Obispas Mitradas
El Diccionario de la Real Academia Española es –tiene que ser- viejo por naturaleza. Lo son la mayoría de los componentes de tan politizada, ilustre y vetusta institución, así como los procedimientos y ritos al uso, para poder conferirle acomodo oficial a palabras nuevas, o con contenidos distintos, en las páginas de sus palimpsestos. Una de las más recientes pruebas a lo que me refiero, es la “m” –masculino-, que al término “obispo” le adjunta, definido como “prelado dotado de jurisdicción sobre una diócesis en la que ejerce la triple potestad de enseñar, gobernar y santificar, conferida por Cristo a la Iglesia”. Al margen de que tal definición resistiría con dificultad un examen de teología postconciliar, antes y después de lucir sus saberes con derivados tales como “obispillo”, “obispalía” y “obispado”, -sin faltar alusiones a sinónimos como “rabadilla de aves” y a “morcilla grande y gruesa”-, da la impresión de regodearse anticlericalmente en la explicación de que la locución “trabajar para el obispo “ expresa en castellano la idea de “trabajar sin recompensa”.
Por estas y otras sinrazones, ahítas de antifeminismos y discriminaciones eclesiásticas, el hecho semántico es que “obispa” suena mal. Rematadamente mal, prestándose a chistes chocantes, chocarreros y de pésimo gusto social y, por supuesto, también religioso. No obstante, como hasta el presente, en la concepción impiadosa de la terminología acatólica, “obispa” se ha hecho noticia por inspiración de los anglicanos, su fealdad y malsonancia verbales se agrava, con facilona complacencia por parte de muchos católicos de toda la vida, con la seguridad de lucrarse de bendiciones gloriosas.
. Pero, guste o no guste hoy el término, y pese a su no reconocimiento académico oficial y buena parte de la jerarquía católica, la palabra “obispa” logrará pronto carta de reconocimiento y aceptación, sin que puedan establecerse los plazos de tiempos para conseguirlo, por no depender la administración de los mismos solo de determinaciones, cálculos y conveniencias humanas. Lo divino – lo religioso como tal-, ni está ni actúa en conformidad con criterios distintos a los de la salvación integral de la persona y de las instituciones que se fundaran y establecieran precisamente al servicio y del bien de la colectividad.
. A los diccionarios, de los que hacen uso las instituciones y organismos oficiales, les resulta extraño y difícil adelantarse a los tiempos. Siempre lo hacen con retraso. Sus prisas no son las que definen a los administrados, a no ser que de ellas extraigan un plus de ganancias y satisfacciones. Con eso de las traducciones del latín a las respectivas “lenguas vernáculas católicas, apostólicas yromanas”, la versión de “obispo” al género femenino –“obispa”, sin haber antes admitido ni querido la de “sacerdote- sacerdotisa”, es misión imposible, en conformidad con criterios generalizados, aunque sigilosamente algunos apuesten por su no lejana reconversión, cuando deciden tomarle el pulso a la vida, interpretando sus urgencias y, a la vez, leyendo entre líneas los impulsos misteriosos y “prudentes” del atrevido y audaz Papa Francisco.
. Mujeres sacerdotes y “obispas” estarán también en la nómina de la Iglesia católica. No hay razones basadas en fundamentos teológicos que lo impìdan. El tiempo y el afán que algunos dedican a su demostración imposible, sería de mayor provecho para la Iglesia, en sintonía con la igualdad y equiparación entre los sexos, sin pérdida de las aportaciones salvíficas que caracterizan a la mujer por mujer. La reconciliación de la Iglesia oficial con el antaño “devoto sexo femenino”, es ministerio inaplazable y urgente en la Iglesia de Cristo, y en la misma habrá de comprometerse, hasta sus últimas consecuencias, la mujer, de idéntico modo que el hombre. Los cánones que lo dificulten, o impidan, precisarán de revisión –conversión, para lo que en tan sagrada tarea participarán, por igual, las mismas mujeres. Su ausencia resultaría injusta y anticristiana.
