Mitras y cuernos (sagrados)
La Iglesia, y tal vez más en España , está hoy abocada inexcusablemente a diversidad de cambios. Y estos podrán ser, y serán, necesariamente profundos. Tal y como lo registran los índices de “eclesiastidad” religiosa, estos –los índices- son demandas urgentes. No se puede esperar ya más. El evangelio, del que ellos son fieles salvadores y custodia, apremian con multitud de versículos, episodios y parábolas que dan la impresión de que misteriosamente en su misma redacción ya se hizo presente nuestros país con sus más o menos interinas circunstancias especiales.
Precisamente en él y en un corto –muy corto-periodo de tiempo, al menos una cuarentena de obispos han de dejar de ejercer su ministerio pastoral, con lo que el cambio en el episcopologio podría favorecer el ajuste. Es generalizada la convicción de que, entre unas cosas y otras, y por diversas causas y protagonismos jerárquicos, los obispos que pastorean nuestras diócesis ni fueron, no podrán ser, devotos fervientes del Vaticano II y menos del papa Francisco.
El “franciscanismno” es asignatura pendiente de la mayoría prelaticia, seguros además de que si, como sacerdotes o religiosos, hubieran sido “conciliares”, jamás alcanzarían tal rango, autoridad y “dignidad” en el estamento eclesiástico. La historia es así de elocuente, tozuda y hasta “infalible”. Es suficiente con leer y estudiar los “curriculum vitae” de cuantos episcopables se tornaron en obispos, gracias y meced a las gestiones y a los nombramientos –que no elección- de los últimos Nuncios, con atención para Fratini, con la ayuda e inspiración de algún cardenal del reino de España, que hasta se creyó –o lo creyeron- “papable”.
La Iglesia en España merece otros obispos. Sus últimos tiempos fueron difíciles y los próximas seguirán siéndolo aún más, tanto social como políticamente. Hoy es “otra” la Iglesia. Apenas si se parece a aquella para la que los nombraron obispos a nuestros obispos.
A estos, en general, y más a los españoles, les sobran gestos y símbolos. Unos y otros no dejan de ser imagen y signos que serán interpretados por los fieles diocesanos más ilustrados, como inútiles y “anti o a- religiosos”, incapaces de ser portadores y adoctrinadores de la religión verdadera, que es la de los evangelios.
Por muy documentada que esté y sea la historia, por citar un ejemplo con carácter de esperpento, a los obispos les sobran las mitras. Jamás ellas les permitirán ser y actuar como tales, en conformidad con la liturgia y la pastoral que demandan los tiempos y las circunstancias, en cuyos marcos vivimos y somos.
Las mitras tienen mala prensa. Sagrada y pagana. Y no es para menos, entre otras razones, por haber sido en los tiempos gloriosos de los emperadores persas de nombre Darío, “santo y seña” del dios Mitreo, concedido por igual, a sus Sumos Sacerdotes y a las Generalísimos de sus ejércitos…
Con reliquias tan inicuas y paganas como estas, con o sin el debido conocimiento de sus antecedentes, usos y significados, no es posible ser y ejercer hoy de obispos. Las mitras- cuernos, fiel y reconocida expresión de poder y de “virtud-fuerza, despojan de sacralizad a sus usuarios, para quienes la “potestas” -“potestad o dominio”- , y no la “auctóritas” –servicio, sea definición congruente, pastoral, catequística y litúrgica.
Por muy sacrosantos que hayan sido estimadas los cuernos en las antiguas culturas, y sigan siendo parte de su legado, en la religión cristiana no tienen sentido, o este es de efectos contraproducentes. Fueron y siguen siendo en la Iglesia, añadido desacralizador, regalo que Constantino “el Grande” le hiciera a la Iglesia para convertirla en su servidora y al servicio de sus intereses políticos.
Invocar la figura de Moisés con sus cuernos -“facies cornuta”, según la Vulgata-, después de habérsele aparecido Dios en el Monte del Sinaí, habiéndole entregado las Tablas de la Ley, lleva implícita la explicación artística de que tales adminículos responden a los haces deslumbrantes de luz, de transparencia y de gloria de la maravillosa obra de Miguel Ángel…
¡Señores obispos, ánimo y, “desmitrados”, a encarnarse en la realidad de la vida actual, como hermanos y como siervos de los siervos de Dios” en fiel conformidad con el lema jerárquico del propio Obispo de Roma…¡