Sin Misa y Sin Sermón

Con ocasión de la “proclamación oficial” del nuevo rey Felipe VI, previa la abdicación de su padre Juan Carlos I, con referencias explícitas a la relación monarquía- Iglesia, es deseable que resulten provechosas, reflexiones y sugerencias como estas:

. Por supuesto que son dignos de consideración y respeto quienes estén en desacuerdo con la no celebración de la santa misa, con ocasión de la “ascensión al trono” del nuevo rey, que quienes lo estén y así lo hayan decidido. Descalificar a unos, con recuerdos y adjetivaciones extrañas, como “meapilas”, rancios y anacrónicos, y a otros como “infieles”, “herejes”, “apóstatas” o “ateos”, sería improcedente y no contribuiría al mantenimiento e irradiación de la convivencia pacífica, al dictado de los principios fundamentales de la Iglesia y de la voluntad del Creador.

. ¿Quién habría de ser – o haber sido- el celebrante principal de tan solemne ceremonia?. ¿El “tal Blázquez”, arzobispo de Valladolid, elegido democráticamente Presidente de la Conferencia Episcopal Española, o el Eminentísimo Cardenal Rouco Varela, arzobispo de Madrid y “factotum” de la Iglesia en España en los últimos y penúltimos tiempos?

. En el caso en el que esta última, por insondables misterios, hubiera sido la opción, ¿sería explicable, prudente y ejemplar que quién canónicamente rebasó con creces la edad de la jubilación al frente de la diócesis, capital del Estado, destacara y potenciara los méritos y las ventajas, personales y colectivas, que conllevan el convencimiento y el hecho de dejar paso a las generaciones nuevas, dentro de la propia Iglesia?

. ¿Qué capacidad de destreza, y acopio de “gracia de estado”, gracia de Dios en definitiva, habrían de distinguir a los redactores y asesores “litúrgicos”, y oradores sagrados, para inspirar la celebrante, expositor e intérprete de la palabra- mensaje de Dios, temas tan inexquivables como los relativos a las relaciones Iglesia-Estado, enseñanza de la religión católica, familia, control de natalidad, divorcio, economía, relaciones diplomáticas, privilegios ancestrales, corrupción, ejemplaridad -personal e institucional-, enchufismos amistosos y familiares… y tantos otros capítulos inherentes a la actividad y misión de los monarcas, de los que todavía en muchos perduran el recuerdo y la convicción, de que lo son –o lo fueron- “por la gracia de Dios”?

. ¿Qué lugar, y función, ocuparían en la ceremonia religiosa los representantes de otras religiones e Iglesias, cuyos miembros, al igual que los católicos, son también españoles, comprometidos ellos en el desarrollo y la convivencia entre todos? ¿Qué valor real –“regio”- posee en la actualidad la connotación del “rey católico” por excelencia, que honra y distingue a los monarcas que se asientan sobre el trono de Fernando III “el santo”, y en el de los “Reyes Católicos – Fernando e Isabel-, aspirantes estos, hasta tiempos recientes, a la beatificación y canonización?

. La ausencia del Crucifijo, de la Biblia y de otros símbolos religiosos en el momento cumbre de jurar la Constitución, es así mismo explicable que también se haya convertido en uno de los temas- eje de reflexiones fervientes y comprometidas.
. El hecho de que en los álbumes de recuerdos de la citada “proclamación oficial” –“coronación o entronización”- falten fotos e imágenes en las que no se hayan hecho presentes capisayos cardenalicios, turiferarios y reverencias, es comprensible y perdonable, que a algunos les haya significado una frustración político- religiosa imborrable.

Y aquí, y ahora, el recuerdo agradecido y emocionado para el Cardenal Don Vicente- Enrique y Tarancón, a quien le correspondió el arriesgado ministerio y oficio de presidir semejante ceremonia en los tiempos del “cambio” verdadero. Eran otras calendas, otras circunstancias y otras personas. Y rimas, distintas. “Paredón” rimaba y rima con “Tarancón”, y en la actualidad, ni el nombre ni el apellido de ningún “dignatario eclesiástico” de España, en activo, y aún “jubilable”, rima con el carácter y la decidida vocación de contribuir con las actitudes propias del cambio- regeneración dentro de la Iglesia, con la subsiguiente proyección hacia el resto de la colectividad, una buena parte de ella “Pueblo de Dios”
Volver arriba