El obispo de Astorga invita a "recuperar la vida comunitaria" Construir Barcas. Salvar Náufragos
Los efectos del terremoto original, de nombre Covid-19, han sido las cinco olas enormes que han barrido nuestro territorio. Lamentablemente, la posibilidad de que lleguen otras nuevas no está todavía descartada
La situación vivida, bien merece que aprendamos, de una vez por todas, la verdadera lección de la fraternidad universal
A muchos de nuestros cristianos que les ha tocado de cerca la muerte, les resulta difícil no culpar a Dios, al menos de indiferencia. En época de confinamiento,, la fe celebrada sufrió duros recortes
La dubitativa fe en la vida eterna, el apego a lo material, la fragilidad de los vínculos sociales, han hecho que naufrague con frecuencia el barco de la esperanza. Han aumentado exponencialmente las enfermedades mentales, las depresiones, los suicidios...
A muchos de nuestros cristianos que les ha tocado de cerca la muerte, les resulta difícil no culpar a Dios, al menos de indiferencia. En época de confinamiento,, la fe celebrada sufrió duros recortes
La dubitativa fe en la vida eterna, el apego a lo material, la fragilidad de los vínculos sociales, han hecho que naufrague con frecuencia el barco de la esperanza. Han aumentado exponencialmente las enfermedades mentales, las depresiones, los suicidios...
Alfonso del Río, corresponsal en Astorga
El Obispo de Astorga, D. Jesús Fernández, ha publicado su habitual carta en el semanario "Día 7", que dirige a todos los conciudadanos y que por su interés recogemos algunos párrafos de la misma y que ofrecemos a todos los lectores de "Religión Digital".
El próximo 26 de diciembre se cumplirán 17 años del catastrófico tsunami que produjo efectos devastadores en las costas de la mayoría de países regados por el océano índico, matando a centenares de miles de personas y anegando una multitud de comunidades costeras. Pues bien, desde principios del año pasado, se han producido en todo el mundo una terrorífica pandemia, un auténtico tsunami sanitario que ha causado la muerte a unos cinco millones de personas, cerca de cien mil en nuestro país. Los efectos del terremoto original, de nombre Covid-19, han sido las cinco olas enormes que han barrido nuestro territorio. Lamentablemente, la posibilidad de que lleguen otras nuevas no está todavía descartada.
La pandemia nos ha mostrado que nadie sobrevive solo, que dependemos los unos de los otros, que -como dice el Papa Francisco- nadie se salva solo. En la superación de este "diluvio universal" están siendo decisivas las acciones concertadas, los grupos humanos comprometidos: las familias, los médicos y el personal sanitario, los científicos y las empresas farmacéuticas, las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, la Iglesia...
La situación vivida, bien merece que aprendamos, de una vez por todas, la verdadera lección de la fraternidad universal. Me temo, sin embargo que el individualismo egoísta y la confrontación están al acecho y no nos lo van a poner fácil. Basta recordar datos como la creciente desigualdad, el crecimiento de la pobreza extrema que en España ronda los seis millones de personas, la falta de solidaridad vacunal con los países del Tercer Mundo...
Pero no sólo la caridad está siendo puesta a prueba, también la fe sufre duros envites. A muchos de nuestros cristianos que les ha tocado de cerca la muerte, les resulta difícil no culpar a Dios, al menos de indiferencia. En época de confinamiento, la fe celebrada sufrió duros recortes. Frente a un buen número de personas que participaron en celebraciones telemáticas, familias que intensificaron la oración familiar, parroquias que promovieron actos de piedad popular, otras muchas fueron cayendo por la pendiente del olvido y la pereza sin que, de momento, hayan vuelto a frecuentar los templos.
Y, como no, también la esperanza está siendo probada. La dubitativa fe en la vida eterna, el apego a lo material, la fragilidad de los vínculos sociales, han hecho que naufrague con la frecuencia el barco de la esperanza. Han aumentado exponencialmente las enfermedades mentales, las depresiones, los suicidios...
Pues bien, ante este tsunami que nos ha anegado, se necesitan personas que, como Noé, construyan barcas, creen comunidad. Sólo así se podrá sobrevivir a este diluvio universal.
Invito a todos los pastores, consagrados y fieles laicos cristianos a recuperar la vida comunitaria, a volver a la nave de la Iglesia. Guardando las medidas higiénicas que se indiquen por las autoridades competentes, recuperemos el habitual ritmo litúrgico y catequético, las procesiones, romerías, convivencias, campamentos, retiros, reuniones pastorales... Y no lo olvidemos, desde la barca, lancemos los salvavidas necesarios para rescatar a los náufragos que el tsunami ha dejado fotando, con el agua al cuello.
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