Pecados clericales
Como de cualquier otra persona, cristiana o no, el pecado es parte de su patrimonio. Y unos son más graves que otros, y otros –muchos- son leves y aún apenas si tienen de “pecado” alguna de las sílabas de las limitaciones e imperfecciones humanas , aunque educadores –“educastradores” se empeñaran en resaltar su gravedad e importancia , con el fin único de justificar el castigo de las “penas eternas” para mantener a los “pecadores” bajo su control y al servicio de sus intereses, no siempre legítimos.
En esta ocasión, de entre los pecados “clericales” pongo el acento y el arrepentimiento en estos:
. El convencimiento de que, por oficio y por ministerio, el sacerdote ha de ejercer siempre y con todos de “profeta de calamidades, es pecado mortal sin ningún paliativo. Tal disciplina eclesiástica se nos imbuyó tan dogmáticamente , con obligación de evangelizar en la misma al pueblo de Dios, que cuanto reflejara alguna brizna de alegría habría de considerarse como procedente del “mundo, del demonio o de la carne”, lo que, con lógica ascética, haría vivir al cristiano a perpetuidad en el “valle de lágrimas” de las primeras, más genuinas y ortodoxias plegarias. Las consecuencias de tal convencimiento y vivencia no pudieron ser ni más antihumanas ni más anticristianas.
. ¿Cuántos pecados contribuyó a crear, a re-crear y a expandir la convicción catequística de que “la Iglesia católica es la única y verdadera” , por lo que “fuera de ella es imposible la salvación”, con lo que los “buenos” serán quienes solamente así lo decidan los “clérigos” y su jerarquía, precisamente “en el nombre de Dios”?
. ¿Quién o quienes contribuyeron, e hicieron todo lo posible –y hasta lo imposible- por cambiar en la práctica y aplicación, el evangelio, a medida de sus intereses personales y de grupo, de forma tan indoctamente escandalosa que ni el mismo Cristo Jesús habría de reconocerlo como verdad y testimonio de su propia vida? ¿No es pecado, aunque del mismo apenas si quede constancia en el examen de conciencia y ulterior penitencia, el hecho infiel de servir –servirse, del evangelio “a la carta”, sin exclusión de sus máximos intérpretes oficiales?
. ¿De qué forma –también desde los mismos estamentos sacerdotales-, se colabora y se reafirma la idea de que “el Papado como institución es el mayor obstáculo en el diálogo ecuménico, al haber herido aplicar, por su condición pontifical, los principios político-administrativos civiles al funcionamiento, ministerio y misterio de la Iglesia de Cristo?
. ¿A cuantos curas, absurda e imposiblemente, expulsó –“anatematizó”- la Iglesia oficial, con el sambenito de herejes, por el simple hecho de haberse adelantado al ritmo de sus anacrónicos “dogmas” inventados a la sombra de intereses clasistas, “extra” o “contra” evangélicos?
. ¿De la invención, e intangible mantenimiento sacrales, de cuantas ceremonias litúrgicas o para- litúrgicas fueron, y siguen siendo, responsables máximos, quienes por encima de todo pretendieron subrayar el culto a la persona, al que se creían acreedores, al margen, o en contra, de toda relación con la divinidad?
. ¿En qué, y en cuantos, listados de exámenes de conciencia clericales tomó asiento la idea de que la condición de “contestatarios” es inherente a todo ejercicio- ministerio pastoral, de tal modo que su carencia es de por sí grave pecado contra la Iglesia y contra la convivencia entre los seres humanos?
. ¿De la comisión de tan monstruosos “malos tratos” y marginaciones de la mujer, por mujer, fueron sus últimos, o penúltimos, responsables “sagrados” los curas, al no predicar con claridad, caridad, transparencia y pureza la doctrina de que todos –hombres y mujeres-, somos iguales ante Dios, por lo que cuanto signifique y entrañe discriminación, o violencia machista, constituye un nefando y execrable pecado?
.¿Cuantos, y en qué grados de admisión y ejercicio pertenecieron y actuaron los eclesiásticos como adeptos- simpatizantes, de sociedades- organizaciones o alineaciones de carácter en cierto modo “mafioso”, aunque tal condición hubiera que reemplazare con términos y ritos tan benignos y bienintencionados , como disposición, actitud, estrategia, talento y diplomacia, y hasta carisma?
. ¿Qué grado de entrega y paternidad ejercen los Papas, qué evangelio anuncian los Nuncios, que rebaño “pastorean” los pastores, qué enfermedades del cuerpo y del alma “cuan” los curas y que doctrinas de libertad, de verdadera religión y de vida “sagradas” adoctrinan y enseñan los sacerdotes? ¿De qué clase paz son portadores y dispensadores los ministros, que han de justificar su modo de vida precisamente “viviendo del altar”?
. Si “Iglesia” – la “ekklessía” de los griegos- , desde sus pilares etimológicos, habría de hacer referencia a “reunión- asamblea” ciudadana, cultural y política, democrática por todos sus costados- ¿no ha de resultar indigestible el dictamen oficial canónico- teológico, por ejemplo, de que “el Papa tiene una potestad que es suprema, plena e inmediata –“plenitudo potestatis”- que puede ejercer siempre libremente, en la que no cabe ni apelación ni recurso”? ¿Poseen alguna parte de razón quienes, sin pretender salirse de la Iglesia, sino precisamente por eso, se atreven a cuestionar que “la Santa Sede Apostólica y el Romano Pontífice tengan el Primado sobre la Iglesia Universal”?
