"El ministerio no debe desplazar el tiempo dedicado a la familia, que debe permanecer una prioridad absoluta" Cómo conciliar la vida familiar, laboral y diaconal
"Es crucial la forma de equilibrar el papel del diácono casado en la parroquia y sus responsabilidades en el hogar"
"El papel triple de los diáconos casados como diáconos, esposos y padres proporciona un punto de entrada para su ministerio"
"Los diáconos casados pueden hablar, predicar y actuar directamente sobre asuntos familiares y mundanos de una manera que no es posible para un clero célibe"
"Es fundamental que los diáconos se enfoquen más en el “ser” que en el “hacer” para no quedar atrapados en la constante actividad, a la manera en que Jesús vivió, sin prisas y en conexión profunda con los demás"
"Los diáconos casados pueden hablar, predicar y actuar directamente sobre asuntos familiares y mundanos de una manera que no es posible para un clero célibe"
"Es fundamental que los diáconos se enfoquen más en el “ser” que en el “hacer” para no quedar atrapados en la constante actividad, a la manera en que Jesús vivió, sin prisas y en conexión profunda con los demás"
| Francisco José García-Roca
Es tema de gran preocupación entre cualquier padre de familia la conciliación entre la vida laboral y familiar, pero esta preocupación se incrementa entre los diáconos casados que cumplen su ministerio como padres y esposos en sus familias y como diáconos en la Iglesia, todo ello unido a sus responsabilidades laborales, así como las de cualquier ciudadano y vecino, que hace que la conciliación resulte aún más complicada.
Por ello es crucial la forma de equilibrar el papel del diácono casado en la parroquia y sus responsabilidades en el hogar. Muchos diáconos sienten culpa y se preguntan si lo hicieron mal porque sus hijos no practicaban la fe, e incluso no creen. Cierto es que este no es problema solo de las familias diaconales, ya que en muchas familias laicas comprometidas sienten lo mismo.
El papel triple de los diáconos casados como diáconos, esposos y padres proporciona un punto de entrada para su ministerio. La experiencia de primera mano en sus hogares y lugares de trabajo lo hace posible. Los diáconos casados pueden hablar, predicar y actuar directamente sobre asuntos familiares y mundanos de una manera que no es posible para un clero célibe.
En Deuteronomio 6:6-7, "Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes", subraya la importancia de la enseñanza de los mandamientos de Dios en el ámbito familiar, indicando que los líderes deben ser ejemplos espirituales para sus hijos, educándolos continuamente en los caminos del Señor.
Es en estos casos en los que la comunidad parroquial juega un papel importante al poder ofrecer apoyo y comprensión a sus diáconos en su esfuerzo por equilibrar sus responsabilidades, reconociendo los desafíos únicos que enfrentan estos hombres y brindándoles los recursos necesarios para afrontar su doble misión de servir a Dios y a su familia. En última instancia, la conciliación entre la vida laboral, familiar y el ministerio diaconal es un desafío continuo que requiere de flexibilidad, comprensión y un enfoque equilibrado por parte de todos los involucrados.
El triple rol de los diáconos casados como ministros, esposos y padres les brinda una oportunidad única para ejercer su ministerio, pudiendo conectar de manera más auténtica con situaciones cotidianas por su experiencia personal en el ámbito familiar y laboral, pudiendo abordar, predicar y actuar sobre temas familiares y asuntos del día a día de una manera que no está al alcance de un clero célibe. En otras palabras, pueden abordar temas desde una perspectiva que el clero célibe no posee, porque conoce de primera mano las tensiones en el hogar, las relaciones entre los cónyuges y sus hijos, y con experiencia para sanar y acercar al que se aleja de la Iglesia.
En 1 Timoteo 3:8-13 se describen las cualidades requeridas para los diáconos y sus esposas, subrayando la importancia de la vida familiar y el carácter moral.
"Los diáconos, asimismo, deben ser dignos, sin doblez, no dados a mucho vino, no codiciosos de ganancias deshonestas; que guarden el misterio de la fe con limpia conciencia. Y éstos también sean sometidos a prueba primero, y entonces ejerzan el diaconado, si son irreprensibles. Las esposas de los diáconos deben ser igualmente dignas, no calumniadoras, sobrias, fieles en todo. Los diáconos sean maridos de una sola mujer, y que gobiernen bien sus hijos y sus casas. Porque los que ejercen bien el diaconado ganan para sí un grado honroso y mucha confianza en la fe que es en Cristo Jesús".
Según la Constitución Dogmática de la Iglesia, Lumen Gentium, Capítulo 2, la "iglesia doméstica" es una realidad concreta donde la fe se vive, se celebra y se transmite de generación en generación. Cada miembro de la familia tiene la oportunidad de experimentar y testimoniar la presencia de Cristo, desarrollando una vida de oración, caridad y amor mutuo que refleja la comunión de la Iglesia universal, por lo que la santidad no es exclusiva del clero o de la vida religiosa, sino que está al alcance de todos los fieles.
Al designar a la familia como "iglesia doméstica", el Concilio Vaticano II invita a todos los fieles a reconocer la importancia de cultivar una fe viva y activa en sus hogares, donde cada hogar se convierte en un lugar privilegiado de encuentro con Dios, un espacio donde se aprende y se vive la fe de manera auténtica y profunda, porque la familia no solo es receptora de la gracia divina, sino también protagonista en la misión evangelizadora de la Iglesia.
