LOS “MAYORES”
Los sinónimos de “mayores” son muchos y diversos, recorriendo caminos de intenciones y de circunstancias sociales, políticas, religiosas y familiares, unas más amables y consideradas que otras. De entre ellos, coloco el acento en los términos “anciano”, “abuelo”, “viejo”, “vejete”, “octogenario”, “provecto”, chochez”, “acabado”, “carcamal”, “longevo”…De suyo, y este es el eje de la reflexión, acaban de asaltar los titulares de los medios de comunicación frases y datos como estos: “Me interesa el futuro porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida…” España ocupa el cuarto puesto entre los países del mundo, con próximas posibilidades de lucir las primeras medallas en el podio…La vejez es ya paisaje rural, ciudadano, eclesial y eclesiástico, con sillas de ruedas, muletas, andadores, y acompañantes, preferentemente sudamericanas. Es “asilo de ancianos desamparados” y residencias, con precios y acomodos al dictado de las pensiones laborales o de la caridad y política municipal o autonómica. La vejez es, en general, soledad y abandono de sí mismos y de los demás.
. En relación con el tema, capítulo esencial es la falta de preparación con la que en la actualidad nos vemos obligados a afrontarlo, pese al convencimiento que se tiene ya de que constituye - y constituirá- , el tramo de la vida más largo en años.
. Impreparación tan grave y capital dificulta su aceptación de manera decisiva sin disponer todavía de soluciones efectivas por parte de instituciones, de los propios individuos, de las familias y aún de empresas del sector. La misma ética y su estudio y administración por moralistas y expertos en medicina, y en las disciplinas relacionadas más estrechamente con la antropología, apenas si dieron pasos en dirección distinta a la de salvaguardar principios tan “sagrados” como el de que, por encima de todo, ha de prevalecer el •”deber” de alargar la vida – o de detener la muerte-, indefinidamente hasta que la “naturaleza” –biología-, aguante y y resista vegetalmente , con ayudas externas, ya en uso, o en estudio.
. La muerte, cargados de años y méritos, no es una desgracia personal, familiar o social. Es episodio y exigencia elemental –esencial- de la misma vida. A la luz de la fe cristiana, es además proyecto y culminación de esperanzas de resurrección y de integración plena en el misterio de Cristo y en el organigrama de su Iglesia, que nos educó para asumirla con símbolos bíblicos tan complacientes y sagrados como “luz perpetua”, “descanso eterno”, seno de Abraham”, “gloria”, “paraíso”, alegre compañía con ángeles, arcángeles y seres queridos”…
. Desde valoraciones ascéticas, filosóficas y antropológicas, en general, en la disciplina de la muerte, todos somos aspirantes a un rotundo y patético “suspenso”. Son pocos –muy pocos- los merecedores de un “aprobado”, y menos del “summa cum laude”,como así lo supondrían y demandarían la fe y la educación religiosa, contando siempre –“por los siglos de los siglos”- con la gracia de Dios y los sacramentos.
. Educar para ser, y ejercer- de “viejo”, es decir, de “persona mayor”, es tan imprescindible y urgente como educar para tratar a esas personas con dignidad, respeto, comprensión, cariño y justicia. Para cumplir esta misión, bastan argumentos tan contundentes como los aportados por los expertos que aseguran que en plazo, relativamente corto, un considerable número de personas que ronden los noventa años estarán afectadas por la terrible enfermedad del “alzheimer”. La catequesis del Papa Francisco resplandece de ejemplos, gestos y palabras a favor del aprecio debido a los “mayores”, destacando sus posibilidades al servicio del resto de la humanidad.
. Un recuerdo amoroso y pletórico de agradecimientos a quienes hacen posible conjugar el verbo “abuelear” con devoción y mesura, sin abusos, y con la comprensible intención de que hacen un bien, en proporción similar a como se lo hacen a sí mismos, a la familia, y a la sociedad. Otros recuerdo igualmente agradecido a quienes por solidaridad, por motivos de religión, o por humanidad, dedican su tiempo y preocupación a las personas mayores, compartiendo su soledad, sus añoranzas y olvidos, junto con la reiterada narración de sus “batallitas”.
