¿Qué hacer para que la reforma de la Iglesia sea una realidad? Una Iglesia con Espíritu
"Necesitamos donde Él pueda ser el protagonista, conduciéndola por los caminos de la sencillez, el testimonio y el compromiso decidido con los pobres de la tierra"
"Las estructuras eclesiales no parecen muy llenas del Espíritu. Se ven rígidas, inmóviles, excluyentes, apegadas a lo que siempre se hizo de una manera, recargadas de lujos, protocolos, reverencias"
Con el papa Francisco hemos soñado con una Iglesia distinta. Ya desde el inicio de su pontificado, nos animó con sus palabras: “Quiero una Iglesia pobre y para los pobres”. Después nos ha ido enriqueciendo con sus escritos: Evangelii Gaudium, en la que destaca la dimensión social de la fe; Laudato Si, y Querida Amazonia, en los que el compromiso con una ecología integral nos interpelan profundamente sobre el cuidado de la casa común. También Amoris laetitia sobre el amor en la familia, Gaudete et exsultate sobre “los santos de la puerta de al lado”, Christus vivit sobre los jóvenes y Fratelli tutti sobre la fraternidad/sororidad y la amistad social, destacando la política como la forma más alta de la caridad.
Fuera de estos documentos están las muchas cartas apostólicas y las constituciones, la última de las cuales, Praeticate Evangelium, entró en vigor el pasado 5 de junio, en la que propone la reforma de la curia a partir de la misión esencial de la Iglesia: predicar el evangelio. Cada uno de estos documentos merecen una lectura detenida para entender y poner en práctica todo lo que proponen para cambiar el rostro de la Iglesia.
La urgencia del cambio
Efectivamente, esta Iglesia necesita con urgencia una reforma, un cambio. Si confrontamos lo que Vaticano II trazó para ella según la Constitución Lumen Gentium -una Iglesia Pueblo de Dios-, constatamos que falta mucho para hacerlo realidad. Con la propuesta de la sinodalidad -una iglesia donde todos caminan juntos-, el Papa volvió a impulsar este esfuerzo de reformar la Iglesia. Pero los logros no parecen ser demasiados.
Especialmente los jóvenes se van alejando más y más y esto no es un dato menor. De ahí que sea importante seguir pensando qué hacer para que la reforma de la Iglesia sea una realidad. En este sentido, si miramos los evangelios, encontramos la respuesta contundente: necesitamos una Iglesia con Espíritu, es decir, una Iglesia donde Él pueda ser el protagonista, conduciéndola por los caminos de la sencillez, el testimonio y el compromiso decidido con los pobres de la tierra.
Lo sagrado, en medio de la gente
Pero ¿acaso la Iglesia actual no está guiada por el Espíritu? ¿Acaso no es Él quien nos anima e impulsa en nuestro compromiso cristiano? Por supuesto que sí y, afortunadamente, hay mucha gente abierta a su acción, haciendo posible tanta bondad y bien. Pero las estructuras eclesiales no parecen muy llenas del Espíritu. Se ven rígidas, inmóviles, excluyentes, apegadas a lo que siempre se hizo de una manera, recargadas de lujos, protocolos, reverencias. Y los que se empeñan en mantener ese tipo de estructuras invocan que lo sagrado ha de ser así.
No parece que ese estilo tenga algo que ver con el Espíritu de Jesús. Los evangelios nos muestran a un Jesús que vive lo sagrado en medio de la gente. Lo que le interesa es la misericordia y la inclusión, la solidaridad y el compromiso, la liberación de todas las esclavitudes: “El Espíritu me ha ungido para anunciar la Buena Nueva a los pobres, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19).
Jesús anuncia el reino de Dios con palabras y signos que siempre van a favorecer a la gente. Las curaciones (Mc 5, 21-43; 6, 53-56) liberan a los enfermos, sobre todo, del estigma social que suponía la enfermedad en el contexto judío. La multiplicación de los panes (Mc 6, 30-44; 8, 1-10), que podríamos interpretar como un gesto eucarístico, muestra claramente que ese pan repartido no es para los puros, sino para la población hambrienta por las carencias que cada persona puede tener. Y así, toda la praxis de Jesús habla de cercanía y misericordia, contrastando a los fariseos y escribas de su tiempo, que solo se fijan en los mandatos de la ley, olvidando que la persona es quien debe ser el centro y la ley ha de estar a su servicio.
Una Iglesia que no excluye ni condena
Una Iglesia con Espíritu es la Iglesia que recupera la praxis de Jesús. Que pone a las personas en primer lugar. La Iglesia con Espíritu es la que no condena, no excluye, no discrimina, no ataca, no sataniza lo distinto. La Iglesia con Espíritu es la que se detiene en el camino como el buen samaritano (Lc 10, 29-37) para curar a todos los caídos en el camino. Es la que sabe que su misión es abrir caminos de esperanza siempre y en todas las circunstancias. Es la que desde su sencillez ofrece lo que tiene, sin pretensión de ser la única que sabe o la que tiene la última palabra.
La Iglesia con Espíritu es la que sabe estar en camino discerniendo los signos de los tiempos de cada momento histórico para responder a lo que las situaciones hoy demandan. Es la iglesia que abre puertas y ventanas para que el Espíritu limpie, renueve, transforme, cambie, desinstale. Es la Iglesia en salida, es la Iglesia misionera, es la Iglesia sinodal. Es la Iglesia pobre y para los pobres donde ellos se pueden sentir en casa porque no hay clases sociales o moralismos excluyentes.
Es la Iglesia donde los clérigos no están en puestos de honor sino sirviendo a los demás, conforme a la vocación que han escogido. Es la iglesia donde el laicado puede tener voz y protagonismo y se corresponsabiliza de la misión evangelizadora que el mismo Jesús le ha confiado. Es la Iglesia en la que la vida religiosa se convierte en un símbolo claro de la vida que se entrega al servicio sin atarse al poder, al honor, a los privilegios. A esta Iglesia estamos invitados y, está en nuestra apertura al Espíritu, hacerla posible.
(Foto tomada de: https://nicodemoblog.com/2020/04/27/nacer-de-nuevo-casaldaliga/)
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