En las oscuras profundidades con Cousteau
“Todas las familias felices se parecen –dice Tostoi al comienzo de Ana Karenina–, pero las infelices lo son cada una a su manera”. Cuando hace medio siglo el luminoso océano llegaba a la pequeña pantalla, para sumergirnos en las profundidades marinas desde el ambiente idílico del Calypso de Cousteau, poco imaginábamos la oscuridad que había por debajo de las aguas turbias que envolvían a esta familia.
Hace cincuenta años que comenzó la legendaria serie de televisión que le convirtió en una celebridad mundial de 1968 a 1972, Mundo submarino. Aunque el nombre de Cousteau es toda una institución en Francia, fue una producción americana. El había hecho una película para el cine con el joven director Louis Malle, El mundo del silencio (1956), que ganó la Palma de Oro del festival de Cannes y un Oscar al mejor documental, pero estaba en la ruina cuando acudió a las oficinas de la cadena ABC en Nueva York. El programa fue un fenómeno en Estados Unidos, pero de allí pasó a todo el mundo. La versión americana está narrada por Rod Serling, el mítico autor de series como Dimensión desconocida o En los límites de la realidad (The Twilight Zone), que marcaron “la primera edad de oro de la televisión”.
Para entender el impacto que tuvo en mi generación la serie de Cousteau, hay que pensar no sólo en lo diferente que era a otros documentales sobre la naturaleza, sino que apelaba a un público más amplio que los interesados en la biología marina. Lo que veías era el océano azul a la luz del sol en un barco donde todo parecía transmitir la calma y libertad del paraíso tropical. Casi en todos los episodios salía su hijo Philippe, que tenía aspecto de hippy, tocando la guitarra acústica en la cubierta al atardecer, o acompañado de su atractiva esposa, una modelo que conoció en un hotel de Nueva York con la que se acababa de casar en París. Se imaginaba el sabor de la cocina francesa, el olor del tabaco y el ambiente de una comuna en torno a la mesa del Calpyto… ¡todo muy de la época!
Icono de la cultura popular, sigue inspirando músicas y películas, mientras la saga a la que dio lugar se enfrenta por su legado y el debate de quién realmente era. En homenaje a él se hicieron composiciones electrónicas como la de Jean-Michel Jarre, Waiting For Cousteau (1990), o canciones como Calypso de John Denver en 1975. Fue llevado a la pantalla por Bill Murray en la película de Wes Anderson (Life Aquatic, 2004), pero más recientemente también por Lambert Wilson en Jacques (La Odisea, 2016), donde Jérôme Salle nos presenta la difícil relación con su familia.
EL PERSONAJE Y LA PERSONA
Bajo el gorro rojo del comandante –que empezó a usar, por cierto, para la serie de televisión–, está la cara oculta de un capitán Nemo, tan ambiguo como el personaje de Verne. Su vida nos muestra que se puede amar más la Naturaleza, que aquellos con los que convives. Esa dualidad, sin embargo, nos resulta demasiado conocida para no entender el abismo silencioso que separa el personaje de la persona. Aunque es todavía admirado por muchos, sus colaboradores le acusan de ser un falso ecologista y maltratador de animales, pero hasta su propia familia le considera un mal padre y un marido infiel.
Según Lambert Wilson, el actor que le ha interpretado en la ambigua Jacques (La Odisea, 2016), Cousteau era tan admirable como detestable. Como dice Jacinto Antón, solía caer peor de lo que se piensa. Tenía algo de resabiado y esa falsa jovialidad, que tras su delgadez escondía un carácter áspero y desabrido. Mantuvo dos familias paralelas, que sostienen todavía una batalla legal por su legado, pero aunque carecía de acreditación científica, logró transmitir el amor al mar a varias generaciones.
Muchas acusaciones son realmente males de la época, como el antisemitismo que transpira una carta a su hermano, encarcelado por traidor y muerto en desgracia en 1958. Es cierto que su primera película se estrenó ante una audiencia nazi en 1943. Era un documental sobre caza y pesca submarina, nada que ver con la preservación del medio ambiente. Todos estos datos no aparecieron en la prensa sensacionalista, sino en un libro de 1993 que escribió un reputado biógrafo francés, Bernard Violet. La información sobre los problemas familiares viene de su hijo mayor Jean-Michel, que ha escrito también un libro sobre él.
