José de Segovia James I. Packer (2): La santidad como problema
Si Packer se refiere tanto a la santidad, no es porque viera simplemente falta de ella, sino porque creía que había un concepto equivocado de santidad.
| José de Segovia
A algunos, la palabra “santo” nos pone ya nerviosos. Será la educación católica, o la escasa predisposición que algunos tenemos hacía la religión, pero la santidad tiene connotaciones negativas, para muchos de nosotros. En el mejor de los casos, evoca la lejanía de una sensación etérea, pero cuando esta se hace cercana, resulta inquietante e incluso incómoda. Generalmente, es sinónimo de hipocresía, orgullo e intolerancia. Y cuando es sincera, no deja de ser aburrida, algo pomposa y, más bien, aguafiestas.
No me extraña que cuando Packer llegó a la fe cristiana en la universidad de Oxford, durante la Segunda Guerra Mundial, tuviera problemas con la santidad que se esperaba de él. Según cuenta, el movimiento de estudiantes evangélicos estaba dominado por la idea de “la vida cristiana victoriosa”, pero la iglesia también. Una de las dos congregaciones evangélicas anglicanas que había en la ciudad tenía de pastor a John Carpenter, un antiguo misionero en China que buscaba librar a los creyentes de “la contaminación del mundo” por medio de la fe. Esta enseñanza de santidad se asocia desde el siglo XIX a una conferencia que había en la región de los Lagos de Inglaterra, llamada Keswick.
A esa iglesia de St. Ebbe´s pertenecía el responsable del grupo de estudiantes, que consideraba a Packer “poco fiable” y no dudó en recriminarle por no venir los sábados a escuchar a los predicadores que invitaban a llamar a la “consagración” de los estudiantes. El joven Jim prefería tocar con su banda de jazz los sábados e ir los domingos por la noche a la predicación evangelística que organizaban los estudiantes en St. Aldate´s. El iba allí al culto por la mañana, pero pronto estaba tan molesto con la superficialidad de los mensajes del pastor Lunt, que acabo yendo a una Asamblea de Hermanos que había en James Street durante varios años.
“Ambiente irrespirable”
Cuando Packer se marcha a Londres, para enseñar latín y griego en Oak Hill, era un candidato al ministerio de la iglesia anglicana. Sin embargo, sentía una profunda amargura contra la denominación en la que se había criado y le había privado del Evangelio, creía él. Hay otro elemento además que explica el malestar de Packer con el ambiente cristiano en Oxford, que llegó a calificar de “irrespirable”. Era el elitismo del mundo académico, que encuentra también en el “mundillo” cristiano. Es resultado de una educación privada que él no había conocido –venía del sistema público, que en Inglaterra llaman “national”, mientras que paradójicamente, el privado se le conoce como “public” –. Tiene su paradigma en Eton y hasta el día de hoy sigue formando a las grandes figuras de la política, la economía, la cultura e incluso el entretenimiento británico.
Curiosamente, el medio evangélico inglés ha sido tradicionalmente de clase media. A diferencia de otros países, no es un movimiento que haya atraído trabajadores de clase obrera, o personas marginadas, sino que siempre ha contado con un considerable trasfondo académico que ha marcado también su ministerio –a diferencia de Estados Unidos, por ejemplo–. Por ironías de la vida, luego Packer parece un intelectual de educación exquisita, comparado con la vulgaridad americana.
Muchos hoy le confunden incluso con un predicador de santidad, por todo lo que habla de ello. En parte es por la descontextualización de Internet, donde la gente toma frases, vídeos y nombres, sin saber muy bien de dónde vienen y en qué trasfondo se dijeron esas cosas. Se repite un mensaje a los jóvenes bautistas del sur de Estados Unidos en una población marginal de Bolivia o Nigeria, como si no hubiera diferencia, cuando el hecho de ser un mensaje bíblico no significa que en su aplicación no tenga un elemento cultural –como advertía ya el Pacto de Lausana en 1974, redactado por Stott–.
