Sexo y muerte en Andy Warhol


El deseo y el dolor acompañan toda nuestra vida. Hasta el punto de que la pasión y el sufrimiento parecen constituir el eje de nuestra existencia, que se ve tantas veces dominada por la fuerzas del Eros y el Tánatos. El sexo y la muerte son los grandes temas también de la obra de Andy Warhol (1928-1987), recordada por la exposición que inició su andadura en el CaixaForum de Barcelona, continua en el de Madrid y sigue su recorrido por el Museo Picasso de Málaga, que ha organizado la retrospectiva.

Andy creció durante la Gran Depresión en Estados Unidos, en el seno de una familia pobre de inmigrantes eslovacos. Se llamaba en realidad Warhola, pero acabó eliminando la a final. No se puede entender la vida de Warhol sin hablar de su madre, Julia, a la que estuvo unido hasta lo enfermizo. Parece que ella no se quería casar con su padre –según la biografía de Victor Bockris, que es quien más habla más de su infancia–, pero el matrimonio se separa a raíz de la emigración del marido a Pittsburgh, donde trabaja como obrero de la construcción. El artista nace allí en 1928, tras la muerte de su hermana mayor y la venida al mundo de otros dos hijos.

El padre de Warhol muere cuando él tiene 13 años. Le aterroriza su cadáver, expuesto en la planta baja de su casa durante tres días, de acuerdo a la tradición de su familia, que eran católicos de rito bizantino. Se negó a ver su cuerpo, escondido bajo la cama. Andy era un niño enfermizo, extremadamente sensible. Atacado por “el baile de San Vito”, apenas puede ir a la escuela y tiene manchas en la piel, además de los característicos temblores bruscos e incontrolados. Rehuyó siempre el contacto físico. De hecho, retrocedía cuando alguien intentaba darle la mano o abrazarle.



Gracias a los ahorros de su padre, pudo ir uno de los hijos a la universidad, que fue Andy, a pesar su fracaso escolar. Como se puede comprobar en las entrevistas, el artista no tenía facilidad de palabra. Los libros que escribió, fue con la ayuda de otros. Tenía un discurso entrecortado y titubeante. Eso sí, fue un memorable aforista. Tal vez su frase más conocida es que “en el futuro, todo el mundo será famoso durante quince minutos”. Graduado en Carnegie Tech en 1949, se traslada a Nueva York, la ciudad donde se hará famoso por ser “profundamente superficial”, como dice otro de sus aforismos.

“TODO ES SEXUAL”
Según su biógrafo Wayne Koestenbaum, “para Warhol, todo es sexual”. Muchos le han calificado de voyeur. Ya que hasta 1980 dice ser “todavía virgen”. La historia de Warhol es en realidad la de sus amigos y colaboradores, ya que el artista hizo todo lo posible para desaparecer entre su séquito, pero nadie de su grupo dice haber tenido relaciones sexuales con él. Parece homosexual, pero él nunca lo reconoció. El “problema”, como él llamaba a la homosexualidad, era siempre de otros. Algunos con los que tuvo devaneos, le llaman asexual, otros bisexual, pero dada su aversión a la intimidad física, era más bien un mirón que alguien activo sexualmente.

Generalmente se recurre a su catolicismo para explicar su escasa simpatía con el movimiento “gay”, pero no parece que fuera su sentimiento de culpa, ni la devoción religiosa, lo que explica su indiferencia a la lucha por los derechos de los homosexuales. Warhol siguió viviendo con su madre desde poco después de llegar a Nueva York. En los años 50 ella dormía en un colchón en el suelo, junto a su hijo. Al principio no tenían camas, ni muebles, pero vivían con más de veinte gatos. Iba a misa con ella, todos los domingos. Aunque pasaba la mayoría de las noches en fiestas, cenas y discotecas, dormía siempre en casa, donde su madre le preparaba el desayuno a la mañana siguiente. Le buscaba la ropa y le llevaba zumo de naranja.



Andy se rodeó de jóvenes desde los años cincuenta. Los sabía escuchar y adular. Despertaba siempre un instinto protector. Llevaba peluca desde los 25 años. Aunque la exposición no lo refleja –probablemente porque está pensada para que la puedan visitar niños–, el sexo está tratado abiertamente en toda su obra, tanto en su cine, sus fotos, como en los dibujos de genitales que hace, mientras observa como otros tienen relaciones sexuales. Sus colaboradores más estrechos eran heterosexuales, como Gerard Malanga, pero podían pasar por homosexuales. A él le contrata en 1963, para ayudarle con las serigrafías en el estudio que se conocerá como la Factory, mitad taller y laboratorio de experimentos culturales, pero también local de fiestas. Su ambiente liberal, “pese a lo que pueda parecer –dice Koestenbaum– no era una orgía continua”.

