MISAS SIN CURAS
Jamás entendí, ni entiendo, porqué hay que disfrazarse para hablar y relacionarse con Dios, tal y como lo mandan y justifican los cánones, las tradiciones y, sobre todo, la Sagrada Liturgia, con toda clase de detalles e interpretaciones, no ocas de ellas, absurdas y pueriles. Con estos prenotandos, ya compartidos por muchos, es explicable que los templos se vacíen hasta la extenuación, si bien la carencia de curas y obispos contribuyan a agravar desolación tan triste y notoria.
El personal –feligreses y fieles de toda la vida-, se ausentan de los templos, a no ser en los casos en los que protocolariamente justifiquen su presencia motivos cívicos, familiares o sociales y, en proporciones restringidas, también las consideradas todavía como “religiosas”. Los índices de asistencia a las misas están realmente en precario. No son lo que eran y las tendencias no son optimistas, sino todo lo contrario, y no solo por lo de la religión católica, sino por lo de los emigrantes y por la reducción de la natalidad entre los católicos.
La constatación de estos hechos y la búsqueda de sus responsables, es tarea-ministerio eminentemente religiosa. Reformas profundas y urgentes llaman vorazmente a puertas y ventanas de la institución eclesiástica. Si hasta el presente sus máximos responsables se limitaban a seguir “durmiendo el sueño de los justos” o a “vivir en el mejor de los mundos”, y a la grey apenas si se le permitía balar “amenes”, con piedad, resignación, humildad y obediencia ciega, por fin, y gracias a la gracia de Dios, desadormecida por el papa Francisco, tiempos y actitudes apuestan por el cambio, aunque todavía con timidez y miedos de diversos colores.
La sola insinuación de la catequesis de que el laicado es tanto o más Iglesia que la jerarquía, está contribuyendo a efectuar el esperado milagro de la reforma, e inicial consignación y coincidencia con las demandas de los tiempos nuevos.
Las misas precisan de otra ordenación y otros marcos, para que puedan ser misas de verdad. Y otra liturgia. Y otras homilías. Y otros celebrantes. En las mismas, a hombres, mujeres y niños, por igual, jamás les seguirá siendo obligatorio a actuar de otra manera, que no se corresponda en el ritual ”Amén”, con el ficticio, tontorrón, melífluo e hipócrita beso, abrazo o “darse la mano”, como expresión de reconciliación y de paz, y, en definitiva, de común-unión sacramental. En ocasiones, adelantados feligreses a lo más que se atreven es a unir su voz con la del celebrante, que es quien ha de llevar de por sí y siempre, y más en las ceremonias litúrgicas, “la voz cantante”.
Rozar la conclusión de que las misas –todas las misas, para que lo sean de verdad,- hemos de con-celebrarlas entre todos, constituía hasta el presente una herejía, y no parte esencial de toda celebración eucarística. “Asistir, oir, estar, cumplir con el precepto” no son términos, conceptos o actitudes ni litúrgicas ni eclesiales. El rito y la ceremonia ni son ni “hacen” misa a la misa. Son otra cosa, que en condiciones solemnes rondan la condición de “espectáculos”, además de “misterio insondable”, tan alejada de la idea de una reunión entre amigos y hermanos que parten el mismo pan, beben en el mismo cáliz y celebran en paz y en gracia de Dios, por la caridad, el encuentro con Jesús, signo sacramental, por la comunión, de la común-unión que demandan la vida, la religión y, por supuesto, la Iglesia.
Y en el marco de la teología y de la pastoral similar al descrito, ¿qué y cuanto les sobran a las misas de hoy? Cuanto y qué les falta? ¿Es –será- congruente, lícito y moral, que confesores, catequistas y predicadores insten a los feligreses y educandos, a la “asistencia” a las misas y, de no hacerlo, a enemistarse con Dios a perpetuidad, al cometer el pecado grave de la infracción del “precepto”? ¿Cuántas témporas les quedan todavía a Nuestra Santa Madre la Iglesia para que le llegue el día de que “los celebrantes principales” no tengan que ser solo los curas y los obispos, sino también los –y las- fieles, porque así lo haya pedido la comunidad…?
Reconozco que en los rituales sagrados actuales no caben estas propuestas, por lo que jamás obtendrían ni el “Nihil obstat” ni el “Imprimatur”. Pero es también posible que, más pronto que tarde, lleguen a tenerlo, tal y como acontecía en las comunidades primeras de la Iglesia. El Sínodo de la Amazonía sigue abierto a esperanzas salvadoras, antes impensables.