En la superficialidad evangélica basta además decir ciertas palabras para que todos le den el contenido que dan por supuesto. Eso es lo que molestaba tanto a Packer. Llegó a decir que la doctrina de la santidad de Keswick se había convertido en “la vaca sagrada” de los evangélicos. Sus sermones de “consagración” se consideraban obviamente necesarios, porque presuponían su contenido bíblico, sin analizarlo. Esto hace que incluso hoy algunos citen a Packer como referencia en medios que por su “perfeccionismo” enseñan exactamente lo que él estaba combatiendo. No olvidemos que, si se refiere tanto a la santidad, no es porque viera simplemente falta de ella, sino porque creía que había un concepto equivocado de santidad.
“La vida cristiana victoriosa”
La idea de Keswick es la búsqueda de la completa liberación del pecado por una relación más estrecha con Jesús, que aún no hemos experimentado. No conocemos “la vida plena del Espíritu” porque no nos hemos “rendido totalmente” a Cristo. Esto sonará maravilloso a muchos creyentes, entonces como hoy. El problema es que parte de una especulación que muchos atribuyen a Wesley –aunque él habla algo ambiguamente al respecto–, sobre cómo el cristiano puede ser “libre del pecado consciente”. A partir de ahí viene toda una serie de predicadores y maestros en el siglo XIX, cuyos libros todavía se reeditaban como “clásicos evangélicos” en los años 80 del pasado siglo.
Dice Packer que no hay más que dos cristianismos, uno teocéntrico y otro antropocéntrico.
El lenguaje es diferente de un autor a otro, pero la idea es la misma, una “segunda bendición”, que te lleva a una vida espiritual más elevada por una “experiencia de fe, no un esfuerzo de la carne”. Muchos los ven como un antecedente del pentecostalismo, pero la realidad es que esa misma enseñanza está en sus oponentes, como vemos en los nazarenos. Es toda una literatura popular sobre “la rendición total” (Andrew Murray), “la vida cristiana victoriosa” (Moody), “la plenitud de poder” (Torrey), o “la vida cristiana normal” (Watchman Nee). La lista es interminable. Abarcaría casi un quién es quién de la tradición evangélica de finales del XIX y principios del XX.
Para entender la respuesta de Packer a la enseñanza de Keswick, hay que leer su extenso libro sobre Caminar en sintonía con el Espíritu, que recomendé traducir a Andamio hace unos años. Los otros títulos suyos que hacen referencia a la santidad no son más que mensajes o artículos que parten de ahí. El antecedente a Packer está en una obra no disponible en castellano, los Estudios sobre el perfeccionismo, que escribe el teólogo de Princeton, Benjamin Warfield. Y finalmente, la teología de Owen, que Packer descubrió en la biblioteca de un pastor retirado que había sido misionero en Japón. Al perder la vista, Pickard-Cambridge donó su colección de libros puritanos reeditados en el siglo XIX, a los estudiantes cristianos en Oxford. Los guardaron en un sótano, que empezó a frecuentar Packer, para curiosear lo que había en aquellos volúmenes, que tenían todavía incluso las páginas sin cortar. En aquella época estas obras estaban fuera de circulación, puesto que no se vuelve a publicar literatura puritana en Inglaterra hasta finales de los 50.
La herencia puritana
El termino puritano es tremendamente confuso. No sólo porque se suele utilizar para referirse a la pudorosa moralidad victoriana, o la vida piadosa de los colonos americanos, sino porque se sigue usando como adjetivo más allá del contexto anglicano de finales del siglo XVI y principios del XVII, que es cuando estrictamente se puede hablar de puritanos (1564-1642). En principio, tiene que ver con la eclesiología. La Iglesia de Inglaterra se separa de Roma para adoptar un credo reformado como son los Treinta Y Nueve Artículos de Fe de 1563 con la práctica de un Libro de Oración Común que tiene una comprensión del Evangelio, la Iglesia y los sacramentos totalmente protestante. Sin embargo, la práctica es la búsqueda muchas veces de una vía media entre Roma y la Reforma, que incluye mantener el sistema episcopal y la práctica clerical tradicional. Contra estas últimas dos cosas se enfrentan los puritanos.
