El problema del mal en Grantchester
“Cuando penetramos en el corazón de las cosas, siempre encontramos un misterio –dice Einstein–. La vida y todo lo que tiene que ver con ella, es insondable.” Se ha publicado por fin en castellano la primera novela de “Los Misterios de Grantchester”, la colección de libros que ha inspirado la serie de televisión británica sobre un vicario anglicano que resuelve crímenes.
Escrita por el hijo del arzobispo de Canterbury, James Runcie, es algo más que un delicioso cuadro de la vida de Grantchester, un tranquilo pueblo cerca de Cambridge en los años 50. Sidney Chambers es un atractivo canónigo, tímido y encantador. Su condición clerical, no le impide ser amante del jazz, el whisky y la cerveza, aunque vive atormentado por los recuerdos de la Segunda Guerra Mundial.
DETECTIVES RELIGIOSOS
Obviamente, Chambers no es el primer detective religioso de la Historia. Cuando se habla de él, todo el mundo piensa en el Padre Brown, el “sacerdote papista, bajito, regordete, corto de vista, con su negro sombrero clerical y su sempiterno paraguas” –como le describe Luis Alberto de Cuenca en un capítulo del libro sobre “Detectives raros” de Reino de Cordelia–. El personaje de Chesterton (1874-1936) ha vuelto también recientemente a la televisión en una serie que reconstruye fielmente el ambiente de la Inglaterra de principios del siglo pasado, después de haber sido interpretado en el cine por Alec Guinness. La mejor edición tal vez de las historias del converso escritor al catolicismo es la que hizo recientemente Valdemar en dos tomos, a cargo de José Rafael Hernández Arias –aunque la traducción original mexicana de Alfonso Reyes es todo un clásico–.
El recientemente fallecido Carl McInerny (1929-2010), una de las mayores autoridades en el pensamiento tomista medieval, que fue profesor de filosofía en Notre Dame, tiene también otro cura detective, el Padre Dowling. Su personaje fue popularizado libremente en la televisión por Tom Bosley a finales de los 80. En este caso en un contexto norteamericano, la ciudad ficticia de Fox River en los libros, convertida en Chicago por la serie, donde le acompaña una monja encantadora –como la que protagoniza otra serie de libros suyos, publicados con seudónimo femenino–.
Uno de los detectives religiosos más curiosos es el rabino creado por Harry Kemelman (1908-1996). Apareció en “Crimen en la sinagoga”, el año que yo nací (1964) y fue trasladado a la televisión como parte de las películas de misterio de la NBC. Cuando era niño, “Lanigan y el rabino” se turnaba en Estrenos TV con McCloud, Colombo, o McMillan y su esposa. El libro se tradujo por Versal en 1987, al que siguió el segundo y el tercero de una serie de novelas que en inglés llegan hasta los 90. Lanigan es el jefe de policía católico que ayuda el rabino.
SANTA CURIOSIDAD
En la novela que inicia la serie de Kemelman, el rabino Small aprovecha un descanso en sus pesquisas para distinguir entre las tres confesiones de los detectives que estamos hablando: “Los tres procedemos de tradiciones muy distintas. El monseñor es un sacerdote en la tradición de los hijos de Aarón en la Biblia; tiene ciertos poderes de naturaleza mágica que ejercita en la celebración de la misa, por ejemplo, en la que el pan y el vino se transmutan mágicamente en el cuerpo y la sangre de Cristo. El doctor como ministro protestante, pertenece a la tradición de los profetas; ha sido llamado a predicar la palabra de Dios. Yo, un rabino, soy un personaje fundamentalmente secular, sin el maná del sacerdote, ni el llamado del ministro.”
Sherlock Holmes le dice una vez a un policía que “para una gran mente, no hay nada pequeño”. El secreto para resolver los casos, siempre está en los detalles. Desde la perspectiva de la fe, la vida encierra un misterio. Un creyente debe tener por lo tanto, santa curiosidad. La religión se presenta, sin embargo, a menudo vacía, o lejos de la realidad. Y Chambers les parecerá a los creyentes, demasiado mundano, pero la fuerza de su personaje está en la fe, no su debilidad. Cada episodio acaba con un sermón que se enfrenta a lo desconocido, para mostrarnos lo que conocemos, como diría Chesterton.
Si eres hijo de pastor, como Runcie, Bergman, Nietzsche o yo mismo, puedes rebelarte contra tu padre y predicar la futilidad de la fe o la muerte de Dios, pero los libros del hijo del arzobispo hubieran “divertido y dejado perplejo” a su padre –cree él–, que estuvo en la Segunda Guerra Mundial antes de llegar a Canterbury en los años 80. Empezó su ministerio en Cambridge en la posguerra, donde nació el escritor en 1959. Su mente liberal le hace pensar lo mejor de la gente, pero la experiencia hizo que tuviera que asumir también lo peor de cada uno. Entiende la ambigüedad y busca una comprensión que abrace la tolerancia.
DEL LIBRO A LA SERIE
“A pesar del consuelo de la fe”, Chambers está dispuesto a reconocer que “la vida religiosa está llena de dudas y soledad”. Se nos presenta en 1953, soltero, pero atraído por la mejor amiga de su hermana, Amanda, que le anuncia su compromiso. No voy a destripar la historia, pero en el libro tiene más dudas de sus sentimientos por ella, que por la viuda alemana que acaba de conocer. Si en el segundo episodio su amiga se casa, en el libro el compromiso se rompe. Hay diferencias entre los libros y la serie.
El primer libro es realmente una novela con la historia del primer episodio. El segundo no ha sido traducido todavía, “Sidney Chambers y los peligros de la noche” (2013). Tiene seis historias. El siguiente cuatro, “Sidney Chambers y el problema del mal” (2014). Y el último que ha publicado, otras seis, “Sidney Chambers y el perdón de pecados” (2015), que continua la acción en los años 60. La serie ha llegado a la tercera temporada, pero anuncian el cambio del actor protagonista para la cuarta.
El PROBLEMA DEL MAL
En “El problema del mal”, Sidney tiene algunos comentarios bastante profundos. Observa que “alguna gente cree que el mal no es un problema a resolver, sino un misterio a enfrentar y vivir con él”. En un sermón funeral dice: “si hay Dios, ¿por qué hay mal? Si no lo hay, ¿por qué existe el bien? El misterio del mal es complejo desde la base de un Dios bueno, pero el misterio del bien es incapaz de resolver desde la base de que no hay Dios.”
El mal es un problema para creyentes y no creyentes. No podemos explicarlo. La diferencia está en que el creyente sabe de dónde viene el bien. “Toda buena dadiva y todo don perfecto viene de lo alto, del Padre de las luces” (Santiago 1:17). El no creyente no sabe por qué le va bien en la vida. Cree que es la suerte, o la fortuna que le ha sonreído. No sabe que todo lo bueno viene de Dios. Y por eso no se lo agradece.
Chesterton diferencia entre el misterio y el Mysterium Tremendum, lo que podemos conocer al buscar lo desconocido. Ya que como dice el autor del Padre Brown, “comparado con lo infinito de Dios, este mundo es bastante simple”. Ya que “comparados con los grandes movimientos del Espíritu, los seres humanos son muy predecibles”.
Runcie nos presenta una fe accesible, que muestra comprensión y gracia. Es honesta con el problema del mal, Y su conocimiento de las sombras, permite a Sidney tener la empatía que Cristo muestra con nosotros. “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno que ha sido tentado como nosotros” (Hebreos 4:15). En Él se resuelve el problema del mal.