. Los hombres de la Iglesia –“presbítero” en griego significa “anciano”- , cumplirán con su misión, con certera precisión y sentido de actualidad, profundizando en la pastoral adecuada y propia para los “mayores”, que todavía, y en gran proporción, participan de alguna manera en los actos de culto. En cualquier persona mayor, es cristianamente obligado, consolador y factible, descubrir rasgos inequívocos de santos y santas. De la veracidad de tal aserto no siempre participan quienes, por carácter o deformación, nacieron ya viejos, y así se comportaron, son sigo mismos, y con los demás, durante la vida, al margen, o sobre los datos oficiales de sus DNI respectivo.
. En relación con el tema, capítulo esencial es la falta de preparación con la que en la actualidad nos vemos obligados a afrontarlo, pese al convencimiento que se tiene ya de que constituye - y constituirá- , el tramo de la vida más largo en años.
. Impreparación tan grave y capital dificulta su aceptación de manera decisiva sin disponer todavía de soluciones efectivas por parte de instituciones, de los propios individuos, de las familias y aún de empresas del sector. La misma ética y su estudio y administración por moralistas y expertos en medicina, y en las disciplinas relacionadas más estrechamente con la antropología, apenas si dieron pasos en dirección distinta a la de salvaguardar principios tan “sagrados” como el de que, por encima de todo, ha de prevalecer el •”deber” de alargar la vida – o de detener la muerte-, indefinidamente hasta que la “naturaleza” –biología-, aguante y y resista vegetalmente , con ayudas externas, ya en uso, o en estudio.
. La muerte, cargados de años y méritos, no es una desgracia personal, familiar o social. Es episodio y exigencia elemental –esencial- de la misma vida. A la luz de la fe cristiana, es además proyecto y culminación de esperanzas de resurrección y de integración plena en el misterio de Cristo y en el organigrama de su Iglesia, que nos educó para asumirla con símbolos bíblicos tan complacientes y sagrados como “luz perpetua”, “descanso eterno”, seno de Abraham”, “gloria”, “paraíso”, alegre compañía con ángeles, arcángeles y seres queridos”…
. Desde valoraciones ascéticas, filosóficas y antropológicas, en general, en la disciplina de la muerte, todos somos aspirantes a un rotundo y patético “suspenso”. Son pocos –muy pocos- los merecedores de un “aprobado”, y menos del “summa cum laude”,como así lo supondrían y demandarían la fe y la educación religiosa, contando siempre –“por los siglos de los siglos”- con la gracia de Dios y los sacramentos.
. Educar para ser, y ejercer- de “viejo”, es decir, de “persona mayor”, es tan imprescindible y urgente como educar para tratar a esas personas con dignidad, respeto, comprensión, cariño y justicia. Para cumplir esta misión, bastan argumentos tan contundentes como los aportados por los expertos que aseguran que en plazo, relativamente corto, un considerable número de personas que ronden los noventa años estarán afectadas por la terrible enfermedad del “alzheimer”. La catequesis del Papa Francisco resplandece de ejemplos, gestos y palabras a favor del aprecio debido a los “mayores”, destacando sus posibilidades al servicio del resto de la humanidad.
. Un recuerdo amoroso y pletórico de agradecimientos a quienes hacen posible conjugar el verbo “abuelear” con devoción y mesura, sin abusos, y con la comprensible intención de que hacen un bien, en proporción similar a como se lo hacen a sí mismos, a la familia, y a la sociedad. Otros recuerdo igualmente agradecido a quienes por solidaridad, por motivos de religión, o por humanidad, dedican su tiempo y preocupación a las personas mayores, compartiendo su soledad, sus añoranzas y olvidos, junto con la reiterada narración de sus “batallitas”.
. Los hombres de la Iglesia –“presbítero” en griego significa “anciano”- , cumplirán con su misión, con certera precisión y sentido de actualidad, profundizando en la pastoral adecuada y propia para los “mayores”, que todavía, y en gran proporción, participan de alguna manera en los actos de culto. En cualquier persona mayor, es cristianamente obligado, consolador y factible, descubrir rasgos inequívocos de santos y santas. De la veracidad de tal aserto no siempre participan quienes, por carácter o deformación, nacieron ya viejos, y así se comportaron, son sigo mismos, y con los demás, durante la vida, al margen, o sobre los datos oficiales de sus DNI respectivo.