EL DEMONIO, GUÍA TURÍSTICO.
Las leyendas, y más si de alguna manera las califican elementos religiosos, son fuentes y atractivos intensamente turísticos. Si además, entre sus elementos se hace presente el demonio, -¡Ave María Purísima¡-, el éxito de los viajes y las vacaciones está asegurado. En el siguiente relato se dan cita estos argumentos.
En gran parte y proporción, la ciudad alemana de Lübeck, en su Costa Báltica, con todos los merecimientos, fue recientemente declarada por la UNESCO, “ Patrimonio de la Humanidad, gracias al demonio… Sí, gracias al demonio. Una espectacular y artística porción del monumental acervo que define a Lübeck, y que impulsaron y hasta decidieron la declaración aludida, está exactamente en sus excepcionales templos e iglesias - “la ciudad de las siete torres”-, todas ellas construidas en ladrillo rojo y en el bello y original estilo gótico alemán propio de esas tierras.
. Y junto a una de estas iglesias, la consagrada a Santa María, perduran los ecos de una leyenda cuyo protagonista es el mismísimo demonio. Su figura en bronce se encuentra sobre una enorme piedra y sus orejas son acariciadas por los turistas con huidiza emoción, después de haber tomado conciencia del fastuoso rabo viril del que está dotado.
. La leyenda es así de pícara y de vitivinícola, tal y como está referida en la lápida colocada sobre el muro de la misma iglesia- catedral. Resulta que, cuando comenzaron a asentarse las primeras piedras del templo, el demonio creyó que tal edificio habría de ser una bodega, en la que los habitantes de la ciudad degustaran el vino y ocuparan su tiempo en rendirle a él mismo el culto que lleva consigo el pecado con los alcohólicos sabores y comportamientos correspondientes a sus excesos. Convencido de ello, gracias en gran parte a los sutiles engaños de los curas y canónigos responsables de la construcción del grandioso templo, hasta llegó a trabajar con los mismos albañiles, extrañados estos de que con su ayuda la obra creciera tan rápidamente.
.Pero he aquí que, cuando un día el demonio comenzó a percatarse de que la estructura del edificio no podría ser la propia de una bodega ni de una taberna, lamentó haber sido engañado y arrojó una descomunal piedra sobre una de las paredes, aunque esta no sufrió deterioro alguno. Decidido a emplear métodos más destructivos para arrasar cuanto antes el templo que iba surgiendo, uno de los constructores le prometió que, si abandonaba su actitud demoledora, haría construir para él una bodega “lo más cercanamente posible al nuevo lugar sagrado”. Al demonio –Mr. Devil- le satisfizo la idea y dejó la piedra y depositó su inmensa piedra en el lugar en el que hoy se halla, sentándose encima. En tal piedra pueden hoy verse a la perfección las huellas satánicas de sus garras.
. Sobre la bodega, transcurrido no mucho tiempo, habría de construirse el edificio del ayuntamiento, con lo que algunos explican que la genuina y radiante satisfacción posterior del demonio responde también a la facilidad de la que en este centro ciudadano habría así mismo de disponer para conseguir mantener y fomentar la corrupción de los ediles y administradores de la ciudad. El escultor Rolf Goorle perennizó esta leyenda el año 1999, aportándole a la ciudad un singular argumento para acrecentar aún más el número y “devoción” de visitantes curiosos.
En gran parte y proporción, la ciudad alemana de Lübeck, en su Costa Báltica, con todos los merecimientos, fue recientemente declarada por la UNESCO, “ Patrimonio de la Humanidad, gracias al demonio… Sí, gracias al demonio. Una espectacular y artística porción del monumental acervo que define a Lübeck, y que impulsaron y hasta decidieron la declaración aludida, está exactamente en sus excepcionales templos e iglesias - “la ciudad de las siete torres”-, todas ellas construidas en ladrillo rojo y en el bello y original estilo gótico alemán propio de esas tierras.
. Y junto a una de estas iglesias, la consagrada a Santa María, perduran los ecos de una leyenda cuyo protagonista es el mismísimo demonio. Su figura en bronce se encuentra sobre una enorme piedra y sus orejas son acariciadas por los turistas con huidiza emoción, después de haber tomado conciencia del fastuoso rabo viril del que está dotado.
. La leyenda es así de pícara y de vitivinícola, tal y como está referida en la lápida colocada sobre el muro de la misma iglesia- catedral. Resulta que, cuando comenzaron a asentarse las primeras piedras del templo, el demonio creyó que tal edificio habría de ser una bodega, en la que los habitantes de la ciudad degustaran el vino y ocuparan su tiempo en rendirle a él mismo el culto que lleva consigo el pecado con los alcohólicos sabores y comportamientos correspondientes a sus excesos. Convencido de ello, gracias en gran parte a los sutiles engaños de los curas y canónigos responsables de la construcción del grandioso templo, hasta llegó a trabajar con los mismos albañiles, extrañados estos de que con su ayuda la obra creciera tan rápidamente.
.Pero he aquí que, cuando un día el demonio comenzó a percatarse de que la estructura del edificio no podría ser la propia de una bodega ni de una taberna, lamentó haber sido engañado y arrojó una descomunal piedra sobre una de las paredes, aunque esta no sufrió deterioro alguno. Decidido a emplear métodos más destructivos para arrasar cuanto antes el templo que iba surgiendo, uno de los constructores le prometió que, si abandonaba su actitud demoledora, haría construir para él una bodega “lo más cercanamente posible al nuevo lugar sagrado”. Al demonio –Mr. Devil- le satisfizo la idea y dejó la piedra y depositó su inmensa piedra en el lugar en el que hoy se halla, sentándose encima. En tal piedra pueden hoy verse a la perfección las huellas satánicas de sus garras.
. Sobre la bodega, transcurrido no mucho tiempo, habría de construirse el edificio del ayuntamiento, con lo que algunos explican que la genuina y radiante satisfacción posterior del demonio responde también a la facilidad de la que en este centro ciudadano habría así mismo de disponer para conseguir mantener y fomentar la corrupción de los ediles y administradores de la ciudad. El escultor Rolf Goorle perennizó esta leyenda el año 1999, aportándole a la ciudad un singular argumento para acrecentar aún más el número y “devoción” de visitantes curiosos.