“EL HÁBITO Y EL MONJE”
Unos completan el dicho popular de que “el hábito no hace al monje” –“solitario o anacoreta”, así como “individuo de una comunidad religiosa”, y otros, con el término “fraile”, o “nombre que se da a los individuos de ciertas Órdenes Religiosas”. Pero el sentido y el contenido del adagio es idéntico, y uno y otro se relacionan con la Iglesia, que “también tiene doctores”, y con la que cervantinamente “se da” o “se topa” en la vida. “No juzgar a los demás por las apariencias“, y “evitar los exteriorismos “ y los beneficios canónicos” con o sin “yelmo y espuelas doradas”, es síntesis de la filosofía, de la ética y de la ascética, de cuanto la consagración a lo religioso se presupone y exige.
La noticia, fuente de este comentario, se encuentra en el hecho reciente de la adaptación de los hábitos de la Orden de los dominicos –“Predicadores”- a la que está siendo sometida en la actualidad, después de haber sido fundada por el español santo Domingo de Guzmán, en Toulouse –Francia-, el 22 de diciembre de 1216, con la venia y bendición del papa Honorio III..
. En el mundo secularizado en el que vivimos, están de más los hábitos. Los de los dominicos –predicadores-, y los de cualquier Orden Religiosa. por muy “Orden” y por muy “Religiosa” que sea, y así se presente. De idéntico diagnóstico han han de participar los sacerdotes y demás miembros del clero secular, sin exceptuar sus diversos grados, con inclusión de los episcopales.
. Los hábitos –todos los hábitos- , distinguen, alejan, separan, discriminan, diferencian y marcan. Los hábitos fuerzan a comportarse, a ser, a creerse ser, y a actuar de otro modo a como lo hacen el resto de los mortales con el que se vive o se convive. Los hábitos obligan a hablar, y hablan, otro lenguaje, con referencia no solo a las palabras y al tono de voz, sino a la autoridad y sapiencia.
. Los hábitos imposibilitan iniciar y completar cualquier proceso de encarnación en el pueblo, y más si este se llama y es “pueblo de Dios”. Desencarnados, difícilmente será factible diálogo alguno que lleve al entendimiento y al encuentro salvador. Solo se salva y se redime a los demás, y a sí mismo, sometidos a la ascética de “hacerse hombre el Verbo Divino”. El misterio de la encarnación es obra de Dios y de quienes, por vocación lo representen, crean y digan actuar en su nombre sagrado.
. Están hoy de más los hábitos, y más los religiosos. Por la pasarela de la vida común y normal de la convivencia social, familiar, corriente, natural y sincera no desfilan hoy los hábitos y las distinciones. Unos y otras sobran, deshumanizan. A veces, molestan. En ocasiones, hasta hacen reír, con el alto contenido de desprestigio y desprecio de los que son portadores fantasiosos y desedificantes.
. Sacerdotes, monjes y monjas, canónigos y obispos en la diversidad de sus grados, colorines, insignias, “ornamentos”, blasones, medallas y orlas, jamás serán referencias realmente religiosas “por esos mundos de Dios”. Mitiga un poco el diagnóstico, el convencimiento de que, por ejemplo, en los transportes populares –autobuses o “metros”- es raro que se hagan presentes, por la sencilla e inteligible razón de que la mayoría de sus protagonistas viajan “en coche oficial”, cuyos gastos, de una u otra manera, se le adjudican, con Concordato o si él, al erario público, o a la generosidad –“caridad” de los fieles devotos, con o sin indulgencias.
. Habiendo llegado ya a los actos de culto y a las correspondientes “funciones religiosas”, el diagnóstico podría no ser exhaustivamente válido. Pero, de todas maneras, la reforma litúrgica y el mismo sentido común, incluyen una ascética de recortes ejemplar, basada en la humildad, en la sensatez, y en la historia eclesiástica, en cuyo contexto se hicieron, y perduran, signos paganos, hoy sin sentido, o condenados, por la sensibilidad ilustrada de quienes los contemplan y juzgan.
. Aporto el dato de los quince -¡quince¡- metros de cola de las “capas magnas” de los “Reverendísimos y Eminentísimos Cardenales Purpurados de la Santa Iglesia Romana”, así como de la reacción de los mismos al decidir Pablo VI, que tales metros se redujeran a cinco… Por muy “cardenales” que se sea y se ejerza, cinco metros de cola y tal rimero de títulos y de colorines, con sus enjoyados y artísticos broches, no serán objetos de religión, de veneración y de culto divinos.
