El difícil asunto de la pobreza evangélica.
La pobreza no es una virtud como pretende decir la Iglesia, es un mal. Es rotundo decir esto, pero así se entiende hoy día la pobreza. Tratar la pobreza tal como la Iglesia habla de ella, es una simplicidad, un recorte de conceptos escogiendo el más ridículo de ellos, el que hace referencia a la santidad a través de la búsqueda o alojamiento vital en la pobreza. La pobreza y la riqueza son conceptos económicos y sociológicos y no tienen nada que ver con la virtud.
| Pablo Heras Alonso.
Asentado lo cual por nuestra parte, los creyentes se encuentran con numerosas referencias evangélicas, paulinas y apostólicas respecto a los bienes de este mundo, a la riqueza y la pobreza, al trabajo como germen de bienestar y sustento. El trabajo es fuente de remuneración y ésta tiende a la superación de la pobreza, también habla de ello San Pablo.
Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis [Mat 9.35]. No toméis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero… [Lc 9.3] El que tenga dos túnicas que reparta con el que no tiene [Lc.311]. Si quieres ser perfecto, ve y vende cuanto tienes, etc. [Mat 19.21] Bienaventurados los pobres de espíritu [Mat 5.3]
Añádanse las numerosas diatribas que lanzan contra los ricos Jesús y también las distintas cartas apostólicas. Pero nos preguntamos, ¿hablaba Jesús en parábolas? ¿Era un lenguaje simbólico? ¿Había que entenderlo de otra manera y no de forma literal? Para muchos, en siglos pasados, estos términos no eran nada simbólico: algunos pusieron en práctica al pie de la letra tales prédicas.
Uno de ellos: no hace falta recordar cómo fue la vida, las enseñanzas y el legado de Francisco de Asís. Fundó una orden para llevar a efecto las palabras de Jesús, vida en pobreza. Y así fue en sus primeros tiempos. Cierto que lo que vino después, es otra historia: los franciscanos se convirtieron en la Orden más rica de la cristiandad en monasterios, cenobios, tierras, posesiones diversas, bienes muebles, bienes ornamentales, influjo político… eso sí, siendo cada monje “pobre de espíritu”.
Hubo también reconocidos personajes que también hicieron suyo el mensaje de perfección basado en la pobreza, como Benito José de Labre (1748-1783), un santo vagabundo que hoy nos podría parecer un bufón de la pobreza. Otros llevaron a tal extremo su interpretación del Evangelio que se convirtieron en herejes, porque socavaban los fundamentos económicos de la existencia del mismísimo papado. Lógicamente, fueron los más perseguidos.
Hubo, entre los mismos seguidores de San Francisco, algunos que se pasaron de frenada, como los “fraticelli” o franciscanos espirituales. Es el caso también de Pedro Valdo [1140-1217], un rico comerciante de Lyon, que hizo suyas al pie de la letra las palabras de “si quieres ser perfecto”, vendió lo que tenía y vivió una vida de absoluta pobreza dedicado a predicar el Evangelio. Sus seguidores fueron conocidos como “valdenses” y perseguidos a muerte por sus histriónicas ideas.
Sin llegar a tales extremos, ¿ha vivido o vive la Iglesia ese espíritu de pobreza que tanto transmiten desde su primer gran Pregonero de la misma hasta el último Francisco? Hablamos principalmente de aquellos que más debieran dar muestras de tal espíritu y que más descuellan por lo contrario: papas, cardenales y obispos. En la historia de la Iglesia los que realmente han vivido real y pobremente han sido los párrocos y servidores de base.
Hoy, los supradichos grandes magnates del reino, “no pueden vivir de otro modo”, “lo ordena el ritual”: Francisco será pobre, pero vive en el más soberbio palacio de Roma con todo lo que su necesario servicio implica. Y, descendiendo a nuestro ámbito, ¿no recordamos cómo preparó su jubilación el ínclito cardenal Rouco “adecentando” con 400.000€ su morada, su soberbio ático, con vistas a la Casa de Campo? ¿O cómo, a ejemplo suyo, el ex de Burgos, Fidel Herráez Vegas, gastó una fortuna en el caserón-palacio de Villarmentero? ¡Tenían derecho, por supuesto, dicen sus corifeos!
Frente a muchos obispos que han vivido dando ejemplo, no digamos ya de pobreza sino al menos de circunspección y sobriedad, la inmensa mayoría han vestido, comido y vivido “como les manda el ritual”. Todavía hoy encontramos lo que antes eran “grandes señores eclesiásticos”, viviendo como auténticos ricos, codeándose con sus homólogos políticos, y otros que hacen suyo el estilo de vida de los rajás. La historia nos habla de ejemplos, raros, como el Cardenal Cisneros o Antonio Mª Claret, el confesor de Isabel II, frente a una inmensa multitud de los otros, los grandes señores del catolicismo, algunos inmensamente ricos.
Los fieles del montón y las personas normales no han desarrollado tanto y de manera tan tergiversada el concepto de pobreza evangélica como los que, por voto, se han comprometido a ser pobres. Tales fieles “del montón” la viven con normalidad. Entendámonos, trabajan y reciben el congruo salario. Es el mejor concepto de “pobreza”. Todo ello, para salir de ella y vivir con dignidad.
Reconozcamos que aquellos que hicieron voto de pobreza también tenían y tienen que comer, alojarse y vivir dignamente. Las órdenes religiosas que prescriben el voto de pobreza, en otros tiempos lo tenían fácil: donaciones y grandes posesiones. Hoy, poco a poco, se van acercando a la “gente normal”, viviendo de su trabajo.
La gran maestra de la vida, la historia, nos ha dicho cómo la Iglesia lo hizo: “vendiendo” los preceptos religiosos, vendiendo el mensaje de la salvación. A cambio de palabras de vida eterna, de salvación, de perdón de los pecados, de distribución del alimento eucarístico... recibieron el ciento por uno. Quizá bastante más. Hoy todo esto apenas si vende. Algunos, comenzando por el papa, llevaron a cabo eso de la venta al pie de la letra y en un grado obsceno: nepotismo, simonía, investiduras, indulgencias…