Se puede construir cualquier Cristo.
| Pablo Heras Alonso.
Se puede construir cualquier Cristo.
Las numerosas lecturas ajenas al estamento crédulo, incluso de los Evangelios con criterios críticos, y la propia reflexión al socaire de datos históricos, me han llevado a conclusiones que han quedado fijas en mi pensamiento respecto a esa figura universal, Jesucristo, que ha forjado en gran medida la historia de Occidente.
No quieren admitirlo, pero el verdadero creador de la figura de Cristo no fue otro que Pablo de Tarso. Lo que pasó, lo que se predicó y se escribió desde la muerte de Jesús hasta las Cartas de Pablo queda sumido en la penumbra del desconocimiento. Y respecto a este inventor, una de las primeras preguntas que cualquiera se puede hacer es cómo alguien que no lo conoció, que no sabía nada de su doctrina, que, como él dice, se guio por sus visiones… pudo forjar la figura del mesías Jesucristo.
Jesu-Cristo fue una figura inventada presentada como histórica. No decimos que el soporte no fuera un personaje real, que, según parece, lo fue. Casi todos los tratadistas serios del asunto lo afirman y dan razones sobradas para admitir al que en realidad se llamaba Jesús, que no Jesucristo.
La Iglesia, la otra creadora de Jesucristo, hace una fusión del personaje real con el personaje inventado, construyendo una entelequia al que se adora como Dios y se reconoce como Verbo encarnado, segunda persona de la Santísima Trinidad. Supera con creces la invención de Pablo de Tarso. Las elucubraciones teológicas sobre la figura del “Salvador” predominan sobre cualquier corpus dogmático de cualquier otra religión, por no decir de todas.
La figura de Jesucristo fue una fabricación similar a muchas otras contemporáneas o que vinieron después, sobre todo de santos que nunca existieron o no lo fueron como dicen: San Jorge, Santa Bárbara, San Cristóbal, Santa Cecilia, incluso San Isidro. No es tan difícil de elaborar. Si se quiere construir una realidad, nada mejor que presentar datos “incontestables”, “reales”, “de andar por casa”. Los cristianos piadosos admiten sin más al Jesucristo eclesial sin caer en la cuenta de que es muy fácil dejarse llevar por lo que les cuentan, sobre todo si uno está predispuesto a ello.
Un edicto imperial, un censo, una familia “normal”, unos pescadores, un lago que está “allí”, una piscina, una higuera, un procurador con nombre y apellido; un estilo literario, un “recordar las fuentes”, un cumplimiento de lo que antes se había dicho... Será hijo de carpintero, conocedor de las leyes judías y del Antiguo Testamento, de verbo fácil –el tiempo lo convertirá en el mismo Verbo--, encandilador de masas...
¿No es esto creíble? Lo es. Pues hete aquí un personaje histórico. Proyecto arriesgado, por supuesto, pero el viaje les mereció la pena. Arriesgado porque, admitido el personaje, había que dar un saltopara introducirlo en sociedad, algo peligroso en ese tiempo, sí, pero posible.
¿Qué más da que resultara un centón de características comunes a otros muchos? Luego, se le rodeó de caracteres que le fueron añadiendo en un sumatorio de escala geométrica. El paso del tiempo hace más fácil la adición de otras realidades. Así hasta el galimatías actual, donde ya se sacan dogmas traídos por los pelos: La Tradición fuente de Revelación, Dogma de la Inmaculada, Cristo Rey, Infalibilidad del representante, presencia real en la Eucaristía, los dogmas marianos en su totalidad, como el muy celebrado de la asunción...
Sí, lo repetimos, nada más cierto que Jesucristo fue algo inventado; alguien sin representación personal alguna; un ser legendario convertido en un supra-hombre por sus fanáticos seguidores; un “verdadero” hijo de Dios. Un dios más. A adorar tocan.
Una pregunta inquietante ronda a quienes se retrotraen a los primeros tiempos del cristianismo: ¿es que nadie, sobre todo en los inicios de la nueva religión, se dio cuenta y denunció tamaña impostura? Pues sí.
Lógicamente, los primeros escépticos fueron los así llamados por ellos “paganos”. ¡Chocó tanto tamaña desmesura doctrinal –-un “dios” que se hace hombre, un mito presentado como realidad histórica y, encima, crucificado—! Les producía desde perplejidad hasta hilaridad, aunque la actitud más común fue de indiferencia, esa en la que vivía la sociedad romana respecto a tantos dioses como pululaban por las calles romanas. ¡Tantas cosas había y se veían en Roma en cuestión de credulidad! La permisividad y la homologación generalizada arruinaron a la religión oficial.
Para esos “paganos”, especialmente para la gente docta, todo lo que decían de Cristo no era sino una fábula absurda, fabricada por mentes recalentadas y carente de cualquier evidencia que la sustentara.
Los furibundos ataques de los pensadores y sacerdotes “paganos” generaron en los cristianos cultos una reacción que propició aún más en el cristianismo la desmesura doctrinal y que consiguió consolidar doctrina. Hoy son llamados “Padres de la Iglesia”. Y tanto. La esencia de sus apologías:
- ¿Qué mayor testimonio de veracidad que la defensa hasta con la vida de lo que creían?
- infravaloración de los argumentos del contrario por su vida disoluta, por carecer de moral, por estar entregados al vicio y al juego;
- hacer ver ante la gran masa social del Imperio Romano que la categoría moral, la conducta, de los cristianos estaba por encima de todos, acompañado todo ello por servicios sociales, ayuda a los necesitados, enaltecimiento de los humildes y esclavos, etc.
- acumulación de “tratados” literariamente a la altura de los escritores paganos y de “apologías” contundentes que servían, a la vez, para desmontar las creencias paganas;
- repetición “ad nauseam” de que lo ocurrido con Jesús, vida, muerte en la cruz y resurrección, fue real, fue histórico;
Y ganaron la partida. Las razones son infinitas y de profundo calado histórico, pero no ha lugar para extendernos en ellas. Y ahí siguen tras dos mil años de crecimiento, madurez y decadencia. Tuvieron su momento para nacer y la excelente oportunidad de todo un Imperio en decadencia para crecer.
Puede que sigan otros dos mil años si nadie muestra interés en poner coto a su desmesura. De todas formas, en muchas partes del globo terráqueo, el otro globo, el suyo, el de la fe, el supraterrenal, está más que desinflado merced a que cada vez son más los humanos que ven en el hombre sólo un hombre.