Razón frente a dogma y honestidad con la razón.
| Pablo Heras Alonso.
¿Qué postura puede tomar ante la religión católica una persona que se guíe por su razón y sea honesta con sus deducciones? Difícil respuesta, porque son millones los fieles que también creen ser ambas cosas, razonadores y honestos con su pensamiento. ¡Pero son tan duras las cosas que los fieles tienen que tragar!
La pregunta podría tener otro cariz y formularse de otro modo: ¿es necesaria la religión para ser buenos? ¿Sólo la religión da consistencia y puede sustentar una moral que incite al hombre a obrar bien? ¿No añade la religión un plus de contenido a cualquier pronunciamiento humanista, ese que pone en los valores el fundamento de la vida honrada? ¿Se puede considerar la religión como una ayuda, necesaria o no necesaria, de la conducta de los hombres? ¿Se puede afirmar, como algunos hacen, que los contenidos propiamente religiosos son irracionales?
Sólo la última pregunta puede suscitar controversia, porque a las anteriores es fácil contestar negativa o positivamente, dependiendo de postulados o actitudes previas, dado que son preguntas un tanto ambivalentes. El creyente dirá sí a la necesidad de la religión para ser buenos y por supuesto otro dirá que hay muchísima gente buena que prescinde en su vida de la religión.
En 1998 el cardenal Ratzinger ilustró a los fieles cristianos con una retahíla de enunciados que compendian lo que es la religión católica (Congregación para la Doctrina de la Fe, Professio fidei, 29 de junio 1998). Son nueve apartados que pueden servir de proemio aliviando la necesidad de adentrarse en el Catecismo de la Iglesia Católica.
- Dogmas cristológicos y marianos
- Institución de los sacramentos por parte de Cristo y su eficacia de la gracia.
- Presencia real y sustancial de Cristo en la Eucaristía.
- La fundación de la Iglesia por Cristo.
- La primacía e infalibilidad el romano pontífice.
- El pecado original
- Inmortalidad del alma espiritual y la retribución inmediata tras la muerte
- La verdad sin error de los textos sagrados inspirados
- La grave inmoralidad de la muerte directa y voluntaria de un ser humano inocente.
Estos puntos podrían ser base de partida para una discusión serena, aunque la experiencia nos dice que tal disputa ya se ha dado a lo largo de la historia sin resultado alguno y sin que ello haya supuesto merma alguna en la convicción de los cristianos. Como ningún fiel creyente tiene duda alguna respecto a Cristo y María, la disputa se puede dar por concluida sin haberse iniciado. Es un mundo de prejuicios inalienables, inducidos desde la infancia, muro frente al oponente, diga lo que éste diga.
Y lo primero que una persona normal, incluso cualquier católico sensato, percibe es que todos esos enunciados pecan de un anacronismo insostenible. Después de varios siglos en que la ciencia ha asentado sus conocimientos sobre el universo, sobre la vida y sobre el hombre, viene la Iglesia con supersticiones del arcano Oriente Medio o fórmulas filosóficas escolásticas periclitadas.
El pensamiento que se traduce en ciencia utiliza un lenguaje universal y atemporal, el de la verdad. De ahí los resultados en Física, Biología, Medicina, Psicología, ésta como clarificadora de la conducta humana y demás ramas del saber. Con ese lenguaje se expresaron pitagóricos y estoicos quienes, a pesar de carecer de medios técnicos, adelantaron principios que luego las religiones, el cristianismo la principal, consiguieron tapar y evaporar.
Para ellos el Logos impregna el Universo; también el hombre. Y todo se torna racional. Para Juan el “Logos” era Dios, pero no hizo otra cosa que apropiarse del concepto helenístico de Logos igual a Razón más Palabra. O sea, la razón que se torna explicación. No se puede saber si lo decía metafóricamente o no, pero ya Spinoza hablaba de “Deus, sive Natura” y “el universo es el cuerpo de Dios y las leyes del universo los pensamientos de tu mente”, o sea el Logos.
Aunque Juan no lo pretendiera, la expresión “el Logos se hizo hombre” no enuncia otra cosa que un hecho, que el hombre es un ser racional. Que Cristo era el Logos es una irracionalidad, inadmisible para la razón. El porqué de su aceptación los suponemos en los universos del miedo y el deseo, que sojuzgan el pensamiento. Pero eso es ya otra historia.
De los nueve apartados citados, el 9º está fuera de lugar porque todas las legislaciones del mundo ya recogen. De los otros, ninguno puede ser aceptado por la razón, no sólo porque escapan o sobrepasan la capacidad de entendimiento sino también, aunque esto a la Iglesia Católica le traiga al pairo, porque ninguna otra religión de la tierra contiene en su dogmática “misterios” homologables.
Muy por encima, podemos decir de tales enunciados que Cristo fue un invento posterior a Jesús y centón de fábulas; de María que ha desaparecido como mujer para convertirla en diosas; los sacramentos, actos mágicos convertidos hoy día en actos folklóricos; la Iglesia, una invención, por ser una sociedad conformada a rebufo de concilios y prebendas imperiales; el pecado original, sublimación o explicación fabulosa, ficticia y mítica de los instintos del hombre; la inmortalidad del alma, una mala aplicación de filosofías trasnochadas; el papa, primado infalible, choca frontalmente con los más elementales conceptos biológicos y psíquicos sobre el hombre; los textos revelados y sin ausencia de error, petición de principio y de consecuencias no deseadas en sus múltiples o posibles aplicaciones.
En definitiva, la dogmática católica parte de un principio que da por asentado, apodíctico y sin discusión y a partir de él va desgranando a lo largo de los siglos las más aberrantes deducciones. Un principio que da igual el que sea, puede ser Dios existe, puede ser Dios creó el cielo y la tierra; o Jesús es nuestro salvador; incluso, el hombre es pecador desde su nacimiento y necesita redención…
¿Añadimos algo más?
- Que el tiempo y el espacio se han llenado de religiones
- Que todas han querido detentar el monopolio de la verdad
- Que se han superpuesto y luchado entre ellas y necesariamente han generado guerras desde siempre.
Frente a ello, la ciencia sí tiene el monopolio de la verdad: quod semper, quod ubique, quod ab ómnibus creditur, esos son los frutos de la razón.