CARDENALES, PÁRROCOS Y LAICOS
Tal y como siempre acontece en la vida –también en la Iglesia-, al principio no fe así El cardenal –“categoría inmediatamente inferior al papa y consejero de este en los momentos graves de la Iglesia”-, no pasaron de ser “cárdines” o presidentes e las comunidades cristianas romanas, como hoy, sin más, los párrocos o los vice-párrocos. En recuerdo y conmemoración de “tan fausto acontecimiento”, todos los cardenales, de donde quiera que sean, o procedan, cuentan c0n un título “parroquial” romano, cuyo templo o iglesia visitarán honoríficamente, con toda liturgia y prosopopeya.
Pero otra vez fue el emperador Constantino “El Grande”, quién confirió a estos “cardenales” privilegios y ventajas de todo tipo y orden político, social y “religioso”, acompañados de favores y donaciones dinerarias, con inclusión para las indulgencias, hasta convertirlos en ministros sagrados, pero siempre a su leal y soberano servicio. Con el tiempo, y para más “inri”, los cardenales habrían de ser los electores del papa, habiendo sido ellos mismos elegidos por quienes habrían de ser en su día sus sustitutos. Esto no obsta para que, autoridades y familias de relevancia política y social, intervinieran e intervengan en la sacrosanta tarea de la investidura pontificia, de lo que sería nada serio, y hasta blasfemo que, en la misma, y como “dogma de fe”, habría de hallarse presente el propio Espíritu Santo.
De entre los capítulos pendientes de atención por parte del papa Francisco, el referente a los cardenales da la impresión de no haber sido afrontado con urgencia y audacia. Unas leves reflexiones sobre el tema, no estarán de más, desde el convencimiento de que su ritmo pontifical, es laudable y oportuno.
. Como de la selección de los miembros del Colegio Cardenalicio depende en gran proporción la continuidad de la obra reformadora de la Iglesia encarnada en el papa, a muchos intranquiliza que, a estas alturas, no se haya planteado la reconversión, y aún la misma desaparición, del referido Colegio.
. Los siglos –etapas- más oscuras, tenebrosas y anticristianas de la institución eclesiástica coincidieron exactamente con los de mayor vigencia en los mismos de los cardenales, promocionados por intereses familiares, políticos y sociales, con relevante mención para los siglos XV – XVII. En estos, y con anuencia o silencio de los respectivos papas, los cardenales fueron y actuaron, dentro y fuera de la Iglesia, y salvo excepciones, como vulgares señores feudales todopoderosos, ajenos a cualquier inspiración e interpretación, del santo evangelio. si esta no les servía literalmente para asegurar y acrecentar más aún su prepotencia en esta vida y en la otra.
. Los símbolos, signo, gestos, títulos, colores y colorines, comportamientos y ejemplos de vida disoluta, hijos –“nepotes”, amantes, estancias palaciegas, fiestas, cacerías y espectáculos, modos de ejercer la autoridad y de aupar a familiares y amigos, salvvo honrosas, santas y doctas excepciones, fueron propias, específicas y normales entre los “príncipes”, uno de los títulos con el apelativo “de la Iglesia”, que más les enaltecieron y de los que fueron “eminentísimos” devotos.
. El Colegio Cardenalicio sigue falto de mujeres, laicos, párrocos, pastoralistas, sacerdotes, abades, sacerdotes y obispos. Les sobran todavía italianos, curiales, religiosos y aspirantes a portadores de capas magnas, incómodos aún de que, “a sus principescas y ostentosas “majestades” purpúreas”, el papa Pío XII – “pastor angélicus”- les recortara la cola, de doce a cinco metros de largo.
. La “obligada” titulación cardenalicia para los obispos- arzobispos que rigen determinadas sedes en los países de la cristiandad, carece de fundamento eclesial. Tales títulos no les son concedidos a las ciudades, por importantes que sean, sino a las personas. Hacerlo de otra manera, equivaldría a una irreverente e irrespetuosa profanación. No hay hábitos, trampantojos y teatreros como los cardenalicios para su fiel presentación en los escenarios de la vida pública y en la privada. En la actualidad, tales atuendos “litúrgicos”, o “para- litúrgicos”, resultan grotescos y esperpénticos, por mucha consideración y misericordia con la que se intente su valoración religiosa.
