"Sólo podemos rezar por todos ellos, sin saber quiénes son ni cómo fue su vida" Vicente Esplugues, el cura de la morgue del Palacio de Hielo: "Hay allí mucha vida muerta y mucho duelo interrumpido"
"Es como una enorme nevera, pero ves los féretros allí alineados y te haces consciente de la magnitud de la tragedia que estamos viviendo"
"La pandemia es un signo de los tiempos, que está desnudando nuestras falsas seguridades y nos hace recordar nuestra fragilidad"
"Que la gente tenga paciencia y que no se juzgue severamente ni se culpabilice por no poder estar, en los últimos momentos, al lado de sus seres queridos"
“En la Iglesia, tenemos un problema evidente de comunicación y, por eso, no sabemos llegar a la gente”.
"Que la gente tenga paciencia y que no se juzgue severamente ni se culpabilice por no poder estar, en los últimos momentos, al lado de sus seres queridos"
“En la Iglesia, tenemos un problema evidente de comunicación y, por eso, no sabemos llegar a la gente”.
Nunca pensó que iba a tener que rezar responsos por decenas de muertos, en féretros dispuestos en filas en medio del frío y del silencio del Palacio de Hielo de Madrid, convertido en morgue improvisada por el coronavirus. Y eso que a Vicente Esplugues, 49 años, las ha visto de todos los colores, fue misionero, le encanta el heavy y, antes de ser cura, fue rockero e, incluso después de cura, dedicó su tesina en el Instituto Superior de Pastoral a lo que algunos llaman “la música del diablo”.
Pero la verdad es que el padre Vicente, misionero del Verbum Dei y vicario de la parroquia de Nuestra Señora de América, forma parte de la 'brigada de curas del Palacio de Hielo'. Son cinco con él los curas que todos los días, a las 11:00, se ponen sus trajes de protección y sus mascarillas y entran en la morgue provisional con las oportunas acreditaciones, que les ha proporcionado el arzobispado de Madrid. Lo único que les distingue como sacerdotes es la estola morada, que llevan encima y el hisopo en la mano.
El cardenal Osoro, arzobispo de la capital, quiere ofrecer este servicio a la gente y visibilizar, asimismo, la presencia de la Iglesia en estos momentos tan duros, cuando ni siquiera los familiares pueden despedirse de sus deudos ni hacer el más mínimo duelo. Que, al menos un cura, les dé la última bendición.
La ceremonia que hacen todos los días Vicente y sus compañeros es “sencilla y breve” y suele durar unos doce minutos. Vicente suele colocarse en una esquina del Palacio de Hielo y, allí, habitualmente solo (“a veces, nos acompaña algún militar de la UME, de los que allí trabajan”) saca una hoja y lee, en voz alta, Juan, 11, el pasaje que narra la resurrección de Lázaro. Y con el alma encogida, añade el responso habitual en estos casos:
Responso
Yo soy la resurrección y la vida –dice el Señor–; quien cree en Mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo el que vive y cree en Mí no morirá eternamente. (cfr. Juan 11, 25-26)
V/ . Venid en su ayuda, Santos de Dios; salid a su encuentro, Ángeles del Señor.
R/. Recibid su alma, y presentadla ante el Altísimo.
V/ . Cristo que te llamó, te reciba y los Ángeles te conduzcan al regazo de Abraham.
R/. Recibid su alma y presentadla ante el Altísimo.
V/ . Concédele, Señor, el descanso eterno y brille para él (ella) la luz eterna.
R/. Recibid su alma y presentadla ante el Altísimo.
Agua bendita.
V/ . Señor, ten piedad.
R/. Cristo, ten piedad, Señor, ten piedad.
Padre nuestro…
V/ . Libra, Señor, su alma.
R/. De las penas del infierno.
V/ . Descanse en paz.
R/. Amén.
V/ . Señor, escucha nuestra oración.
R/. Y llegue a ti nuestro clamor.
V/ . El Señor esté con vosotros.
R/. Y con tu espíritu.
