Obispos Celadores

Sobrevolamos las medio y macro cifras, y nos aposentamos con religiosidad, devoción y piedad en hechos como este: en el pueblo- parroquia extremeña de quien esto suscribe, entonces con 2,100 habitantes censados, nos ordenamos cinco sacerdotes en un solo curso. Avalados con datos, y alguna que otra razón paliativa, hoy ya se puede afirmar que en toda la diócesis pacense, en los próximos cinco años, no se ordenará ningún sacerdote… Ya sé que la cuestión vocacional no es el único índice que mide y refleje la verdadera vida de la Iglesia, existiendo otras muestras y denotaciones. Pero, de su colosal importancia y significación, resultaría frívolo e insensato dudar.

En este, como en cualquier otro proceso de secularización y desacralización de la vida, los responsables son muchos, y de procedencia diversa. Apuntar a alguno en concreto ni es decoroso ni serio. El respeto y la circunspección, propia y ajena, lo impedirían con sensatez y con lógica. Esto no obstante, preguntas como las siguientes salen al paso de quienes descubren, contemplan y padecen sus graves consecuencias:

. ¿Qué visión acerca de la sucesiva realidad –presente y futura- caracterizó a la jerarquía eclesiástica diocesana, encarnada en la figura de los respectivos obispos, que la rigieron y la rigen? ¿Qué esquema, sistema, estilo y modelo se siguió para el nombramiento de estos? ¿Cuáles fueron sus “méritos” y virtudes, cuya comprobación convenció a los máximos responsables jerárquicos de la Iglesia, para decidir esponsorizar –desposar- , (en la mayoría de los casos, de por vida), al obispo, con la sede pacense?

. ¿Qué tarea-ministerio de seguimiento ejercieron el Nuncio de S.S. en España, y sus asesores, para estar informados permanentemente de la actividad pastoral de los obispos?. ¿Es lícito, reverente y respetuoso imbricar en ello al mismísimo Espíritu Santo, tanto en el nombramiento como en la continuidad en el “gobierno” diocesano de sus “pastores” supremos? ¿Es admisible que todavía se haga uso de argumentos, que, como este, se dicen, “teológicos”, para tranquilizar la conciencia, con la rúbrica infeliz de que “Dios proveerá”?

. Con las prácticas, formalismos y maneras al uso, ¿es posible que las visitas socio-políticas y seudo-religiosas, de los Nuncios a las respectivas diócesis, resulten mínimamente pastorales y eclesialmente decentes? ¿Están en condiciones los lectores para recibir información “ejemplar” acerca de los actos “oficiales que justificó la estancia de los Nuncios en las capitales de las diócesis, las visitas protocolarias que recibieron, los contactos habidos con sacerdotes y laicos, junto con la imposible información veraz proporcionada por unos y otros? ¿Tuvo alguien la ocurrencia de cotejar las palabras de saludo y despedida de los Nuncios al llegar, o salir, de una diócesis, y si ellas diferían de las pronunciadas en otras, cambiando tan solo algún nombre y algún patronímico?

. Siguiendo al pié de la letra los convencionalismos, costumbres, gestiones y administraciones “pastorales” de Nuncios y obispos en sus demarcaciones eclesiásticas, es explicable que el descenso de vocaciones sea hoy tan desaforad, sobre todo cuando además se hacen presentes opciones profesionales que satisfacen en mayor proporción, y desde las que el servicio al bien de la colectividad está convenientemente asegurado, por motivos sociales, que a su vez también pueden ser, y son, religiosos.

. Tener que vivir, de una u otra manera, aulicamente en palacios, con turiferarios, privilegios, misterios, dogmas, ornamentos, “vestidos de raro”, haciendo uso de lenguajes mágicos e ininteligibles para el resto de los mortales, sin si quiera visitar a los sacerdotes enfermos de la diócesis, con clara y manifiesta conciencia de que su nombramiento episcopal respondió fundamentalmente a razones de política eclesiástica, sin previa referencia alguna, antes de su designación, acerca de la diócesis a “pastorear”, y de los problemas a afrontar, es prácticamente imposible que el obispo ejerza dentro y fuera de la Iglesia la “diakonía” –“servicio”-, petrificándose en el desolador concepto y vivencia de los “episcopoi”, es decir, “inspectores”, “gerentes”, “administradores”, “mayordomos”, “vigilantes” o “celadores”, tal y como lo demandan la semántica, y una buena parte de la historia eclesiástica.

Una vez más, celebraría que mis apreciaciones pudieran ser corregidas con argumentos y con testimonios que, al menos paritariamente, compensaran las referencias personales que me sirven de base en esta reflexión.
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