EL ARTE MECÁNICO”

La obra de Warhol está llena de deseo, pero no de sentimiento. Su trabajo es reproducido como en una fábrica, mediante un sistema mecanizado que implicaba muchos colaboradores. Andy comienza en el mundo de la publicidad, que como bien ha retratado la serie Mad Men es un paradigma del cambio de costumbres en los años sesenta. Warhol busca el dinero y la fama, que para él, consiste sencillamente en que los demás se fijen en ti. El artista se rodeaba de jóvenes de belleza deslumbrante, y quiere dejar de todo, registro gráfico. Es una de las muchas cosas en que Warhol se adelantó a su tiempo. Es el padre de la cultura del selfie.

Sus innumerables fotos con famosos, hacen que cada personaje que se coloque con Andy, para fotografiarse con él, pierda su identidad y sirva a la fama de Warhol. Otra cosa son los retratos que hace en los 70, para ganar dinero –entre cincuenta y cien por año, a unos cincuenta mil dólares por cuadro–. Eran obras que hacía generalmente por encargo. La Factory se convierte en una empresa. Warhol era una mezcla de Picasso y Henry Ford. Su arte es rara vez conmovedor, pero es un icono de la cultura popular. Sus retratos de Marilyn Monroe, Liz Taylor, Elvis Presley, o Jackie Kennedy, son algo más que un paradigma del arte pop. Son la imagen de los años 60.

Warhol es también el padre de la cultura del rock de vanguardia que nace en Nueva York a finales de los 60. Aunque en la Factory sonaba Maria Callas, día y noche, Warhol crea un grupo de música psicodélica que se da a conocer en la Casa de Polonia que había en Marks Place –donde he tenido la oportunidad de pasar una temporada que alquilé el antiguo apartamento del músico de jazz Ornette Coleman, en pleno Village neoyorquino–. Allí proyectaban sus películas y hacían espectáculos luminosos de colores, mientras actuaba la Velvet Underground con la voz de la modelo alemana Nico y los bailes de Malanga con su látigo. Es el ambiente que reconstruye la sala que hay al final de la exposición. Cuando las Panteras Negras pusieran una bomba en el local, se trasladaron al Max´s Kansas City, donde Debbie Harry era camarera, antes de formar Blondie. Allí grabó la Velvet, muchas de sus canciones con Lou Reed, John Cale y Nico, que tampoco soportaba que la gente la tocara.

SOMBRA DE MUERTE
A Warhol le interesaban más las estrellas cuando morían, como en el caso de Marilyn, o Liz Taylor a causa del cáncer, e incluso Elvis con una pistola. Ya en 1964 se cierne la sombra de la muerte sobre la Factory, cuando una extraña mujer dispara contra un montón de cuadros de Marilyn. El artista hace entonces una serie de serigrafías mostrando accidentes de coches. Ese año descubre a Edie, una modelo de pelo corto y plateado con un pasado turbulento de crisis nerviosas y hospitalizaciones. Andy no se separó de ella durante 1965. Adicta a las drogas, estaba “colocada la mayor parte del tiempo”. Murió de sobredosis en 1971.



El revolucionario 1968 la Factory se traslada a Union Square, donde se establece el estudio dos pisos por debajo de la central del Partido Comunista Norteamericano. Malanga se marcha a Italia, persiguiendo a una modelo. Allí serigrafía imágenes del Che, como si fueran de Warhol. El 3 de junio entra una mujer en la Factory, Valerie Solanas, supuestamente feminista –aunque su “Sociedad para acabar con los hombres” no tenía más que un miembro, que era ella–, y dispara contra Warhol. Dos balas le atraviesan el estómago, el hígado, el páncreas, el esófago, el pulmón izquierdo y el derecho. Por lo que en un primer momento se le declara muerto.

La película de 1996, Yo disparé a Andy Warhol –hay otra sobre Edie, que se hace diez años después, Factory Girl– interpreta el atentado como un accidente desafortunado, pero sensacionalista, una consecuencia inevitable del propio deseo de Warhol de rodearse de chiflados. El lo interpretó, sin embargo, como un castigo divino. Ella es condenada a tres años de cárcel, pero cuando la ponen en libertad, sigue amenazándole. El atentado fue un día antes del asesinato de Robert Kennedy. Por eso cuando Andy se despierta en el hospital, creía ver las noticias del asesinato de JFK en Dallas. Pensó que estaba en el cielo, pero su cuerpo era ahora un lienzo de heridas y cicatrices.

SANTO TERROR
Andy pasó casi dos meses en el hospital. Al regresar a la Factory, tenía un trabajo inacabado. Era la película Blue Movie (1968). En la Factory no sólo se dedicaban a las artes plásticas. También se hizo mucho cine. Andy casi nunca aparecía en sus películas, pero a veces se oye su voz dando instrucciones, ya que son obras experimentales. En ellas el sexo es cada vez más explicito, hasta que con Blue Movie, las investigaciones del FBI llevan a la confiscación de la película, que fue prohibida por su obscenidad, ya que no será hasta los 70 cuando la administración del republicano Nixon permite el porno duro en los cines del centro de Nueva York.