Oremos
Oh Dios, que concedes el perdón y quieres la salvación de los hombres: te rogamos que, por la intercesión de la Santísima Virgen María y de todos los Santos, concedas la bienaventuranza a tu hijo (hija), a quien llamaste de este mundo. No le (la) abandones en manos del enemigo, ni te olvides de él (ella) para siempre; sino recíbelo (la) con tus santos Ángeles en el Cielo, su patria definitiva. Y porque creyó y esperó en ti, concédele para siempre las alegrías del Cielo. Por Cristo nuestro Señor.
R/. Amén.
Yo soy la resurrección y la vida; quien cree en Mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo el que vive y cree en Mí no morirá eternamente. (Juan 11, 25-26)
V/ . Concédele, Señor, el descanso eterno.
R/. Y brille para él (ella) la luz eterna.
V/ . Descanse en paz.
R/. Amén.
Y tras bendecir los féretros con el hisopo, Vicente llora por fuera y por dentro. “Se me ponen los ojos llorosos. Impresiona mucho ver los ataúdes, en medio de aquella frialdad ambiental. Hay allí mucha vida muerta y mucho duelo interrumpido. Es como una enorme nevera, pero ves los féretros allí alineados y te haces consciente de la magnitud de la tragedia que estamos viviendo. Éstas no son imágenes que pasan rápido por el telediario, son realidades que estás viendo con tus propios ojos”, explica el sacerdote.
Y con humildad, añade: “Sólo podemos rezar por todos ellos, sin saber quiénes son ni cómo fue su vida. Sin saber siquiera si fueron o no creyentes. Lo único que sabemos es que son hijos amados de Dios y, estén bautizados o no, rezamos por ellos, para que Dios les otorgue el descanso eterno y los acoja en sus brazos de Padre bueno y misericordioso”
La mayoría de la gente entiende su labor de últimos consuelos y les da gracias por ello. De hecho, a la parroquia llegan muchas llamadas y wassap agradeciendo su presencia en la gran morgue de hielo. Y alguno de los militares presentes se lo dijo una mañana: “Pater, gracias por ellos y por nosotros”.
En el fondo, según Vicente, “la pandemia es un signo de los tiempos, que está desnudando nuestras falsas seguridades y nos hace recordar nuestra fragilidad, con este mazazo a las seguridades que nos hemos construido y con las que hemos pretendido blindarnos. Y, ahora, cuando la muerte se acerca, nos encuentra sin respuestas”.
A su juicio, esas respuestas las atesora, desde siempre, la fe católica y la Iglesia. Por eso, le duele especialmente que no se valore el papel de los creyentes y de los curas, y que “algunos sigan diciendo que no hacemos nada, cuando Caritas y todas las parroquias y organizaciones de Iglesia están al pie del cañón y no paran de atender a los más necesitados”.
Eso, sí, como especialista en los medios, el padre Esplugues hace autocrítica y asegura que “en la Iglesia, tenemos un problema evidente de comunicación y, por eso, no sabemos llegar a la gente”. Y eso que la Iglesia cuenta con el ejemplo de un Papa como Francisco que comunica con sus gestos y que, precisamente por eso, “es un icono”.
De ahí que crea que, en y después del coronavirus, la Iglesia puede ser “la luz que la gente anda buscando en medio de la oscuridad”. Luz que dé sentido a sus vidas y a sus desgarro interiores, como los vividos con las muertes de la pandemia. Desgarros que, a su juicio, necesitan duelo, pero con paciencia y sin autojuzgarse. “Que la gente tenga paciencia y que no se juzgue severamente ni se culpabilice por no poder estar, en los últimos momentos, al lado de sus seres queridos. Y que los creyentes se consuelen con la esperanza de la Resurrección”.
Y, después, el duelo. Primero, el personal, para el que, en la parroquia de Vicente, Nuestra Señora de América, ya están haciendo misas online por los difuntos y “haremos todos los funerales que nos pidan”. Y en segundo lugar, el sacerdote pide “un funeral de Estado en la catedral de La Almudena, que sería algo muy significativo para todos, creyentes o no”. Porque, como concluye el cura, “el corazón necesita respuestas”. Y cita el capítulo 37 del profeta Ezequiel, en el pasaje de los huesos secos: “Así dice el Señor Dios: 'Ven de los cuatro vientos, oh espíritu, y sopla sobre estos muertos, y vivirán'”.