CRISIS SANTAS
Enseñar a vivir en cristiano es tarea ardua y difícil. La gracia de Dios, el esfuerzo personal, la decisión, la técnica, el ejemplo y el compromiso a integrarse en el grupo coadyuvarán de modo sublime y reconfortante en el ministerio de la docencia y de la evangelización. Cualquier sugerencia que inspire e ilustre los pasos a dar, serán constructivas.
. Es preciso que en la Iglesia, siempre y más hoy, se aprenda y eduque a vivir en conflicto. Todo proceso educativo que pretenda alcanzar la categoría de doctrina cristiana se fundamentará en el evangelio y este fue, y será, de por sí, conflictivo, en el correspondiente marco del respeto, del diálogo y, por encima de todo, a la búsqueda y encuentro con el entendimiento por la caridad, la sensatez y la humildad.
. En la Iglesia, y por tanto en los métodos de la enseñanza en relación con la misma, se rechazarán actitudes y estructuras autoritarias y monocromáticas, en muchas de las que las apariencias feudales se hagan presentes de alguna manera, y menos si “ el nombre e Dios” se involucra con las fórmulas rituales al uso, por muy devotas que aparezcan y sean.
. En la Iglesia no tienen cabida gestos, actitudes y comportamientos que justifiquen, con votos o sin ellos, la obediencia “ciega” o infantiloide, impropia de adultos, que en tantos órdenes e la vida son, y actúan, con responsabilidades propias de personas que se dicen conscientes. Los infantilismos, lo “porque lo mando yo”, “porque así se hizo siempre” y “porque así lo manda la santa Madre Iglesia”, sin más pruebas y argumentos veraces para su justificación que las rutinas, las comodidades rituales y el “santo” capricho, no poseen ya entidad de razones ni dentro ni fuera de la Iglesia.
. “La Iglesia está en crisis” es expresión que con iconoclasta frecuencia se pronuncia en la actualidad, como excusa para adoptar y mantener en ella posiciones y actitudes de quejas, inactividades y hasta el mal humor espiritual, que espantan cualquier atisbo de insatisfacción “religiosa”, con olvido transgresor de que siempre ha habido, y habrá, crisis en la Iglesia y fuera de ella, condición inherente a todo lo humano.
. Las crisis –“toma de conciencia de la necesidad y urgencia de cambiar las estructuras, actitudes y comportamientos”, eclesiales en este caso-, son imprescindibles en el desarrollo y aplicación de las ideas y principios salvadores y ejemplos de vida, que configuran todo legado evangélico. La seguridad de que toda crisis, bien asumida, “trabajada” y padecida por la gracia de Dios, es superable, a la vez que portadora de nuevos florecimientos, es –será- misteriosa y reparadora recompensa para los sufrimientos y los desconciertos ocasionados, a veces considerados como excesivos y desproporcionados.
. En las crisis aludidas sus protagonistas lo son tanto los cristianos de a pié, como las jerarquías en su diversidad de niveles y títulos. Las dificultades para asumirlas unos y otros son considerables, con el riesgo de que las “culpas” no se repartan, por igual y en justas y debidas proporciones.
. Sorprende de manera notable que, habiéndose insistiendo en la Iglesia católica, más que en otras, en la necesidad de recurrir al sacramento de la penitencia como ayuda para la superación por lo que se refiere concretamente a los pecados de cuya existencia se llega a tener grave y bochornosa constancia en ministros y en estructuras eclesiásticas, no se haya redescubierto ya la capacidad de regeneración y salvación que entraña.
. No es ni sensato, ni sano, ni cristiano que el catolicismo se haya anclado tan férreamente en la inmutabilidad de los dogmas. Tampoco lo es la interpretación unívoca de que todos los “ataques” de las fuerzas del mal se dirigen contra la libertad religiosa…, constando con evidencia que son más la que se dirigen contra la influencia del clero en la vida política y, en general, en la vida pública.
. La misericordia que de modo sacrosanto y ejemplar encarna el Papa Francisco, es obligada referencia en el planteamiento y reflexión que demandan las crisis en la pluralidad de sus situaciones, por originales, difíciles e insospechadas que sean, El Papa Francisco es “punto y aparte” en la concepción de una Iglesia, en la que ya no es posible dar marcha atrás, definida por el dinamismo de la doctrina impartida en el evangelio, con dosis generosas de optimismo, pese a que con triste frecuencia se perciba la grave disociación entre aquél y la Iglesia.
