Gaspar García Laviana, Misionero, Sacerdote, Poeta y Guerrillero

Tributo a su compromiso con Jesucristo y los pobres de Nicaragua

El próximo día 11 de diciembre se cumplen 38 años de la muerte en combate del sacerdote Misionero del Sagrado Corazón, poeta y guerrillero Gaspar García Laviana, que este año celebraría sus bodas de oro.

"¿Eres aliado tu de un tribunal de perdición,
que elige en ley la tiranía?
Ellos atropellan el alma del justo,
la sangre inocente condenan".

(Del Salmo 94,20-21)


Hay personas que eso de incorporarse a la guerrilla les resulta difícil de digerir. Es muy diferente ver la realidad desde fuera o desde dentro. A Gaspar le costó mucho decidirse por la guerrilla. Tuvo que hacerse mucha violencia a si mismo. Se movía en una terrible contradicción consigo mismo: ser a la vez cura y guerrillero. Antes de morir en la guerrilla fue mártir de la contradicción de su propia conciencia, pero también mártir de los horribles sufrimientos del pueblo, víctima cruenta de la cruel tiranía de Somoza, que Gaspar hacía suyos, que le pesaban más que su propia vida. El mismo lo dice así:



“Como nicaragüense adoptivo y sacerdote, he visto en carne viva las heridas de mi pueblo; he visto la explotación inicua del campesino, aplastado bajo la bota de los terratenientes protegidos por la Guardia Nacional, instrumento de injusticia y represión; he visto como unos pocos se enriquecen obscenamente a la sombra del dictador somocista; he sido testigo del inmundo tráfico carnal a la que se somete a las jóvenes humildes, entregadas a la prostitución de los poderosos; y he tocado con mis manos la vileza, el escarnio, el engaño, el latrocinio representado por la familia Somoza en el poder. La corrupción y la represión inmisericorde han estado sordas a las palabras y seguirán estado sordas, mientras mi pueblo gime en la noche cerrada de las bayonetas, y mis hermanos padecen tortura en la cárcel por reclamar lo que es suyo: un país libre y justo, del que el robo y el asesinato desaparezcan para siempre..., por eso he resuelto sumarme como el más humilde de los soldados a esa guerra. Porque es una guerra justa y que en mi conciencia de cristiano es buena, porque representa la lucha contra un estado de cosas que es odioso al Señor Nuestro Dios..., el somocismo es pecado, y liberarnos de su opresión es liberarnos del pecado, he de combatir hsta el último aliento por el advenimiento del reino de justicia en nuestra patria, ese reino de la justicia que el Mesías nos anunció bajo la luz de la estrella de Belén”. ”

Decía Ortega y Gasset “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo” (Meditaciones del Quijote, 1914). Para Gaspar la circunstancia era el sufrimiento y la opresión absoluta de los campesinos de Nicaragua y la imposibilidad de conseguir por medios pacíficos cambiar un poco aquella situación. El sentía con el pueblo aquellas palabras de Jesús: “Dichosos los que tiene hambre y sed de justicia”, y “dichosos los perseguidos por causa de la justicia”. Perseguido y con hambre de justicia estaba él y la gente de su entorno que lo comprendía y lo acompañaba. Hacía todo lo que podía por remediar las necesidades de la gente, incluso durmiendo en el suelo por dejar su cama a otros, pero comprendía que no era solución, porque la opresión política de Somoza y los suyos cada vez producía más empobrecidos y miserables.

Recuerdo muy bien que estando en Guatemala, en el año 2003, fui con un intérprete a ver un terrateniente porque necesitábamos un simple cuenta revoluciones que él tenía para ajustar una centralita eléctrica. Al ver que yo era español me atendió muy amablemente y me contó muchas cosas: tenía tres fincas, la más pequeña de 800 hectáreas, las tres dedicadas a café, seis silos con capacidad para más de 900 toneladas de café, con selección electrónica del mismo por tamaño y color. Tenía helipuerto y una central eléctrica de 400.000 watios para abastecer la fábrica de elaboración completa del café hasta su venta. Los fines de semana se iba a EE.UU., donde tenía sus tres hijos estudiando. En aquella finca donde estábamos tenía unos 2000 obreros, que trabajaban de sol a sol, lloviera o no lloviera, dormían sobre la misma tierra en galeras (así llaman allí a unas naves tan solo cerradas de palos), hacían hogueras de noche para calentarse, tenían que llevar herramientas y comida, y trabajaban tan solo por unos 90 euros al mes. No estaban asegurados. Estando con él llegaron cuatro trabajadores a decirle que un compañero se estaba muriendo (hablaban con él en Quechí), que si podía llevarlo al hospital (en aquel lugar no había más coche que el suyo). El más mayor de los cuatro lloraba, era el padre del enfermo. Su respuesta del terrateniente fue literalmente esta: “si muere que se muera, hay muchos más deseando entra a trabajar aquí”. Al salir, nos ofrecimos a llevarlo de inmediato al hospital, a unos 40 kilómetros: hubo que bajarlo hasta el coche por un sendero tan estrecho que solo un compañero, en una pequeña silla atada a su espalda, lo pudo bajar. Lo acompañaron hasta el coche muchos de sus compañeros. Afortunadamente se recuperó de la enfermedad. Hemos conocido allí obreros jóvenes del café tuberculosos de trabajar a la intemperie, mojados muchos días, dormir ateridos de frío, comiendo una miseria.