Su segundo hijo, Philippe, muere en un accidente de aviación en 1979, antes que nacieran sus dos hijos, el nieto del mismo nombre y la atractiva Alexandra, que se dedican también a mantener su legado. El problema es que la sociedad que lleva su nombre, pertenece ahora a su segunda esposa –la azafata que tuvo relación con él durante catorce años–, Francine, con quien tuvo otros dos hijos –Fabien y Celine–, mientras estaba casado con Simone –muerta de cáncer en 1990–. Jean-Michel hizo su propia fundación, tras llevarle su padre a juicio por el uso de su nombre, tanto en documentales como en un centro turístico en las islas Fiyi. Viuda y nieta –Francine y Alexandra– se disputan la restauración del Calypso, mientras los otros dos nietos –Fabien y Céline– se dedican a buscar restos de ovnis. La familia se mantiene entretenida, como ven…
SOBRE PADRES E HIJOS
Las películas de Anderson y Sallen no son por eso sólo historias sobre las profundidades del océano, sino sobre el drama de padres e hijos. Son personas que se sienten solas y no son queridas. El Zissou que interpreta Murray, no da muchos señales de ser feliz. Su mirada cansada y triste es más poderosa que la de Lambert en el film de Salle. Como en todo el cine de Anderson, hay una aparente frialdad, por la que no llegamos a saber lo que les sucede emocionalmente a estos personajes, pero nos los muestra en su orfandad. Son padres que quieren ser hijos e hijos que no tienen padres
Al principio el trasunto de Cousteau pierde a su mejor amigo, a quien devora un tiburón, para encontrarse después a Owen Wilson como su posible hijo, pidiéndole formar parte de su tripulación, mientras que la esposa que hace Anjelica Huston le abandona. Sus documentales ya no tienen público y el productor que encarna Michael Gambon le anuncia que se acabó la financiación para sus aventuras. Zissou se enamora de la joven embarazada Cate Blanchett, que en realidad a quien quiere es al personaje de Wilson. No sabemos si es hijo suyo, pero el ayudante que es Willem Dafoe, sí que resulta serlo. Todo un desconcierto que acaba al ser asaltados por unos piratas filipinos.
Es un melodrama con apariencia de comedia, como dice Hilario Rodríguez. Los personajes son adultos que actúan como niños, “huérfanos de la tormenta” en la expresión de Carlos Losilla, que vagan a la deriva en busca de un tiburón. Todo en el tono lánguido y melancólico del cineasta que mejor ha reflejado los sentimientos de la generación del divorcio que nace en los años 60.
CONTRADICCIONES
Es esa odisea personal la que le interesa también a Jérôme Salle, por haber tenido él también problemas con su padre. La compleja y distante relación con Philippe es mostrada al lado de los escasos escrúpulos del comandante con el medio ambiente. Una de las imágenes emblemáticas de Jacques (La Odisea, 2016) muestra cómo el Calypso vierte la basura al mismo mar que intenta proteger… ¡así somos de contradictorios!
La película que clausuró el festival de San Sebastián nos sumerge en los misterios del fondo del océano a través de una cámara que intenta reproducir el estilo de los documentales de Cousteau, acompañados por la emocionante música de Alexandre Desplat. Más enigmáticas resultan, sin embargo, las profundidades interiores de un personaje obsesionado por la aventura y el mar, pero con relaciones turbulentas en su entorno más cercano. En la película vemos como mete a su hijo en un internado, mientras navega con su esposa alcoholizada y tiene un amante en cada puerto.
Trabaja así para una petrolera, que financia el combustible para su expedición, a cambio de localizar yacimientos submarinos. O captura dos leones marinos para que convivan con la tripulación, porque queda bien en la serie. Salle muestra eso en la película, pero también su empeño en salvar la Antártida y sus intentos de reconciliación con su hijo Philippe, que le acompaña en una gira de conferencias
Es para Salle, una imagen de las contradicciones de la sociedad actual, sensibilizada por la naturaleza y el medio ambiente, pero buscando el reconocimiento personal para tu propio beneficio. Nuestro egoísmo es puesto de manifiesto en la manera que Cousteau se desentiende de sus hijos, intenta modelar la realidad al gusto del espectador y es infiel con aquellos que dan todo por él.
LA EVIDENCIA DE DIOS
Cousteau dice en su último libro que “la gloria de la naturaleza da evidencia que Dios existe”, pero la miseria de nuestra vida da evidencia de que sólo el mismo Dios puede salvarnos. Sus palabras en la obra póstuma “Los humanos, las orquídeas y los pulpos” son un eco de Salmos como el 18, 19 o 103, que hablan de la gloria de Dios en la creación, o sea de las señales que ha dejado de la realidad de quién es Él como Autor de la vida, en la obra de sus manos. Es así como “las cosas invisibles de Él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo” (Romanos 1:20)
El comandante murió como católico –no se convirtió al final al Islam, como dice una noticia falsa–, pero su vida muestra las contradicciones de nuestra tendencia a adorar a la creación en vez de al Creador (Ro. 1: 25), sobre toda a esa criatura que somos nosotros mismos. Giramos en torno a nuestro ego, una y otra vez. Somos así de predecibles. Todo lo que hacemos, pensamos y decimos, no busca más que nuestro propio beneficio.
Ese conocimiento del Creador, sin embargo, no puede salvarnos. Lo que hace es dejarnos sin excusa (Ro. 1:20). Necesitamos que el mismo Dios nos rescate por medio de Jesucristo, para poder ser libres de nuestra miseria. El ser humano tal y como es, no tiene remedio. Y la creación sufre las consecuencias. Su “anhelo ardiente” es ser libre de esa “esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios” (8:19-29).
Somos como los personajes de las películas de Anderson, padres que quieren ser hijos e hijos que no tienen padres. La buena noticia es que tenemos un Padre en los cielos que al recibir y creer a su Hijo Jesucristo nos hace sus hijos (Juan 1:12). Nos muestra así el amor que no hemos dado, ni recibido (1 Juan 3:1). Y nos anuncia que un día veremos lo que significa ser hijos suyos (Romanos 8:19). Mientras tanto gemimos con su creación (v. 22), esperando la salvación en este mar de muerte y soledad, hasta que un día seamos librados incluso de nosotros mismos.