. Es preciso que en la Iglesia, siempre y más hoy, se aprenda y eduque a vivir en conflicto. Todo proceso educativo que pretenda alcanzar la categoría de doctrina cristiana se fundamentará en el evangelio y este fue, y será, de por sí, conflictivo, en el correspondiente marco del respeto, del diálogo y, por encima de todo, a la búsqueda y encuentro con el entendimiento por la caridad, la sensatez y la humildad.
. En la Iglesia, y por tanto en los métodos de la enseñanza en relación con la misma, se rechazarán actitudes y estructuras autoritarias y monocromáticas, en muchas de las que las apariencias feudales se hagan presentes de alguna manera, y menos si “ el nombre e Dios” se involucra con las fórmulas rituales al uso, por muy devotas que aparezcan y sean.
. En la Iglesia no tienen cabida gestos, actitudes y comportamientos que justifiquen, con votos o sin ellos, la obediencia “ciega” o infantiloide, impropia de adultos, que en tantos órdenes e la vida son, y actúan, con responsabilidades propias de personas que se dicen conscientes. Los infantilismos, lo “porque lo mando yo”, “porque así se hizo siempre” y “porque así lo manda la santa Madre Iglesia”, sin más pruebas y argumentos veraces para su justificación que las rutinas, las comodidades rituales y el “santo” capricho, no poseen ya entidad de razones ni dentro ni fuera de la Iglesia.
. “La Iglesia está en crisis” es expresión que con iconoclasta frecuencia se pronuncia en la actualidad, como excusa para adoptar y mantener en ella posiciones y actitudes de quejas, inactividades y hasta el mal humor espiritual, que espantan cualquier atisbo de insatisfacción “religiosa”, con olvido transgresor de que siempre ha habido, y habrá, crisis en la Iglesia y fuera de ella, condición inherente a todo lo humano.
. Las crisis –“toma de conciencia de la necesidad y urgencia de cambiar las estructuras, actitudes y comportamientos”, eclesiales en este caso-, son imprescindibles en el desarrollo y aplicación de las ideas y principios salvadores y ejemplos de vida, que configuran todo legado evangélico. La seguridad de que toda crisis, bien asumida, “trabajada” y padecida por la gracia de Dios, es superable, a la vez que portadora de nuevos florecimientos, es –será- misteriosa y reparadora recompensa para los sufrimientos y los desconciertos ocasionados, a veces considerados como excesivos y desproporcionados.
. En las crisis aludidas sus protagonistas lo son tanto los cristianos de a pié, como las jerarquías en su diversidad de niveles y títulos. Las dificultades para asumirlas unos y otros son considerables, con el riesgo de que las “culpas” no se repartan, por igual y en justas y debidas proporciones.
. Sorprende de manera notable que, habiéndose insistiendo en la Iglesia católica, más que en otras, en la necesidad de recurrir al sacramento de la penitencia como ayuda para la superación por lo que se refiere concretamente a los pecados de cuya existencia se llega a tener grave y bochornosa constancia en ministros y en estructuras eclesiásticas, no se haya redescubierto ya la capacidad de regeneración y salvación que entraña.
. No es ni sensato, ni sano, ni cristiano que el catolicismo se haya anclado tan férreamente en la inmutabilidad de los dogmas. Tampoco lo es la interpretación unívoca de que todos los “ataques” de las fuerzas del mal se dirigen contra la libertad religiosa…, constando con evidencia que son más la que se dirigen contra la influencia del clero en la vida política y, en general, en la vida pública.
. La misericordia que de modo sacrosanto y ejemplar encarna el Papa Francisco, es obligada referencia en el planteamiento y reflexión que demandan las crisis en la pluralidad de sus situaciones, por originales, difíciles e insospechadas que sean, El Papa Francisco es “punto y aparte” en la concepción de una Iglesia, en la que ya no es posible dar marcha atrás, definida por el dinamismo de la doctrina impartida en el evangelio, con dosis generosas de optimismo, pese a que con triste frecuencia se perciba la grave disociación entre aquél y la Iglesia.