En esta ocasión, de entre los pecados “clericales” pongo el acento y el arrepentimiento en estos:
. El convencimiento de que, por oficio y por ministerio, el sacerdote ha de ejercer siempre y con todos de “profeta de calamidades, es pecado mortal sin ningún paliativo. Tal disciplina eclesiástica se nos imbuyó tan dogmáticamente , con obligación de evangelizar en la misma al pueblo de Dios, que cuanto reflejara alguna brizna de alegría habría de considerarse como procedente del “mundo, del demonio o de la carne”, lo que, con lógica ascética, haría vivir al cristiano a perpetuidad en el “valle de lágrimas” de las primeras, más genuinas y ortodoxias plegarias. Las consecuencias de tal convencimiento y vivencia no pudieron ser ni más antihumanas ni más anticristianas.
. ¿Cuántos pecados contribuyó a crear, a re-crear y a expandir la convicción catequística de que “la Iglesia católica es la única y verdadera” , por lo que “fuera de ella es imposible la salvación”, con lo que los “buenos” serán quienes solamente así lo decidan los “clérigos” y su jerarquía, precisamente “en el nombre de Dios”?
. ¿Quién o quienes contribuyeron, e hicieron todo lo posible –y hasta lo imposible- por cambiar en la práctica y aplicación, el evangelio, a medida de sus intereses personales y de grupo, de forma tan indoctamente escandalosa que ni el mismo Cristo Jesús habría de reconocerlo como verdad y testimonio de su propia vida? ¿No es pecado, aunque del mismo apenas si quede constancia en el examen de conciencia y ulterior penitencia, el hecho infiel de servir –servirse, del evangelio “a la carta”, sin exclusión de sus máximos intérpretes oficiales?
. ¿De qué forma –también desde los mismos estamentos sacerdotales-, se colabora y se reafirma la idea de que “el Papado como institución es el mayor obstáculo en el diálogo ecuménico, al haber herido aplicar, por su condición pontifical, los principios político-administrativos civiles al funcionamiento, ministerio y misterio de la Iglesia de Cristo?
. ¿A cuantos curas, absurda e imposiblemente, expulsó –“anatematizó”- la Iglesia oficial, con el sambenito de herejes, por el simple hecho de haberse adelantado al ritmo de sus anacrónicos “dogmas” inventados a la sombra de intereses clasistas, “extra” o “contra” evangélicos?
. ¿De la invención, e intangible mantenimiento sacrales, de cuantas ceremonias litúrgicas o para- litúrgicas fueron, y siguen siendo, responsables máximos, quienes por encima de todo pretendieron subrayar el culto a la persona, al que se creían acreedores, al margen, o en contra, de toda relación con la divinidad?
. ¿En qué, y en cuantos, listados de exámenes de conciencia clericales tomó asiento la idea de que la condición de “contestatarios” es inherente a todo ejercicio- ministerio pastoral, de tal modo que su carencia es de por sí grave pecado contra la Iglesia y contra la convivencia entre los seres humanos?
. ¿De la comisión de tan monstruosos “malos tratos” y marginaciones de la mujer, por mujer, fueron sus últimos, o penúltimos, responsables “sagrados” los curas, al no predicar con claridad, caridad, transparencia y pureza la doctrina de que todos –hombres y mujeres-, somos iguales ante Dios, por lo que cuanto signifique y entrañe discriminación, o violencia machista, constituye un nefando y execrable pecado?
.¿Cuantos, y en qué grados de admisión y ejercicio pertenecieron y actuaron los eclesiásticos como adeptos- simpatizantes, de sociedades- organizaciones o alineaciones de carácter en cierto modo “mafioso”, aunque tal condición hubiera que reemplazare con términos y ritos tan benignos y bienintencionados , como disposición, actitud, estrategia, talento y diplomacia, y hasta carisma?
. ¿Qué grado de entrega y paternidad ejercen los Papas, qué evangelio anuncian los Nuncios, que rebaño “pastorean” los pastores, qué enfermedades del cuerpo y del alma “cuan” los curas y que doctrinas de libertad, de verdadera religión y de vida “sagradas” adoctrinan y enseñan los sacerdotes? ¿De qué clase paz son portadores y dispensadores los ministros, que han de justificar su modo de vida precisamente “viviendo del altar”?
. Si “Iglesia” – la “ekklessía” de los griegos- , desde sus pilares etimológicos, habría de hacer referencia a “reunión- asamblea” ciudadana, cultural y política, democrática por todos sus costados- ¿no ha de resultar indigestible el dictamen oficial canónico- teológico, por ejemplo, de que “el Papa tiene una potestad que es suprema, plena e inmediata –“plenitudo potestatis”- que puede ejercer siempre libremente, en la que no cabe ni apelación ni recurso”? ¿Poseen alguna parte de razón quienes, sin pretender salirse de la Iglesia, sino precisamente por eso, se atreven a cuestionar que “la Santa Sede Apostólica y el Romano Pontífice tengan el Primado sobre la Iglesia Universal”?