Moral (XXI). ¿Tiene sentido hablar de “moral prehumana” en las sociedades de chimpancés? (I)
De hecho, era normal llevar a los tribunales a animales que hubieran cometido algún “delito”, entendiéndolos responsables de sus actos.
“Entre los años 824 y 1845, en Europa, los animales no salían bien librados cuando violaban las leyes de los hombres o cuando, simplemente, los incomodaban. Al igual que los criminales comunes, podían ser detenidos y encarcelados (en las mismas prisiones que los delincuentes humanos), acusados de cometer las fechorías que motivaban su juicio. La justicia les procuraba un abogado, que les representaba y defendía. Algunos abogados se hicieron famosos” por su excelencia en la defensa de animales imputados. Si el animal era declarado culpable, se le castigaba. “El castigo solía ser de tipo retributivo, de modo que se le hacía al animal lo mismo que él había hecho.”(1)
Así, un cerdo que había atacado a un niño pequeño, mordiéndole la cara y arrancándole los brazos, fue castigado a mutilarle la cara, cortarle las patas delanteras y ser finalmente ahorcado.
Pese a que somos únicos en muchos sentidos, en general relacionados con nuestra inteligencia abstracta, capacidad de comunicación y libre albedrío, compartimos casi toda nuestra anatomía con el chimpancé, tenemos exactamente las mismas estructuras y componentes cerebrales, y nuestra dotación genética es muy similar. No hay duda de que muchos animales son inteligentes, y la especie viva que posee un tipo de inteligencia más próximo al nuestro es el chimpancé (seguido de cerca por el gorila). No en vano es nuestro pariente vivo más cercano (con el que compartimos un antecesor común hace unos seis millones de años y un 98,6% de nuestro ADN).
Con la excepción de los afectos del trastorno autista, las personas compartimos con los chimpancés y otros animales superiores lo que denominamos una “teoría de la mente”, consistente en la capacidad innata de entender que los demás individuos con que contactamos tienen mentes como las nuestras, con deseos, intenciones, emociones y creencias. Otro modo de definirla: “es la facultad de observar una conducta y luego deducir en estado mental que la está causando”.
Los humanos nos formamos teorías o previsiones conductuales y creemos conocer los deseos, intenciones y estados mentales de otras personas. Los niños desarrollan una teoría de la mente de un modo automático. Empieza a formarse hacia los dos años y hacia los cinco está completamente desarrollada. Los animales superiores siguen un proceso análogo. Si usted se choca con su gato en la oscuridad, le mirará reflejamente a los ojos intentando deducir la causa de que lo haya golpeado (no sabe que su visión nocturna es harto deficiente, ni imagina un motivo que haya podido causar su enfado contra él, pero le es urgente analizar sus intenciones). En el caso de los chimpancés, este fenómeno se ha estudiado más a fondo.
Los chimpancés tienen: imitación motora (copian espontáneamente comportamientos nuevos), reconocimiento de su imagen en un espejo, relaciones sociales, asunción de roles y, esto es más llamativo, capacidad de engaño con adopción de perspectiva. Esto es, un chimpancé sabe que es un sujeto y que tú eres otro sujeto, que piensas y sabes y deseas cosas (como él mismo), también sabe que tú sabes que él también tiene pensamientos e intenciones. De modo que aunque sepa que hay comida accesible, sabe que tú quieres reservártela para ti, y que no quieres que él se la coma. En su caso, aprenderá el modo de ganársela, engatusándote o resolviendo un problema experimental, si fuera el caso. Además de ello, sabe si estás vigilando tu comida, que es preferible esperar a que aparezca una oportunidad, que se arriesga a ser pillado y, por ende, reprendido o castigado…
En su medio natural, donde vive en comuna con su estratificación o jerarquización social, conoce bien esos riesgos y tiene que decidir si se arriesga o no a emprender una conducta penalizada. Tienen cierto grado de “libre albedrío”. Pueden tomar decisiones, conociendo lo que está en juego. Pueden tomar alimento a escondidas, buscar el momento propicio y, en su caso, esconderla donde otros no la vean. Pueden también ser “tramposos” sociales, aprovecharse del grupo, tomar más de lo que aporten. Los experimentos muestran estas capacidades y bastantes otras, incluida la de hacer planes relativamente complejos. Nuestros niños logran ese nivel hacia los cinco años.
También las emociones básicas de los chimpancés –incluidas las inconscientes- se corresponden bastante bien con las nuestras. Y también la conducta violenta y los elementos neurológicos implicados. Fruto de sus problemas sociales, muere en la naturaleza un 30% de los chimpancés. La misma proporción que en los varones humanos de los poblados yanomami. Y por los mismos motivos, predominando las peleas o luchas de los machos por la unión con coespecímenes femeninos.
No estamos lejos de entender que los chimpancés puedan tener algo más de conducta moral de la que suponíamos antes de estudiar su conducta a fondo. Y, en realidad, tampoco es tan cierto que los grupos humanos seamos capaces de controlar nuestros instintos merced a poseer la capacidad de ejercer un frío control racional de aquéllos.
Como demostró Damasio, nuestras emociones están en la base de nuestras decisiones (y no el contar con una inteligencia, sensibilidad social y sentido moral adecuados): las emociones son las que nos hacen más deseable una opción conductual y llevan a tomar una decisión.
La emoción que subyace a la agresión, tanto en el chimpancé como en el hombre, es el orgullo. Y las decisiones fundamentales van en pro de la satisfacción de los instintos y una mayor consideración social o dominio sobre otros individuos, tanto en el caso de los seres humanos como de los chimpancés (ser macho alfa es la meta).
Continuaremos el desarrollo de este tema en el próximo post
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(1) Gazzaniga, Michael S.: ¿Qué nos hace humanos? La explicación científica de nuestra singularidad como especie. Paidós, Barcelona, 2010. p. 51.