Culpables, los curas
De obscena y absurdamente simplista, injusta y ramplona, habría que tachar la aseveración de muchos, de que, de cuanto de mal o de malo se registra hoy en la Iglesia y en sus alrededores, sus principales responsables son los curas y, por elevación, los obispos. Unos y otros, y en la pluralidad de versiones “oficiales” de otras religiones, contribuyeron y contribuyen, por acción u omisión, de diversos modos y además “en el nombre de Dios”,y con obstinación, al deterioro esencial del mensaje de sus respectivos Fundadores y, en nuestro caso, del santo Evangelio. Los hechos, con sus citas y testimonios, son así de tozudos y, en parte, aún de lógicos, y la reseña de algunos de ellos la hace con frecuencia el mismo papa Francisco, con concretas e “indiscretas” alusiones a nombres, apellidos y otras circunstancias de lugar y de tiempo, y “coram pópulo.
Los curas-y por elevación, los obispos- , en el organigrama devoto, pío y pastoral de no pocos católicos, apostólicos y romanos, son culpables de no hacer más y mejor de cómo lo hacen, en relación con el no amurallamiento –“confinación”- de multitud de “coronavirus”, al no haberse subido una y otra vez a lo más alto de los campanarios de sus templos de ciudades y pueblos, bendiciéndolos con liturgia y rociándolos de ríos de aguas lustrales purificadoras.
En el mismo plano de reacciones teológico-pastorales, resultarían ser también culpables los curasen el caso de no haber interpretado al pie de la letra el aterrador mensaje pandémico de tener que ser considerado como “palabra” castigadora de Dios, como réplica a los graves pecados, y desviaciones ético-morales, del mundo actual, comenzando por los clericales, con específica mención para pederastas y corruptos en cuestiones no solo económicas.
Muy recientemente, el papa Francisco hizo expresa referencia concreta al mercantilismo- mercadeo existente en la Iglesia, con sacramentos, indulgencias, reliquias, misas, “sagrados” objetos de culto, ceremonias y ritos acaparados por los católicos de siempre, en exclusiva y como “santo y seña” de la religiosidad verdadera, al margen, o sobre, los mandamientos de Dios y de la Iglesia, que no son otros sino los redactados por Jesús en el Sermón de las Bienaventuranzas.
Haciendo primar el lema canónico del “Semper idem” de la Iglesia, sobre el de “Ecclesia semper reformanda”, los responsables “oficiales” jerárquicos de su administración y aplicación, habrán de ser declarados de por sí culpables de la lamentable situación en la que ella -la Iglesia- la han dejado y se encuentra.
Culpabilidad tan nefasta se proyectó y proyecta, en el olvido consciente de que la Iglesia es solamente la jerárquica, sin contar para nada, o para poco, los laicos y las laicas. La Iglesia sigue estando todavía férreamente identificada con curas y obispos. Es patrimonio de quienes imparten y reciben las nubes del incienso litúrgico y de quienes incomprensiblemente han de vestirse “de raro” –“ornamentos sagrados”, con mitras y báculos- para hablar con Dios, y adoctrinar a su pueblo…
Los curas son culpables, aunque no pocos de ellos, en segunda opción y por delegación y cultura “religiosa”, de que pecados-pecados, lo que se dicen pecados, solo sean los que infringen leyes canónicas o litúrgicas, al dictado de los avecindados en las Curias Diocesanas y sobre todo, en la Romana y en sus correspondientes secciones, dicasterios o como se llamen, dada la poca estabilidad de la que últimamente “disfrutan”
Descendiendo de alturas curiales, hay curas a los que “oficialmente” no se les puede eximir de la condición de “culpables” canónicos, como en los casos concretos de los que pastorean en la “Franja de Aragón” y la toledana a la que curiosamente permanece exiliada la Virgen de Guadalupe, patrona de Extremadura. De los curas en cuyas dependencias “pastorales” y “sacramentarias” se amamantaron independentismos y independentistas, a veces, asesinos, por archisabidos y documentados, jamás se les podrá aplicar lo del “¡Oh, felix culpa¡” cristiano, por falta elemental de arrepentimiento en no pocos de ellos…