Son los años de la música disco. Warhol se hace un asiduo de Studio 54, símbolo de la libertad sexual hasta la aparición del SIDA. Como cerraba los lunes, Warhol solía ir a la discoteca del Ice Palace donde se reunían las prostitutas y estrellas de la nueva industria pornográfica, pero a la hora de acostarse, Andy siempre regresaba junto a su madre, que le esperaba en la casa del Upper East Side. Juntos iban a la iglesia católica que lleva el nombre del dominico valenciano San Vicente Ferrer. El cura recuerda que nunca tomaba la comunión. El sacerdote pensaba que era porque Andy era homosexual, pero Warhol decía que era porque la misa seguía el rito latino, en vez del bizantino, que era para él, el correcto.



A Andy le atormentaba la idea de hacerse viejo. De joven, con la peluca plateada, confiaba ocultar sus años, pero ahora el corsé que sostenía su torso roto, apenas podía sostener su rostro escondido tras las gafas que escondían su cara cubierta de cremas faciales. Enganchado al teléfono y adicto a las compras, Warhol se desentiende de la Factory, que funciona ya por si misma. Publica entonces la revista inter/VIEW, cuyo director Bob Colacello ha escrito el libro más importante para conocer al último Warhol, Santo Terror. La revista fue pionera en entrevistar a personas que todavía no eran famosas, o hacer que una estrella entrevistara a otra, pero Colacello dice que Andy vivía “una fantasía: que la muerte no existía, y la gente al llegar al final de la vida, sencillamente se esfumaba, o se alejaba flotando”.

Koestenbaum dice que “a Andy le avergonzaba mucho la muerte, o su incapacidad para hablar de ella”. Cuando Edie muere de sobredosis, no es capaz de decir nada. Al empezar a debilitarse la salud de su madre, Warhol se da cuenta que no puede ocuparse de ella, y la manda a Pittsburgh, donde muere el año siguiente, 1972, con 80 años. Andy no asistió al funeral. Se sentía incapaz de enfrentarse a la muerte. Un pariente indignado le manda una foto del cadáver en el ataúd. El no le dijo a nadie que había muerto. Cuando la gente le preguntaba cómo se encontraba su madre, contestaba que había ido a comprar a los almacenes Bloomingdale´s.

PODER DE SALVACIÓN
Para los que fuimos jóvenes los años de la Movida de los 80, Warhol es alguien especial. No sólo visitó España en 1983, sino que inspiró la música, el arte, la moda y la libertad sexual de una generación que salía del franquismo, para hacer de Madrid, “el patio de su recreo”. Como el símbolo de la Movida, Fabio McNamara, Warhol se volvió muy católico. Cuando se celebra su funeral en 1987, John Richardson le describe como “sumamente devoto”. Va a misa diaria como McNamara, mientras que dedica una noche a la semana a ayudar en un refugio de la iglesia del Descanso Celestial para personas sin hogar, y llega incluso a conocer al papa Juan Pablo II en 1980.



La distinción entre lo público y lo privado es tan exagerada en el caso de Andy como en el del respetado caballero victoriano Oscar Wilde, cuya esposa se quedaba en casa mientras el aforista vivía la noche decadente del exceso en hoteles de mala muerte. Si Capote decía que Warhol era una esfinge sin secreto, Richardson dice que la fe era su secreto, el mejor guardado de sus íntimos amigos. La pregunta que nos hacemos es qué fruto produjo esa fe. Si el cristianismo significa algo, tiene que ser un cambio de vida, algo que controla y gobierna tu existencia. Ya que el Evangelio es “poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1:16).

Si tu fe está en los márgenes de tu vida, no es la fe cristiana. El cristianismo no es algo con lo que puedas estar vagamente conectado. Es algo central para la vida del creyente. Somos poseídos por este mensaje y sentimos que debemos contarlo a todos. Como el apóstol Pablo, “no nos avergonzamos del evangelio de Cristo”. Es esa buena noticia de la gracia de Dios en Cristo, la que nos hace sentir compasión por alguien como Warhol. Lejos esté de nosotros, el juzgarle. Sufrimos los mismos males, pero al encontrar al Médico Divino, queremos compartir el Remedio a nuestra terrible condición. Todos tenemos que morir y presentarnos frente al juicio divino. El problema es que “no hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10). Sólo hay una esperanza posible. Y esa es que “por gracia somos salvos, por medio de la fe; y esto no de nosotros” (Efesios 2:8).

Esa fe es la que produce el “santo temor” del que habla la Biblia, no el que dice Colacello que tenía Warhol. Es “conociendo el temor del Señor”, que buscamos “persuadir a los hombres” (2 Corintios 3:11), porque “todos comparecemos ante el tribunal de Cristo” (v. 10). ¿Cómo podemos estar callados? “El amor de Cristo nos constriñe” (5:14). Tenemos una esperanza que queremos compartir en este valle de sombras. Es la fe que vence a la muerte. No tememos ese día, porque ha perdido su terror. Para el creyente, la muerte es “estar con Cristo, que es muchísimo mejor” (Filipenses 1:23).

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