan también por proteger a sus hijos del peligro que supone su actividad secreta. Pasan constantemente de la vida privada a la intima, entre la independencia y la co-dependencia, el deseo y la rutina. Como ha dicho Emily Nussbaum en otro artículo de New Yorker, sus disfraces y el sexo con terceras personas, convierten su vida en una especie de “juego de rol para parejas”.
La relación afectiva entre ambos explora unos sentimientos que oscilan entre la atracción y el rechazo, amor y desamor, unión y extrañamiento, como todo matrimonio. Lo que hace que siempre oscilen entre la apariencia y la realidad. “Todo el mundo miente –dice Elizabeth a su hija–. Es parte de la vida”. Como en toda familia, hay momentos en que hay que disfrazarse y actuar, sean los padres delante de los hijos, o los hijos ante los padres, que los miran como espías en la serie.
La vida de este matrimonio está marcada por su pasado, como la de todos. Así vemos los “flashbacks” de su vida en Rusia, pero ahora forman una familia en la que los abuelos serían los supervisores de la KGB, Claudia y Gabriel. Y como toda familia, están dentro de una sociedad. Hay evidentemente una lectura geo-política e histórica de la serie, ya que estamos al final de la “guerra fría” en los 80. Sólo que los personajes no lo saben, ¡claro!
EL ESCÁNDALO DE LA CONVERSIÓN
En la segunda temporada, Paige comienza a asistir a una iglesia protestante, donde el estudio de la Biblia va unido a la acción social, una combinación que no suele aparecer cuando se habla de los evangélicos, sino es en relación con la llamada derecha religiosa. Aquí es al revés. El pastor Tim es arrestado en una protesta contra las armas nucleares en la que participa Paige. Al mismo tiempo, como en la conversión de la hija de Alicia Florrick en The Good Wife, Grace, es una fe basada en las Escrituras, que expresa la gracia de la que habla su nombre.
El productor ejecutivo de la serie, Joel Fields, es hijo de un rabino judío. Le interesaba la confrontación entre estos padres ateos que piensan que la religión es mala y una hija que encuentra la fe en esta comunidad donde se bautiza, ora y trabaja por la justicia social en la tercera temporada. Su conversión no es una rebelión frente a los padres, sino la esperanza que viene del arrepentimiento. Mientras sus padres mantienen sus creencias ocultas, ella las expresa abiertamente. Si a ellos les lleva a matar, a ella le da la vida.
Lo curioso es que todo ocurre en la época cuando el movimiento evangélico se hace cada vez más conservador. Es en la era de Reagan cuando “la mayoría moral” de Jerry Falwell y Pat Robertson ocupan el espacio de las iglesias que luchaban por los derechos civiles en los 60. Era en los 80 también cuando se producen los grandes escándalos de los tele-evangelistas, como Swaggart y Bakker, que eclipsan las campañas de Billy Graham. El “evangelio de la prosperidad” presenta a partir de entonces la fe como una forma de tener éxito en la vida.
Aunque resulte temporal, la experiencia de fe de Paige nos muestra la vulnerabilidad y transparencia de una relación con el mundo, que no es moralista en su condenación y temor, sino realmente transformadora. Carece de la arrogancia y justicia propia, que muestra la religión, para presentar la curiosidad y empatía que tanto se echa en falta en algunos círculos cristianos.
TODOS CREEMOS EN ALGO
Lo interesante es que la fe en esta serie va más allá de la religión organizada. Philip tiene una crisis de fe en el comunismo, mientras que Elizabeth es una verdadera creyente. Su fe en la misión de la bondad del sistema soviético se mantiene firme, a pesar de las dificultades. Su vecino Stan comienza a asistir a reuniones de auto-ayuda, cuando le deja su mujer. Las sesiones son del movimiento que comienza en San Francisco en 1971 cuando un vendedor cambia su nombre de Rosenberg a Erhard y bautiza así a sus seminarios de Formación (Erhard Training Seminars), apelando a una psicología barata. Cuando Philip acompaña a Stan a estas reuniones, está a punto de abrazar su fe...
El dilema aquí no está entre creer o no creer, sino que como la Biblia enseña, todos creemos en algo o en alguien, sean ídolos o el Dios verdadero. Como dice alguien tan poco sospechoso de promover la religión como Nietzsche en El crepúsculo de los ídolos: “hay más ídolos en el mundo que realidades”. Nuestra cultura es tan religiosa como cualquier otra. Tiene sus sacerdocios, imágenes y rituales, aunque sus santuarios tomen forma de rascacielos, estudios, gimnasios o estadios. Sea el dios de la belleza, el poder o el dinero, estamos dispuestos a sacrificar nuestras vidas por ellos, como los personajes de The Americans.
Decía el reformador que nuestro corazón es una fábrica de ídolos. Lo que amamos en esta vida, sea nuestro trabajo, el amor, la familia o las posesiones materiales se convierten en dioses para nosotros. De ellos esperamos sentido, seguridad y realización. La historia de nuestra vida, como en The Americans, es que esos dioses nos fallan, porque son sustitutos del único Dios verdadero, que nos dice que “los ídolos nos son nada (1 Corintios 8:4).
En este mundo secular vivimos el desencanto que apunta las crisis de las grandes ideologías que sostuvieron el mundo hasta los años 80. No nos hagamos otros dioses (Éxodo 20:3-5), sino volvámonos al Dios vivo y verdadero. El que se ha revelado en el monte Sinaí es el que nos muestra en el Calvario que no hay otro Dios cuyo amor no nos falle. En Él hay satisfacción y perdón eterno. Dejemos de servir a las criaturas, en vez de al Creador (Romanos 1:25). Y pongamos nuestro corazón en la vida que está escondida en Cristo Jesús (Colosenses 3:1-4). Es la única que nunca nos decepcionará.