Relativismo axiológico vs. Universalismo .
El relativismo axiológico radical es falso y perjudicial (Mario Bunge)
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Desde el punto de vista epistemológico de la validez, cabe formular algunas preguntas básicas: ¿Los valores son subjetivos o hay valores objetivos?, ¿Proceden de este mundo histórico o de otro mundo trascendente como dones divinos? ¿Son ideas platónicas subsistentes o meras valoraciones subjetivas? ¿Todos los valores son relativos o hay valores universalmente válidos, con carácter transcultural, para todos los humanos?
En filosofía se han dado, como en otros temas, dos respuestas contrarias. Para Nietzsche, por ejemplo, todo valor es una creación subjetiva. Con ello pretende negar el carácter objetivo y absoluto de la moral cristiana, dominante en occidente.
Desde otra perspectiva, otro defensor del subjetivismo de los valores fue el sociólogo alemán Max Weber. En su análisis del proceso de secularización, “desencantamiento del mundo” y racionalización, propio de la modernidad, distingue un doble proceso en oposición: por un lado, el triunfo inevitable de la racionalidad científico-técnica (“monoteísmo de la racionalidad instrumental”), en la que estamos encerrados como en una “jaula de hierro”. Por otro, en el campo de la ética, abocamos a lo que denomina “politeísmo axiológico”, lo que significa que en cuestión de valores cada cual tiene su “dios”. También es habitual alegar el gusto (subjetivo) como criterio para validar las obras de arte. Pero el gusto es educable y puede pasarse del deprecio inicial al aprecio.
Los valores han pasado en occidente de un régimen de monopolio religioso, monoteísta, a un régimen pluralista, propio de sociedades secularizadas, democráticas y multiculturales. Lo cual no implica un “desierto de valores”, como piensan los grupos integristas y conservadores, sino un cambio de paradigma, debido a la emergencia de nuevos valores laicos (derechos humanos, democracia, libertades, igualdad, pluralismo, tolerancia, autonomía etc.), acordes con las sociedades democráticas y pluralistas.
Y dado que “la democracia es laica, por definición”, como afirma Salvador Giner (véase Carta sobre la democracia), no puede subordinarse a principios o valores trascendentes, como en el antiguo régimen o en las teocracias.
Frente al subjetivismo axiológico de Nietzsche o Weber, se alza el objetivismo de Ortega y M. Scheler. Para ellos los valores son cualidades irreales pero objetivas, que se encarnan en las cosas. Para un subjetivista, algo es valioso porque alguien lo estima o valora. En cambio, para un objetivista algo es valioso, por ejemplo la justicia, aunque haya sujetos que no la valoren.
El relativismo axiológico fue defendido en Grecia por el sofista Protágoras y en los últimos tiempos por el “pensamiento débil” de la postmodernidad. La tesis relativista, que surge también del exagerado respeto a las diferencias que tienen los multiculturalistas, termina, sin embargo, en el escepticismo y en un absurdo lógico.
“El relativismo axiológico, afirma el politólogoGiovanni Sartori, llevado al extremo se autodestruye. El que declara que todos los valores son equivalentes, en realidad no tiene valores, no cree en ningún valor” (véase G. Sartori: ¿Qué es la democracia?).
Si reflexionamos en serio, como seres racionales, ¿acaso valen igual la democracia y la dictadura, la paz y la guerra? ¿No es preferible la libertad a la esclavitud o a la autocracia, la igualdad a la desigualdad, la tolerancia a la intolerancia, la amistad a la enemistad o la solidaridad a su contrario?
En Grecia, Sócrates y Platón rechazaron el relativismo sofístico y defendieron el universalismo. En la modernidad, Kant, los neokantianos y otros autores, incluso materialistas como Mario Bunge, apuestan por la tesis universalista, según la cual existe un sistema de valores básicos ligados a la democracia, que tienen validez universal, para todas las culturas y para todos los individuos humanos.
Conviene subrayar que la autonomía política propuesta por Rousseau, frente al origen teocrático del poder, y la autonomía moral propuesta por Kant, frente a la heteronomía moral fundada en la religión, han sido dos logros irrenunciables de la modernidad.
En una sociedad pluralista, puede haber unos mínimos valores compartidos, con validez universal, patrimonio común de la humanidad. Entre ellos, podrían estar la dignidad, la autonomía y los vinculados a la primera, segunda y tercera generación de derechos humanos: justicia, libertad, igualdad, solidaridad, tolerancia activa, el diálogo o la paz, a los que podrían añadirse algunos más.
El humanismo laico sostiene que la identidad humana está por encima de la identidad nacional, étnica, sexual o confesional. Frente al regreso a la identidad tribal de Trump, crece la resistencia cívica y política en defensa universalista de la humanidad y de sus derechos.
Pero conviene no confundir la justificación racional de la validez universal de esos valores con la vigencia concreta en los diversos países, ni con la génesis de los mismos en una tradición concreta.
Por ejemplo, del hecho de que los derechos humanos hayan nacido dentro de la sociedad occidental, no se sigue que no sean transculturales o aplicables a otras culturas. Se incurriría en falacia genética, confundiendo la génesis empírica con la validez lógica. Lo mismo sirve también para la democracia o para las leyes científicas.