MÁS PRISAS “PONTIFICIAS”
Si no de idéntico modo al que crece el número de los que siguen esperanzadoramente creyendo en las promesas de renovación- refundación de la Iglesia por parte del Papa Francisco, el de los que inician caminos de resignación, de “paciencia”, de conformismo, y aún de estoicismo, comienza a hacerse desalentadoramente presente. La tarea es “in-humana”, para quienes tomaron plena conciencia de ella, aún sin faltarles el convencimiento de la absoluta necesidad de la ayuda y actividad de la gracia de Dios y de la impertérrita y sólida voluntad “franciscanas”. Así las cosas, nos hacemos eco fiel de preguntas tan singulares, a la vez que elementales, como las que desde el inicio de la elección “pontificia”, y del entusiasmo encendido, que entre muchos, suscitaron sus gestos y declaraciones.
. ¿Qué es lo que pasa con la reforma radical de la Curia Romana? ¿Sigue siendo tan urgente su refundación, sin descartar la desaparición de la misma, con tantos y nefastos recuerdos, y relicarios, inherentes a su condición de “curia” y además, de “romana”?. ¿Es que precisamente el ritmo “prudencial” que se sigue es el demandado por el bien del pueblo de Dios y de quienes aspiraron, y aspiran, a serlo algún día?
.¿Es admisible, práctico y evangélico, por muy “canónico” que sea, que a los “católicos, apostólicos y romanos” se les recomiende prudencia, discreción, circunspección y “pies de plomo”, mientras que, por ejemplo, miembros tan representativos de su jerarquía, se sientan solemnemente satisfechos con explicar y solicitar absolución para el uso y disfrute de suntuosos apartamentos cardenalicios, con flagrante olvido de que algo similar acontece en las áreas palaciegas diocesanas, o archidiocesanas?
¿Qué es lo que de verdad ocurre en la alta política eclesiástica en relación con los nombramientos y sustituciones de cargos “sonoros”, de cuyos responsables se da la impresión de que han de estar eviternamente asentados en sus tronos “sagrados”, “hasta que la muerte los separe”? ¿A qué se deben las prisas de la aceptación de la renuncia en unos casos, y la pereza, dilación y moratorias en otros?
. ¿Hasta qué punto, y en qué proporción, es lícito que al pueblo de Dios, con su laicado en activo, no se les expliquen los motivos, causas o razones de frustradas gestiones o promesas efectuadas al dictado de amistades “pastorales fraternas”, o ideológicamente afines, sin faltar otras de tipo político- administrativo con flecos de disgregadores independentismos?
. ¿De cuantos rumores, historias y noticia, constatadas judicialmente, habrán de tener que hacerse eco, en las primeras páginas, comentarios y espacios informativos, los medios de comunicación, neutros o aconfesionales, relativos a las más altas instancias y representaciones oficiales eclesiásticas, para que, por fin, se tomen medidas correctoras, aunque lo sean ya fuera de lugar y de tiempo?¿Es que, por ejemplo, “legiones” y “legionarios”, y tantos otros términos, medios y métodos, sistemas y procedimientos “pastorales”, habrán de ser respetados sagradamente, como si de su proclamación y defensa dependieran esencialmente la continuidad de la Iglesia de Cristo, como universal respuesta de salvación liberadora?
. ¿Para cuando la celebración de la cesantía de “Jefe de Estado” por parte del Obispo de Roma, en unos tiempos en los que la ejemplaridad política está bajo mínimos en la historia, y de cuya adecuada y democrática administración depende en grado superior el bien de los pueblos? ¿Qué ejemplos de vida, actividad y ejercicio de “política” “ciencia- ficción y arte de gobernar”- puede proporcionar hoy la Iglesia – Estados Pontificios, al primero, segundo, tercero o cuarto de los “mundos”?
. Conste que hacemos, y haremos, inimaginables esfuerzos por acompasar nuestras prisas a las impuestas por la prudencia pastoral del Papa Francisco. Esto no obstante, y precisamente por la condición de co- responsabilidad que, como miembros del pueblo de Dios, nos compete, y nos desafía, le expresamos la insatisfacción que enmarca ya la esperanza de que casi todo, cuanto se relaciona de alguna manera con primaveras conciliares, está blindado y abroquelado por los clásicos votos y promesas de pasividades e inercias canónicas, de obediencia, castidad y pobreza, programación de vida “cristiana”, que a tantos les sigue, y les seguirá, pareciendo reconfortante, apto y ajustado a la voluntad del Señor.
