El hombre vestido de negro


Hace medio siglo que Johnny Cash grabó el disco que le hizo famoso en la prisión de Folsom. Este recinto penal era el segundo más antiguo de California y tenía algunos de los reclusos más peligrosos del estado. “El hombre vestido de negro” había actuado en cárceles desde 1957, pero quería grabar un concierto en un penal desde 1962. Su música le había convertido en una leyenda de la cultura popular norteamericana. Era ya alguien conocido por su fe evangélica, pero también por su lucha con la adicción. Su dura vida le hizo especialmente sensible a aquellos que arruinan su vida, tras cometer graves errores.

Diez días antes de grabar el álbum, Cash se había divorciado de la mujer católica con la que se había casado al volver del servicio militar en Alemania, Vivian, el año que conoció a Elvis Presley. “El hombre vestido de negro” cantó con “el rey del rock” desde 1955. Al año siguiente conoció a June Carter, que había oído hablar ya a Elvis de Johnny Cash. Ella conocía muy bien a Presley. Estaba separada de un músico de country, Carl Smith, que la abandonó a los pocos meses de casarse.



Cuando se volvió a casar la primera mujer de Cash, ese mismo año, Johnny le propone matrimonio a June Carter en el escenario, cuando hacían un concierto en un Canadá. Fueron de luna de miel a Israel. June venía de una familia tradicional evangélica. No bebía, ni tomaba drogas. El amor y la fe que compartían, les unieron en medio de las crisis que tuvo el cantante toda su vida luchando contra la adicción. Estuvieron juntos hasta el final.

EL DOLOR DE CASH
Acosado por una enfermedad neurológica, Cash sufrió los últimos años diabetes y neumonías. La versión que hizo en 2002 de la canción “Hurt” (Dolor), parecía la despedida de este hombre que honestamente siempre reconoció su debilidad. Escrita por Trent Reznor para hablar de su adicción a la heroína, Cash la convirtió en una meditación melancólica sobre su propia mortalidad. El vídeo promocional dirigido por Mark Romanek, muestra imágenes seleccionadas de su vida pública, junto a escenas de su casa abandonada, arruinada por una inundación, donde los trofeos del pasado son ahora rotos y desechados.

La expresión de Reznor, “mi imperio de basura”, recuerda a Cash las palabras de Jesús: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:19-21).



En una de las escenas vemos a June al píe de una escalera, contemplando su cuerpo frágil y envejecido rostro gris, mientras canta: “¿en qué me he convertido, mi más dulce amigo? Todos los que conozco, se marchan al final”. Lo que Romanek no sabía, es que el día anterior, le habían diagnosticado a ella, una condición fatal de corazón, que aterrorizaba a Cash. El ya no tenía miedo de la muerte, pero sí de la soledad. La posibilidad de perder a June le resultaba insoportable, porque no sólo era su compañera espiritual y artística, sino que había cuidado de él en su continua debilidad con ánimo y energía. Cash no podía imaginar la vida sin ella.

EN LA CASA DE SU PADRE
June se fue a la Casa de su Padre en mayo del 2003. Su funeral fue en la Primera Iglesia Bautista de Hendersonville, donde iban con frecuencia desde 1967, a escuchar al pastor Courtney Wilson, sentándose en la última fila. Se cantaron ese día sus himnos favoritos y se predicó el Evangelio que ella creía. Cash estaba en una silla de ruedas con pelo blanco, cuerpo quebradizo y casi ciego. El pastor Glenn Weekley habló de la fe de June en el amor, la gracia, la presencia, propósito y promesa de Dios. Dijo que nada le hubiera gustado más a ella, que alguien que estuviera allí y no estuviera preparado para morir, llegara a la fe.