"Dios se manifiesta a cada persona de manera única, adaptándose a las diferentes circunstancias y contextos de la vida de cada individuo. Esta diversidad en la forma en que experimentamos la presencia divina se debe a que nuestra familia, cultura y religión influyen y condicionan nuestra percepción de Dios de distintas maneras" ("Evangelización de la iglesia doméstica", Capítulo 1).
Este enfoque nos permite comprender mejor el papel especial que los diáconos casados desempeñan como líderes en la Iglesia. Al estar profundamente integrados en el mundo secular, viven y trabajan en un entorno cotidiano, y a través de este contexto filtran su ministerio de servicio diaconal. Su vida familiar y profesional se entrelaza con su vocación, permitiéndoles llevar la presencia de Dios a su entorno de una manera auténtica y accesible.
De esta forma, el hogar se convierte en una pequeña iglesia doméstica, un espacio sagrado donde los diáconos casados comunican la Palabra de Dios no solo con palabras, sino con acciones concretas de amor, servicio y ejemplo, demostrando cómo la fe puede vivirse plenamente en la vida cotidiana. Esto enriquece la evangelización, mostrando que el mensaje de Cristo puede resonar en todos los ámbitos de la vida humana, acercando así a más personas a la experiencia del amor divino.
San Juan Crisóstomo sostenía que el padre de familia es como un obispo dentro de su hogar. Al igual que un obispo es responsable del bienestar espiritual de su diócesis, el padre de familia tiene la responsabilidad de guiar espiritualmente a su familia. En una de sus homilías sobre la Primera Epístola a Timoteo (Homilía 34), dice:"¿Deseas ser obispo? Pues debes comenzar por hacerte obispo de tu propia casa. Que tus hijos aprendan de ti a mantenerse en orden y piedad. Porque si no puedes dirigir tu propia casa, ¿cómo podrás cuidar de la Iglesia de Dios?".
Refiriéndose a la conducta de aquellos en la Iglesia primitiva, San Pablo dice, en la Segunda Carta a los Tesalonicenses (2 Tesalonicenses 1:3): “Siempre debemos dar gracias a Dios por vosotros… porque vuestra fe florece cada vez más, y el amor de cada uno de vosotros por los demás crece cada vez más” (2). Tes 1:3). Estas palabras sirven como luz de guía para cada diácono, motivándolo a expresar su amor en su familia y llegar más allá de su iglesia doméstica para extender el servicio amoroso y la compasión al pueblo de Dios, sin importar lo que haga, a través de los ministerios de la Palabra, la liturgia y la caridad. Es un recordatorio de la necesidad de cultivar una fe sólida, un amor creciente y una actitud de gratitud constante. Estas virtudes no solo fortalecen su vida espiritual y familiar, sino que también los capacitan para servir mejor a la comunidad que se les ha confiado.
La familia de un diácono está llamada a ser un ejemplo de fe y amor, y por ello debe estar marcada por la oración, el apoyo mutuo y el amor, reflejando el testimonio cristiano, guiados por el Espíritu Santo. Al igual que la Sagrada Familia de Jesús, María y José, el diácono y su esposa, en su noble vocación, asumen el sagrado compromiso de inspirar a su familia a vivir en profunda comunión con Dios y en amor hacia el prójimo. En su vida diaria, toman la iniciativa de motivar a sus seres queridos a amar a Dios con un corazón ferviente y a extender la mano a los necesitados, siguiendo el ejemplo de Cristo que se hizo servidor de todos y responden con generosidad y valentía, buscando siempre la voluntad de Dios en cada acción y decisión. Así, la familia se convierte en un reflejo viviente de la caridad y la justicia, siendo testimonio de la gracia y el amor divinos en el mundo.
La figura de la esposa de un diácono puede asemejarse a la de San José, esposo de María, en su compromiso y apoyo en el ámbito del ministerio y la vida familiar. Así como San José demostró una profunda fe y obediencia al aceptar su papel como protector de la Sagrada Familia y colaborar en la misión divina de Jesús y María, la esposa del diácono comparte un compromiso similar al apoyar y colaborar en el ministerio de su esposo, un servicio desinteresado, sacrificio y dedicación, siendo pilares fundamentales en el cumplimiento del plan divino. La esposa del diácono, al igual que San José, actúa con humildad y virtudes cristianas, contribuyendo significativamente al bienestar espiritual y al testimonio de fe en la familia y la comunidad.
Como miembro de la familia, ministro de la Iglesia y trabajador en el mundo, los diáconos enfrentan numerosos desafíos que demandan equilibrio y sabiduría, reconociendo que aunque nunca hay suficiente tiempo para hacer todo, siempre hay tiempo para lo que verdaderamente importa. El ministerio no debe desplazar el tiempo dedicado a la familia, que debe permanecer una prioridad absoluta.
Es fundamental que los diáconos se enfoquen más en el “ser” que en el “hacer” para no quedar atrapados en la constante actividad, a la manera en que Jesús vivió, sin prisas y en conexión profunda con los demás. Vivir de adentro hacia afuera permite discernir y dirigir sus responsabilidades desde una perspectiva espiritual, guiada por el Espíritu Santo, en lugar de ser arrastrados por actividades externas. Finalmente, al ver su vida y ministerio a través de los ojos de Cristo, los diáconos pueden establecer prioridades con mayor claridad, asegurando que su tiempo y esfuerzos se dirijan a lo que es verdaderamente significativo. Cuando los diáconos logran esta visión cristocéntrica, sus vidas y ministerios adquieren una nueva perspectiva y equilibrio, guiados por las Bienaventuranzas y el ejemplo de Cristo.
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