. Así las cosas, hoy por hoy parece accesible, eclesial y en pastoral consonancia con el ideario del papa Francisco, al menos que su próximo sucesor sea ya elegido por los presidentes de las Conferencias Episcopales Nacionales de la Cristiandad, o por el Sínodo de los Obispos. Sería un buen paso en dirección a la salutífera y mayor democratización de la Iglesia.
Pero otra vez fue el emperador Constantino “El Grande”, quién confirió a estos “cardenales” privilegios y ventajas de todo tipo y orden político, social y “religioso”, acompañados de favores y donaciones dinerarias, con inclusión para las indulgencias, hasta convertirlos en ministros sagrados, pero siempre a su leal y soberano servicio. Con el tiempo, y para más “inri”, los cardenales habrían de ser los electores del papa, habiendo sido ellos mismos elegidos por quienes habrían de ser en su día sus sustitutos. Esto no obsta para que, autoridades y familias de relevancia política y social, intervinieran e intervengan en la sacrosanta tarea de la investidura pontificia, de lo que sería nada serio, y hasta blasfemo que, en la misma, y como “dogma de fe”, habría de hallarse presente el propio Espíritu Santo.
De entre los capítulos pendientes de atención por parte del papa Francisco, el referente a los cardenales da la impresión de no haber sido afrontado con urgencia y audacia. Unas leves reflexiones sobre el tema, no estarán de más, desde el convencimiento de que su ritmo pontifical, es laudable y oportuno.
. Como de la selección de los miembros del Colegio Cardenalicio depende en gran proporción la continuidad de la obra reformadora de la Iglesia encarnada en el papa, a muchos intranquiliza que, a estas alturas, no se haya planteado la reconversión, y aún la misma desaparición, del referido Colegio.
. Los siglos –etapas- más oscuras, tenebrosas y anticristianas de la institución eclesiástica coincidieron exactamente con los de mayor vigencia en los mismos de los cardenales, promocionados por intereses familiares, políticos y sociales, con relevante mención para los siglos XV – XVII. En estos, y con anuencia o silencio de los respectivos papas, los cardenales fueron y actuaron, dentro y fuera de la Iglesia, y salvo excepciones, como vulgares señores feudales todopoderosos, ajenos a cualquier inspiración e interpretación, del santo evangelio. si esta no les servía literalmente para asegurar y acrecentar más aún su prepotencia en esta vida y en la otra.
. Los símbolos, signo, gestos, títulos, colores y colorines, comportamientos y ejemplos de vida disoluta, hijos –“nepotes”, amantes, estancias palaciegas, fiestas, cacerías y espectáculos, modos de ejercer la autoridad y de aupar a familiares y amigos, salvvo honrosas, santas y doctas excepciones, fueron propias, específicas y normales entre los “príncipes”, uno de los títulos con el apelativo “de la Iglesia”, que más les enaltecieron y de los que fueron “eminentísimos” devotos.
. El Colegio Cardenalicio sigue falto de mujeres, laicos, párrocos, pastoralistas, sacerdotes, abades, sacerdotes y obispos. Les sobran todavía italianos, curiales, religiosos y aspirantes a portadores de capas magnas, incómodos aún de que, “a sus principescas y ostentosas “majestades” purpúreas”, el papa Pío XII – “pastor angélicus”- les recortara la cola, de doce a cinco metros de largo.
. La “obligada” titulación cardenalicia para los obispos- arzobispos que rigen determinadas sedes en los países de la cristiandad, carece de fundamento eclesial. Tales títulos no les son concedidos a las ciudades, por importantes que sean, sino a las personas. Hacerlo de otra manera, equivaldría a una irreverente e irrespetuosa profanación. No hay hábitos, trampantojos y teatreros como los cardenalicios para su fiel presentación en los escenarios de la vida pública y en la privada. En la actualidad, tales atuendos “litúrgicos”, o “para- litúrgicos”, resultan grotescos y esperpénticos, por mucha consideración y misericordia con la que se intente su valoración religiosa.
. Así las cosas, hoy por hoy parece accesible, eclesial y en pastoral consonancia con el ideario del papa Francisco, al menos que su próximo sucesor sea ya elegido por los presidentes de las Conferencias Episcopales Nacionales de la Cristiandad, o por el Sínodo de los Obispos. Sería un buen paso en dirección a la salutífera y mayor democratización de la Iglesia.