Añadido a todo esto, niños y madres, literalmente muriendo de desnutrición en Jocotán, ya irrecuperables, niñas de menos de 10 años violadas, echadas a la calle; otras embarazadas de hermanos mayores o abuelos; mujeres embarazadas y abusadas hasta la muerte. Niños secuestrados tal vez para ser vendidos en adopción, o engordados para extraerles órganos para trasplantes o fabricar cosméticos. Comunidades enteras anegadas por las presas de las multinacionales eléctricas que se quedan sin nada y tienen que huir: estando en el basurero de Guatemala capital vimos llegar allí a unas 200 familias huidas de su Comunidad por esa causa, dispuestas a dormir al raso, o a lo sumo tapadas con un plástico: qué tristeza interior tan profunda afloraba a sus caras.

Ante esta realidad tan espantosa, si tienes un mínimo de sensibilidad, te sientes impotente, triste, abatido, desesperado, sin saber qué hacer, sientes rebeldía en tu interior; te haces mil preguntas; buscas una respuesta a tanto dolor, tan injusto...

Todo esto le pasó a Gaspar porque hizo suyo tanto sufrimiento, y con la mayor intensidad porque también era poeta, y los poetas tienen una inteligencia sensitiva especialmente desarrollada que les suscita mayor empatía con todo aquello que los circunda, y los empuja al compromiso sin reservas. Para Gaspar era evidente, y ojalá lo fuera para todos, que si no salvaba aquella realidad no se salvaba a si mismo. Por eso se comprometió hasta la muerte con ella, con los hombres, mujeres, niños y niñas que la sufrían cada vez más. Desde esa realidad tan sangrante se comprende, valora y admira la altísima calidad de su fe y su compromiso como cristiano y específicamente como sacerdote, condición que siempre mantuvo inquebrantable.

Jesús le mandó a Pedro guardar la espada porque sabía que su muerte era inminente e inevitable, con espada y sin espada. Su compromiso era absoluto con los pobres, igual que la rebeldía contra las injusticias de su tiempo hasta el punto de lanzar maldiciones públicas contra los ricos y por el contrario llamar dichosos a los que tienen hambre y sed de justicia o son perseguidos por causa de ella, pero al mismo tiempo hubo una ocasión en que no fue capaz de contener su furia, un hecho incuestionable que recogen los cuatro Evangelistas: “encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y los cambistas (banqueros) en sus puestos, y haciendo un látigo con cuerdas los echó a todos fuera del templo, con las ovejas y los bueyes, y desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas”. Allí tenían su negocio montado las autoridades del templo a costa de los más pobres del pueblo.

La realidad que vivió y sintió como suya Gaspar era aun mucho más sangrante, dolorosa y cruel que esta del Templo, que tanto irritó a Jesús porque utilizaban a Dios como instrumento de negocio. Gaspar llevaba sobre si todo el sufrimiento del pueblo pobre y oprimido de Nicaragua. Vale más morir por una idea que matar por ella: Gaspar no quería matar por ella, le repelía hasta el alma, pero hasta el alma le llegaba también con la máxima intensidad el sufrimiento del pueblo, y sí quería morir por ella, y por ella murió el 11 de diciembre de 1978.

El respecto y admiración por su compromiso desde su fe cristiana y sacerdotal comprometida con el pueblo, es incuestionable, y fue públicamente reconocido en múltiples lugares y circunstancias, y por eso Gaspar vive.

Para terminar recogemos algunas de sus poesías, donde refleja la realidad del pueblo campesino de Nicaragua, y como le llegaba a lo más profundo de su alma:

Me hieren tus huesos
entubados en pieles sedientas.
Me hieren tus ojos humillados
hendiendo la tierra.
Me hieren tu duro trabajo
y tus malas cosechas.
Me hieren tu ignorancia
y tu eterna tristeza.
Me hieren tus plantas desnudas
cuando pisan las piedras.
Todo tu yo me hiere campesino,
pero me hiere sobre
todo tu impotencia.

Sentí en mi carne tu pobreza
como un látigo de fuego.
Quise apagar
tu pobreza
con justicia legalista;
al no poder,
me convertí en guerrillero.
Campesino: abrasaste mis entrañas
como lava derretida
en el seno de la tierra.
Quiero consumir el mundo
con los versos encendidos
que me inspira tu pobreza.
El dolor ajeno pasa por nosotros
sin calarnos dentro.

Anoche vino la paz;
ancló su nave en mi puerto,
y se paseó en silencio
junto a la orilla del mar.
Después se puso a cantar
una extraña melodía al orden,
a la armonía, al amor y a la amistad.
Yo le grité a la desdicha
que tiene postrado al pueblo,
mordiendo el polvo del miedo,
del abuso y la injusticia.
Cuando acabé de gritar,
la paz habló de la guerra;
y me dijo que en la tierra
son hermanas guerra y paz.
Esto me dijo y se fue.
Al mirar que se alejaba,
vi a mi gente que lloraba.
Y yo también la lloré.

Un cordial abrazo a tod@s.-Faustino
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