.“El hábito no hace al monje”, ni los metros de cola hacen cardenales a los Cardenales. Ni unos ni otros – los metros de las colas- serán jamás síntesis de religiosidad popular y teológica, por mucho que así lo demanden los cánones o los protocolos. A lo más, son, y seguirán siendo, signos y gestos de superficialidad, paganía y manipulación de cuanto es y se relaciona sacramentalmente con la Iglesia.
La noticia, fuente de este comentario, se encuentra en el hecho reciente de la adaptación de los hábitos de la Orden de los dominicos –“Predicadores”- a la que está siendo sometida en la actualidad, después de haber sido fundada por el español santo Domingo de Guzmán, en Toulouse –Francia-, el 22 de diciembre de 1216, con la venia y bendición del papa Honorio III..
. En el mundo secularizado en el que vivimos, están de más los hábitos. Los de los dominicos –predicadores-, y los de cualquier Orden Religiosa. por muy “Orden” y por muy “Religiosa” que sea, y así se presente. De idéntico diagnóstico han han de participar los sacerdotes y demás miembros del clero secular, sin exceptuar sus diversos grados, con inclusión de los episcopales.
. Los hábitos –todos los hábitos- , distinguen, alejan, separan, discriminan, diferencian y marcan. Los hábitos fuerzan a comportarse, a ser, a creerse ser, y a actuar de otro modo a como lo hacen el resto de los mortales con el que se vive o se convive. Los hábitos obligan a hablar, y hablan, otro lenguaje, con referencia no solo a las palabras y al tono de voz, sino a la autoridad y sapiencia.
. Los hábitos imposibilitan iniciar y completar cualquier proceso de encarnación en el pueblo, y más si este se llama y es “pueblo de Dios”. Desencarnados, difícilmente será factible diálogo alguno que lleve al entendimiento y al encuentro salvador. Solo se salva y se redime a los demás, y a sí mismo, sometidos a la ascética de “hacerse hombre el Verbo Divino”. El misterio de la encarnación es obra de Dios y de quienes, por vocación lo representen, crean y digan actuar en su nombre sagrado.
. Están hoy de más los hábitos, y más los religiosos. Por la pasarela de la vida común y normal de la convivencia social, familiar, corriente, natural y sincera no desfilan hoy los hábitos y las distinciones. Unos y otras sobran, deshumanizan. A veces, molestan. En ocasiones, hasta hacen reír, con el alto contenido de desprestigio y desprecio de los que son portadores fantasiosos y desedificantes.
. Sacerdotes, monjes y monjas, canónigos y obispos en la diversidad de sus grados, colorines, insignias, “ornamentos”, blasones, medallas y orlas, jamás serán referencias realmente religiosas “por esos mundos de Dios”. Mitiga un poco el diagnóstico, el convencimiento de que, por ejemplo, en los transportes populares –autobuses o “metros”- es raro que se hagan presentes, por la sencilla e inteligible razón de que la mayoría de sus protagonistas viajan “en coche oficial”, cuyos gastos, de una u otra manera, se le adjudican, con Concordato o si él, al erario público, o a la generosidad –“caridad” de los fieles devotos, con o sin indulgencias.
. Habiendo llegado ya a los actos de culto y a las correspondientes “funciones religiosas”, el diagnóstico podría no ser exhaustivamente válido. Pero, de todas maneras, la reforma litúrgica y el mismo sentido común, incluyen una ascética de recortes ejemplar, basada en la humildad, en la sensatez, y en la historia eclesiástica, en cuyo contexto se hicieron, y perduran, signos paganos, hoy sin sentido, o condenados, por la sensibilidad ilustrada de quienes los contemplan y juzgan.
. Aporto el dato de los quince -¡quince¡- metros de cola de las “capas magnas” de los “Reverendísimos y Eminentísimos Cardenales Purpurados de la Santa Iglesia Romana”, así como de la reacción de los mismos al decidir Pablo VI, que tales metros se redujeran a cinco… Por muy “cardenales” que se sea y se ejerza, cinco metros de cola y tal rimero de títulos y de colorines, con sus enjoyados y artísticos broches, no serán objetos de religión, de veneración y de culto divinos.
.“El hábito no hace al monje”, ni los metros de cola hacen cardenales a los Cardenales. Ni unos ni otros – los metros de las colas- serán jamás síntesis de religiosidad popular y teológica, por mucho que así lo demanden los cánones o los protocolos. A lo más, son, y seguirán siendo, signos y gestos de superficialidad, paganía y manipulación de cuanto es y se relaciona sacramentalmente con la Iglesia.