SÍ A LA IGLESIA (con reformas)
Soy consciente de que me expongo frontalmente, y sin defensas, a ser tachado de iconoclasta, hereje, enemigo de la Iglesia y de sus representantes, y hasta de Dios. Sé que, con casi toda clase de argumentos al uso, se intentará convencerme de que, me olvidé de las promesas de perpetuidad de la Iglesia, y de que la misma historia así lo justifica. Exactamente entre estas coordenadas resulta fácil y obligado el convencimiento de muchos –cristianos o no-, de que esta –la nuestra y de ahora- no es, o le falta mucho, para ser la Iglesia de Cristo, por lo que demanda con celeridad sagrada hondas, inteligentes y evangélicas reformas. Los tiempos “institucionales” que vive, o pretende vivir, la sociedad en la actualidad en relación con la monarquía, el Estado, justicia, educación, supra o inter nacionalidad, profesiones, costumbres y doctrinas, apenas si conservan parecido alguno veraz con los anteriores, no tan lejanos. En la reforma de la Iglesia, ancha, profunda, santa, y con fidelidad y respeto al evangelio y a las realidades temporales, sobresalen ejemplos como estos:
. La doctrina, sobre todo la moral, y en notables proporciones, está pendiente y necesitada, de reflexiones más serias y actualizadas. Es poco, o reducido, el caso que personas decentes, formadas, y en conciencia, les hacen a normas y a principios, tal y como lo demuestran veraces estadísticas, con rechazo a cualquier interpretación a razones de frivolidad, o de interés personal, que se les proporcione por parte de la jerarquía.
. La teología es- será- obra de los profesionales de la misma, aunque sin olvidarse de que lo es, en proporciones similares o superiores, también del pueblo-pueblo, que es Pueblo de Dios, esté o no “eclesiastizado”. Para la misma teología – fundamento de la institución- y más para el Derecho Canónico, que la mantiene y desarrolla, ni está ni se vive, -en ocasiones, hasta ni puede vivirse-, en sintonía con las necesidades y al servicio del pueblo. Así lo saben los mismos teólogos y canonistas, pero desde el convencimiento, limitativo y coartador, de que sus ideas les harán engrosar el número oficial de “condenados” y proscritos “en el nombre de Dios”.
. El Papa, la curia, cardenales, concilios, obispos, diócesis, canónigos, sacerdotes, religiosos en su miríada de versiones, cargos, títulos, ascensos, encomiendas, “cruces”, ritos y estilos, hábitos, celebraciones y canonizaciones, esperan con anhelo bíblico una reforma que les ayude a recobrar la identidad de la Iglesia con la que fundara Cristo Jesús. Desde la honradez histórica y teológica, muchos, “profesionales” o no, de la institución, experimentan el descontento radical de que todo, -casi todo-, es en la Iglesia actual pura coincidencia, en relación con la vida, devoción y compromiso, religiosidad y doctrina, valores y enseñanzas dimanantes del evangelio.
. Lo relacionado con el culto a Dios, a la Virgen y a los santos, es capítulo relevante. El bautismo, confesión, comunión, Orden Sacerdotal y el resto de los sacramentos, en su teología y en su aplicación, no son lo verdadera y cabalmente cristianos que debieran, No lo es tampoco la idea de la muerte y del “Más Allá”, con tantos remiendos paganos.
. La misma idea de Dios, de Cristo Jesús y del “Amén” son merecedoras de mayor y más evangélica reflexión y estudio, y de devoción y compromiso, por parte del pueblo. Lo son también las virtudes más nuevas y “actuales”, pero ”antiquísimas” en todas las religiones –y más en la concepción eclesial-, como la alegría, la solidaridad, disponibilidad, justicia-santidad, honestidad, trabajo, descanso-contemplación, soledad- comunidad, ocio-progreso, con su puesta a punto y valoración real de su contenido y dimensión cristiana de las actos de culto, de los que últimamente se ausenta en gran proporción el personal, ahíto de aburrimiento, de solemnidades y ornamentos, y de ceremonias.
. La doctrina, sobre todo la moral, y en notables proporciones, está pendiente y necesitada, de reflexiones más serias y actualizadas. Es poco, o reducido, el caso que personas decentes, formadas, y en conciencia, les hacen a normas y a principios, tal y como lo demuestran veraces estadísticas, con rechazo a cualquier interpretación a razones de frivolidad, o de interés personal, que se les proporcione por parte de la jerarquía.
. La teología es- será- obra de los profesionales de la misma, aunque sin olvidarse de que lo es, en proporciones similares o superiores, también del pueblo-pueblo, que es Pueblo de Dios, esté o no “eclesiastizado”. Para la misma teología – fundamento de la institución- y más para el Derecho Canónico, que la mantiene y desarrolla, ni está ni se vive, -en ocasiones, hasta ni puede vivirse-, en sintonía con las necesidades y al servicio del pueblo. Así lo saben los mismos teólogos y canonistas, pero desde el convencimiento, limitativo y coartador, de que sus ideas les harán engrosar el número oficial de “condenados” y proscritos “en el nombre de Dios”.
. El Papa, la curia, cardenales, concilios, obispos, diócesis, canónigos, sacerdotes, religiosos en su miríada de versiones, cargos, títulos, ascensos, encomiendas, “cruces”, ritos y estilos, hábitos, celebraciones y canonizaciones, esperan con anhelo bíblico una reforma que les ayude a recobrar la identidad de la Iglesia con la que fundara Cristo Jesús. Desde la honradez histórica y teológica, muchos, “profesionales” o no, de la institución, experimentan el descontento radical de que todo, -casi todo-, es en la Iglesia actual pura coincidencia, en relación con la vida, devoción y compromiso, religiosidad y doctrina, valores y enseñanzas dimanantes del evangelio.
. Lo relacionado con el culto a Dios, a la Virgen y a los santos, es capítulo relevante. El bautismo, confesión, comunión, Orden Sacerdotal y el resto de los sacramentos, en su teología y en su aplicación, no son lo verdadera y cabalmente cristianos que debieran, No lo es tampoco la idea de la muerte y del “Más Allá”, con tantos remiendos paganos.
. La misma idea de Dios, de Cristo Jesús y del “Amén” son merecedoras de mayor y más evangélica reflexión y estudio, y de devoción y compromiso, por parte del pueblo. Lo son también las virtudes más nuevas y “actuales”, pero ”antiquísimas” en todas las religiones –y más en la concepción eclesial-, como la alegría, la solidaridad, disponibilidad, justicia-santidad, honestidad, trabajo, descanso-contemplación, soledad- comunidad, ocio-progreso, con su puesta a punto y valoración real de su contenido y dimensión cristiana de las actos de culto, de los que últimamente se ausenta en gran proporción el personal, ahíto de aburrimiento, de solemnidades y ornamentos, y de ceremonias.