Santa Teresa de Jesús: mujer y maestra de oración
Hoy 15 de octubre queremos recordar una figura femenina que abrió caminos -no sin sospechas y dificultades- pero que hoy es testimonio de como la historia puede ser distinta. Nos referimos a Santa Teresa de Jesús (o Teresa de Ávila) cuya fiesta celebramos este día. Santa española del siglo XVI (1515-1582), religiosa carmelita, fundadora y reformadora de muchos conventos femeninos y masculinos, gran escritora y, especialmente, maestra de oración y de vida espiritual. Por todo esto y por la santidad de su vida reconocida en 1622, se le concedió el título de “Doctora de la Iglesia” en 1970. Este título se otorga a ciertos santos a los que se les considera maestros de la fe para los fieles de todos los tiempos. Ha sido otorgado a treinta y tres de los santos de la Iglesia, tres de ellos mujeres: Teresa de Ávila, Catalina de Siena y Teresa del Niño Jesús.
Pero ¿por qué se le concede a Santa Teresa este título y qué significatividad puede tener hoy para nosotros? Como acabamos de decir, porque se reconoce en ella una “maestra” de fe para los cristianos de todos los tiempos.
Ella experimenta a un Jesús vivo, humano con quien se puede entablar una relación de “amistad”. Jesucristo vive, camina, come, trabaja, habla con ella. Por esto, la oración no es una repetición de palabras sino “un encuentro de amistad, muchas veces, a solas con quien sabemos nos ama”. Pero ella no sólo tuvo la experiencia. Supo “entenderla” y, mejor aún, comunicarla a través de sus escritos. Triple movimiento que la hace “maestra” para otros.
Utiliza metáforas, símbolos, comparaciones. Una de éstas es la comparación de la persona con un jardín y la oración con el agua. La persona es un jardín que precisa agua. El agua es la gracia de Dios. La oración es la forma de traer el agua para regar el jardín. Cuando la persona inicia el camino de oración no es otra cosa que traer el agua (la gracia) a su vida. Pero ha de hacerlo con baldes. Hay dificultar para orar. Se precisa esfuerzo. Supone constancia. Pero quien realiza este esfuerzo, avanza en la vida de oración. Es entonces cuando el agua se comienza a traer con poleas. La persona consigue serenidad y paz. Hay gozo interior y recogimiento. Se comienza a “saborear” la presencia divina y su Palabra. La vida de oración continúa creciendo. La comparación entonces es con un río que pasa por el jardín. La persona se mantiene con esa frescura interior que la mantiene en las cosas del Señor. Sale de dentro el amor y el servicio. Se quiere vivir para los demás. Finalmente, la oración es el agua de lluvia que cae cuando quiere y empapa el jardín sin ningún esfuerzo por parte de la persona. Es cuando se reconoce que todo es gracia de Dios y se vive en unión constante con Él.
Esta sencilla enseñanza sobre la oración ha alimentado y posibilitado la vida espiritual de tantos cristianos/as a lo largo del tiempo. Este legado y todas sus otras enseñanzas constituyen lo más importante para recordar en su fiesta. Pero no menos importante es recordar el hecho de que ella fue una “mujer”. Señal inequívoca de que el Espíritu actúa y confía en varones y mujeres y, que todos y todas en la Iglesia, estamos llamados/as a vivir y a comunicar las maravillas que El realiza en cada uno para el bien de todo el Pueblo de Dios.
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