Cash fue llevado por su esposa a esa congregación, después de más de una década de estar apartado de la iglesia. El cantante había sido criado en una granja de Arkansas en los años treinta, donde iba con su madre a la Iglesia de Dios, que es una denominación evangélica pentecostal, aunque ella era metodista y su abuelo pastor bautista. El predicador de aquella iglesia le aterrorizaba, porque “gritaba, lloraba y jadeaba terriblemente”. Aquel hombre joven se bajaba a menudo del púlpito para pasearse en medio de la congregación, y cuándo menos te lo esperabas agarraba a alguien por las solapas, y lo levantaba del asiento, vociferándole a la cara: “¡Arrepiéntete!”. Tras llevar así a alguien a rastras, no era raro que muchos les siguieran, hasta no quedar ya ningún sitio en las escalinatas del púlpito.



El músico recordaba en la iglesia ver “mujeres llorando, riendo, gritando y gesticulando con las manos levantadas”. Esas “convulsiones con que se revolcaban por el suelo, los gemidos, los temblores y los espasmos musculares de que eran objeto”, dice que le “aterrorizaban aún más”, mientras se agarraba con fuerza al banco. Lo extraño es que recuerda que el rostro de su madre “irradiaba felicidad cada vez que abandonaban la iglesia”.

Su formación fue en ese sentido, similar a las principales estrellas de rock de los años cincuenta. Educado en la iglesia bautistacomo Chuck Berry, Little Richard o Buddy Holly, tuvo la misma influencia pentecostal que Elvis Presley o Jerry Lee Lewis en Asambleas de Dios. Muchos de ellos grababan en la compañía Sun, donde escuchamos a Johnny cantando himnos con Elvis o Jerry Lee. Allí conoció además a su habitual colaborador, Carl Perkins, al que dio el título de uno de sus más conocidos temas de rock´n´roll, el clásico “Zapatos de ante azul”. Cuando era niño, la música de hecho, era lo único que le interesaba de la iglesia. Si bien, escuchaba el Evangelio, y sabía muy bien que en la vida sólo hay dos caminos a seguir.

EL LADO OSCURO DE LA VIDA
La ira, inseguridad y tendencia destructiva de Cash, parece estar relacionada con su difícil relación con su padre. Aunque en su primera autobiografía, no expresa más que admiración por él, dedica el libro al padre de June, “que le enseñó a amar la Palabra”. Tras su muerte, pone en duda su conversión. Uno de sus amigos de infancia, era hijo de un pastor bautista. Iba con él dos veces al culto, cada domingo, y a un estudio bíblico, el miércoles por la noche. Aunque le daban miedo los llamamientos al frente, respondió a uno, “haciendo una decisión” a los doce años en una campaña de “avivamiento” de la iglesia bautista en 1944.

Como tantos norteamericanos, Cash siguió todos los “rituales de paso”, para llegar a ser evangélico, siendo incluso “bautizado por el Espíritu Santo” en una experiencia pentecostal y bautizado varias veces en agua. Decidió volver a consagrarse, confirmando su fe en un templo de Nashville en 1971, aunque alcoholizado, vio fracasar su matrimonio, se hizo adicto a las pastillas, intentó robar farmacias, se volvía paranoico con una pistola encima, e incluso provocaba accidentes, por lo que estuvo en la cárcel siete veces.

En un sentido, la vida de Cash es un claro ejemplo de lo vacío de una fe basada en ciertas decisiones que uno haya hecho en un momento de su vida. Ya que como él mismo ha escrito: “en la vida cada día es un nuevo horizonte, y a pesar de que hoy puede que te sientas a las puertas del cielo, mañana puedes estar hundido en lo más profundo”. El apasionante relato de esta odisea espiritual, lo escribió ya hace tiempo en una emocionante autobiografía, que con el titulo El hombre vestido de negro editó Clie en castellano, un año después de su aparición en inglés, en 1975. La versión que ahora publica Global Rhythm, la hizo al final de su vida con Patrick Carr.



Él quería que su historia fuera una luz de esperanza a todos los “que han fracasado en seguir los pasos del Maestro”, porque se han “hundido en el barro y creen que ya no hay posibilidad”. Muchos entonces, como hoy, le admiran por ser un artista maldito. Por lo que le preferían ver en la cárcel, antes que en una iglesia. Pero tras años, entregado a las drogas, la gracia de Dios pudo más que todos sus intentos de escapar de Él, y su vida fue finalmente transformada.