Las prisas, y más las relativas a la reforma- renovación de la Iglesia en la actualidad, son santas. Su idea, toma de conciencia y decisión de llevar a cabo, dan por supuestos, muchos e intensos sacrificios, por lo que la “santidad” de las prisas está asegurada, sin necesidad de reconocimiento oficial alguno. El pueblo- pueblo es el oficiante y ministros de estas “canonizaciones”. Y este pueblo, ahora y ya, es quien insta al mismísimo Papa a que acelere el ritmo de la adecuación de la Iglesia a las demandas eternas de los nuevos tiempos.
. ¿Qué es lo que pasa con la reforma radical de la Curia Romana? ¿Sigue siendo tan urgente su refundación, sin descartar la desaparición de la misma, con tantos y nefastos recuerdos, y relicarios, inherentes a su condición de “curia” y además, de “romana”?. ¿Es que precisamente el ritmo “prudencial” que se sigue es el demandado por el bien del pueblo de Dios y de quienes aspiraron, y aspiran, a serlo algún día?
.¿Es admisible, práctico y evangélico, por muy “canónico” que sea, que a los “católicos, apostólicos y romanos” se les recomiende prudencia, discreción, circunspección y “pies de plomo”, mientras que, por ejemplo, miembros tan representativos de su jerarquía, se sientan solemnemente satisfechos con explicar y solicitar absolución para el uso y disfrute de suntuosos apartamentos cardenalicios, con flagrante olvido de que algo similar acontece en las áreas palaciegas diocesanas, o archidiocesanas?
¿Qué es lo que de verdad ocurre en la alta política eclesiástica en relación con los nombramientos y sustituciones de cargos “sonoros”, de cuyos responsables se da la impresión de que han de estar eviternamente asentados en sus tronos “sagrados”, “hasta que la muerte los separe”? ¿A qué se deben las prisas de la aceptación de la renuncia en unos casos, y la pereza, dilación y moratorias en otros?
. ¿Hasta qué punto, y en qué proporción, es lícito que al pueblo de Dios, con su laicado en activo, no se les expliquen los motivos, causas o razones de frustradas gestiones o promesas efectuadas al dictado de amistades “pastorales fraternas”, o ideológicamente afines, sin faltar otras de tipo político- administrativo con flecos de disgregadores independentismos?
. ¿De cuantos rumores, historias y noticia, constatadas judicialmente, habrán de tener que hacerse eco, en las primeras páginas, comentarios y espacios informativos, los medios de comunicación, neutros o aconfesionales, relativos a las más altas instancias y representaciones oficiales eclesiásticas, para que, por fin, se tomen medidas correctoras, aunque lo sean ya fuera de lugar y de tiempo?¿Es que, por ejemplo, “legiones” y “legionarios”, y tantos otros términos, medios y métodos, sistemas y procedimientos “pastorales”, habrán de ser respetados sagradamente, como si de su proclamación y defensa dependieran esencialmente la continuidad de la Iglesia de Cristo, como universal respuesta de salvación liberadora?
. ¿Para cuando la celebración de la cesantía de “Jefe de Estado” por parte del Obispo de Roma, en unos tiempos en los que la ejemplaridad política está bajo mínimos en la historia, y de cuya adecuada y democrática administración depende en grado superior el bien de los pueblos? ¿Qué ejemplos de vida, actividad y ejercicio de “política” “ciencia- ficción y arte de gobernar”- puede proporcionar hoy la Iglesia – Estados Pontificios, al primero, segundo, tercero o cuarto de los “mundos”?
. Conste que hacemos, y haremos, inimaginables esfuerzos por acompasar nuestras prisas a las impuestas por la prudencia pastoral del Papa Francisco. Esto no obstante, y precisamente por la condición de co- responsabilidad que, como miembros del pueblo de Dios, nos compete, y nos desafía, le expresamos la insatisfacción que enmarca ya la esperanza de que casi todo, cuanto se relaciona de alguna manera con primaveras conciliares, está blindado y abroquelado por los clásicos votos y promesas de pasividades e inercias canónicas, de obediencia, castidad y pobreza, programación de vida “cristiana”, que a tantos les sigue, y les seguirá, pareciendo reconfortante, apto y ajustado a la voluntad del Señor.
Las prisas, y más las relativas a la reforma- renovación de la Iglesia en la actualidad, son santas. Su idea, toma de conciencia y decisión de llevar a cabo, dan por supuestos, muchos e intensos sacrificios, por lo que la “santidad” de las prisas está asegurada, sin necesidad de reconocimiento oficial alguno. El pueblo- pueblo es el oficiante y ministros de estas “canonizaciones”. Y este pueblo, ahora y ya, es quien insta al mismísimo Papa a que acelere el ritmo de la adecuación de la Iglesia a las demandas eternas de los nuevos tiempos.