¿Qué es lo que Packer encuentra en la tradición puritana que le libera de la visión de la santidad de Keswick? En su principal libro sobre los puritanos –tampoco traducido al castellano–, Entre los Gigantes de Dios (Among God´s Giants), él apunta tres grandes lecciones que relaciona con otras tres tendencias que encuentra en el mundo evangélico. La primera y la más importante es su realismo espiritual. Lo que Packer observa es que hay una superespiritualidad –por utilizar el término de Schaeffer–, que viene de un no reconocimiento de “el pecado que mora en mí” (Romanos 7). Tanto en el sector conservador como el liberal, actúan como si uno pudiera quedar libre de pecado por la experiencia cristiana. Como vimos, ese fue el problema de Packer tras su conversión, como el de muchos de nosotros.
Ese realismo lo une en el pensamiento de Owen a lo particular de la redención en su detallado estudio de La muerte de la muerte en la muerte de Cristo, por la que Jesús muere realmente por mis pecados, no potencialmente, sino de una forma eficaz para mi salvación. De ahí viene su famoso resumen del Evangelio, popularizado estos últimos años por Don Carson y Tim Keller. Son tres palabras, solamente: “Dios salva pecadores”. Esto es lo que tienes que saber, si quieres conocer el cristianismo.
Una visión trascendente de la vida
Lo que Packer encuentra en el objeto de su tesis doctoral con un profesor de Londres sobre la soteriología del puritano Richard Baxter es, en primer lugar, el intento que él considera frustrado de encontrar una vía media entre el calvinismo y el arminianismo: la visión de Cameron, Amiraldo y la escuela de Saumur, que niega esa redención particular. Lo que a él le interesa de Baxter, por lo tanto, es su aplicación pastoral en el contexto anglicano, así como su visión de la transitoriedad de la vida ante las realidades eternas.
Ese carácter trascendente de la vida es lo que hace Packer que no pierda el tiempo con las discusiones actuales sobre la influencia cristiana en el mundo. No le interesa el peso de los evangélicos en la política y las batallas por la moralidad pública que han provocado la actual “guerra de culturas” en Estados Unidos. Cree que hay cuestiones de vida o muerte, más importantes que estas cosas. Ahora bien, no debemos confundir esto con el pietismo que ha marcado la tradición evangélica de separación del mundo, al que él también se enfrenta. Lo que cree es que el Evangelio es eterno y la preparación para la muerte es la única forma de aprender a vivir. “Enfrentarte a la muerte te hace apreciar la vida, cada día”, dice.
Por último, Packer encuentra en los puritanos cómo la teología afecta a la espiritualidad. Como se ha dicho estos días, su teología es devocional. Descubre que una mala teología lleva a una espiritualidad enfermiza. Él ve en el mundo evangélico una “búsqueda incansable de experiencias”, que nos hace finalmente dependientes de unos “sentimientos que van y vienen”, pero que nos hacen finalmente centrarnos en nosotros mismos en un individualismo irracional, profundamente egoísta. Por eso dice que no hay más que dos cristianismos, uno teocéntrico y otro antropocéntrico.
Otro grupo –observa Packer– son los “intelectualistas atrincherados”. Estos son “rígidos, discutidores, cristianos críticos, campeones de la verdad divina” que “batallan por la corrección mental”, pero muestran “poco calor humano”. Son “relacionalmente remotos”. No encuentro mejor descripción del movimiento evangélico conservador que toma ahora a Packer como bandera. En el fondo, tienen muy poco que ver con él.
Tanto a unos como a otros, Packer presenta una teología experimental, que responde también al tercer grupo que encuentra Packer ya en su tiempo: los que han “desviado en un desapego” del mundo evangélico, por su “ingenuidad y expectativas poco realistas”. Esta es también para mí, la realidad del llamado “deconstructivismo cristiano” de cierta “iglesia emergente”, que está en camino a no se sabe dónde, porque tampoco sabe lo que buscaba en la experiencia de fe. Creo que si la obra de Packer tiene importancia es por ese realismo que tanto nos falta. Sus exposiciones a los capítulos 7 y 8 de Romanos me muestran lo que realmente es “la vida cristiana normal”, donde no cabe ningún “perfeccionismo”, sino la confianza en que “Dios salva pecadores”.