“El que quiere ser cristiano debe cambiar del todo”, dice Johnny Cash. “Perderá algunos amigos”, pero “no se puede jugar con fuego, ni nadar entre dos aguas”. Así que “cada día se hace necesario trazar muy claramente la línea divisoria, entre lo que eras y lo que debes ser”. Uno de sus textos preferidos de la Biblia, era por eso: “el que piense estar firme, mire que no caiga”. Su testimonio es el de un superviviente. Lo que vale más para mí que muchas historias de éxito, que suelen entusiasmar a la gente con relatos triunfalistas de victoria, que acaban confundiendo nuestros deseos con la propia realidad.

MÁS QUE BONITAS PALABRAS
“El hombre vestido de negro” abandonó los escenarios al entrar en coma en 1993. Su voz cavernosa no tenía la fuerza de antes, pero seguía manteniendo el alma en vilo, al ser redescubierto por toda una nueva generación. Sus historias de miserias y amores, muestran el lado oscuro del modo de vida americano, que tan bien retrató en sus baladas sobre perdedores. El suyo era un country seco, lejos de los coros melosos. Su fría mirada y viejas botas llevan el barro de haber descendido más de una vez a los infiernos. Lo que hace que su testimonio de fe, sea algo más que bonitas palabras.

Cash creía en la realidad del Cielo, pero también en la del Infierno. La muerte de su hermano Jack, cuando tenía catorce años, marcó toda su vida. Sobre su tumba, puso la pregunta: “¿me encontrarás en el cielo?” Su padre que no iba a la iglesia, hizo entonces profesión de fe, dejando de beber por un tiempo, sin acabar de controlar su carácter violento, pero Johnny se volvió introvertido y callado. No le gustaba el deporte y casi nunca sonríe en las fotos. Tras apartarse de su educación cristiana, regresa a la fe, pero lucha con la adicción. Vuelve a la droga, después de escribir “Un hombre vestido de negro”. El dice que perdió el contacto con Dios, pero nunca la fe.

Johnny vio que su “política de soledad y falta de comunión con otros cristianos consagrados, acabaría por debilitarle espiritualmente”. Él encontró al final de su vida que “hay algo muy importante en la adoración a Dios conjuntamente con otros cristianos, y perder eso nos hace presa fácil, nos convierte en vulnerables a las tentaciones y vicios destructivos que van siempre estrechamente ligados al trasfondo de la vida artística”. Pero su vida nos habla sobre todo de la verdad de un Dios de amor, perdonador, clemente, paciente y bondadoso; pero también de lo increíblemente débiles que somos. Por eso, gracias a Dios que nuestra fe no está basada en ninguna decisión emocional que un día hayamos hecho, sino en la obra perseverante de un Dios que nunca nos abandona, y cuya gracia esperamos nos lleva al final del camino. Pero mientras la lucha se hace dura, y larga la noche...

Johnny logró el propósito de su vida, mostrando el poder de la salvación. Luchó la buena batalla. Corrió la carrera. Mantuvo la fe. Tocado por la gracia, tenía una paz, a pesar de sí mismo, que Dios le dio. En medio de su dolor, experimentó la redención, por la cual ya no vivió en la miseria. Se consolaba leyendo el libro de Job. Dice en el 2002: “nunca dudé de Dios”. Sus heridas emocionales le hicieron alguien introvertido, pero el amor que no encontró en su padre, le descubrió en su Padre celestial. Su sufrimiento le hizo sensible al dolor de los demás. Ayudó a muchos con su dinero y su experiencia.

Cash entendió muy bien el conflicto del que habla el apóstol Pablo, cuando dice: “sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado. Porque lo que hago no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago” (Romanos 7:14-15). Su debilidad le angustiaba, cuando no podía vencer la tentación. “Lucho con la bestia que hay en mí, cada día”, dice. Su testimonio, por eso, vale más para mí, que el de muchos músicos cristianos. Habla de la realidad del perdón y el poder de la gracia, que es mayor que nuestro pecado. “Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (1 Corintios 12:10).

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