. Y ahora, permítaseme la sugerencia “para-litúrgica” de que a las mujeres “obispas” no las distingan exactamente las mitras. Las mitras son reliquias y vestigios paganos en hombres, pudiendo serlo aún más en mujeres Nuestro Dios dejó de apodarse “Mitreo”, superada la cultura persa. Cristo Jesús se ruborizaría si sus discípulos/as, apóstoles/as ataviaran sus cabezas con ínfulas y fatuidades paganas. Además de rechazo, tales adminículos de diversos colines, diseños, engreimientos, jactancias, y petulancias, generan hoy aluviones de hilaridades y burlas. La cabeza de la mujer no se adapta a las mitras. Con ellas, por ejemplo, no es `posible pensar. Esto lo saben los también los obispos, que impusieron y ritualizaron su uso en las ceremonias que se dicen “sagradas”. Las mitras episcopales –de un sexo e hipotéticamente, del otro-, son un esperpento y un desatino, carente de religiosidad y sobrado de irreverencias.
Por estas y otras sinrazones, ahítas de antifeminismos y discriminaciones eclesiásticas, el hecho semántico es que “obispa” suena mal. Rematadamente mal, prestándose a chistes chocantes, chocarreros y de pésimo gusto social y, por supuesto, también religioso. No obstante, como hasta el presente, en la concepción impiadosa de la terminología acatólica, “obispa” se ha hecho noticia por inspiración de los anglicanos, su fealdad y malsonancia verbales se agrava, con facilona complacencia por parte de muchos católicos de toda la vida, con la seguridad de lucrarse de bendiciones gloriosas.
. Pero, guste o no guste hoy el término, y pese a su no reconocimiento académico oficial y buena parte de la jerarquía católica, la palabra “obispa” logrará pronto carta de reconocimiento y aceptación, sin que puedan establecerse los plazos de tiempos para conseguirlo, por no depender la administración de los mismos solo de determinaciones, cálculos y conveniencias humanas. Lo divino – lo religioso como tal-, ni está ni actúa en conformidad con criterios distintos a los de la salvación integral de la persona y de las instituciones que se fundaran y establecieran precisamente al servicio y del bien de la colectividad.
. A los diccionarios, de los que hacen uso las instituciones y organismos oficiales, les resulta extraño y difícil adelantarse a los tiempos. Siempre lo hacen con retraso. Sus prisas no son las que definen a los administrados, a no ser que de ellas extraigan un plus de ganancias y satisfacciones. Con eso de las traducciones del latín a las respectivas “lenguas vernáculas católicas, apostólicas yromanas”, la versión de “obispo” al género femenino –“obispa”, sin haber antes admitido ni querido la de “sacerdote- sacerdotisa”, es misión imposible, en conformidad con criterios generalizados, aunque sigilosamente algunos apuesten por su no lejana reconversión, cuando deciden tomarle el pulso a la vida, interpretando sus urgencias y, a la vez, leyendo entre líneas los impulsos misteriosos y “prudentes” del atrevido y audaz Papa Francisco.
. Mujeres sacerdotes y “obispas” estarán también en la nómina de la Iglesia católica. No hay razones basadas en fundamentos teológicos que lo impìdan. El tiempo y el afán que algunos dedican a su demostración imposible, sería de mayor provecho para la Iglesia, en sintonía con la igualdad y equiparación entre los sexos, sin pérdida de las aportaciones salvíficas que caracterizan a la mujer por mujer. La reconciliación de la Iglesia oficial con el antaño “devoto sexo femenino”, es ministerio inaplazable y urgente en la Iglesia de Cristo, y en la misma habrá de comprometerse, hasta sus últimas consecuencias, la mujer, de idéntico modo que el hombre. Los cánones que lo dificulten, o impidan, precisarán de revisión –conversión, para lo que en tan sagrada tarea participarán, por igual, las mismas mujeres. Su ausencia resultaría injusta y anticristiana.
. Y ahora, permítaseme la sugerencia “para-litúrgica” de que a las mujeres “obispas” no las distingan exactamente las mitras. Las mitras son reliquias y vestigios paganos en hombres, pudiendo serlo aún más en mujeres Nuestro Dios dejó de apodarse “Mitreo”, superada la cultura persa. Cristo Jesús se ruborizaría si sus discípulos/as, apóstoles/as ataviaran sus cabezas con ínfulas y fatuidades paganas. Además de rechazo, tales adminículos de diversos colines, diseños, engreimientos, jactancias, y petulancias, generan hoy aluviones de hilaridades y burlas. La cabeza de la mujer no se adapta a las mitras. Con ellas, por ejemplo, no es `posible pensar. Esto lo saben los también los obispos, que impusieron y ritualizaron su uso en las ceremonias que se dicen “sagradas”. Las mitras episcopales –de un sexo e hipotéticamente, del otro-, son un esperpento y un desatino, carente de religiosidad y sobrado de irreverencias.