LA RELIGIÓN COMO ASIGNATURA
Con sensatez, con humildad y con conciencia de que la gracia de Dios y su adoración, que de por sí ha de tener en cuenta el servicio al prójimo, es necesario reconocer que los planteamientos que se hacen en relación con la conveniencia- necesidad de la presencia de la religión en el ordenamiento educativo escolar actual oficial, han de resultar extremadamente difíciles. Así lo atestiguan los hechos. Las manifestaciones- declaraciones a favor o en contra, de una y otra parte, apenas si han hecho más que empezar. “La religión como asignatura, ¿sí o no? ¿En qué condiciones, grados e influencias y repercusiones en la evolución parcial o total, de los expedientes académicos? ¿Profesores de religión? ¿Nombramientos y escalafones? ¿Requisitos para su elección, y causas de su remoción posible, por los responsables en sus distintas competencias y esferas?”
Para la solución del tema, es fácil vislumbrar lo poco que ayudará acudir a términos y a conceptos que de alguna manera pudieran arrojar alguna luz, aunque tangencial, desde la propia significación y uso común de los mismos. “¿Es, o puede ser, de verdad, una asignatura la religión? ¿Es una disciplina, con el soporte del correspondiente libro de texto? ¿Es una materia, distribuida en títulos y apartados? ¿Es historia, fiable o no tanto, por muy sagrada que se nos presente? ¿Es en la misma proporción, doctrinal que ética, con sus connotaciones sempiternamente concluyentes de sumisión, sometimiento, orden y docilidad, y como referencia “ejemplar” de inmovilidad y conservadurismo, inherente a toda opción que se que se considere “religiosa”, con mayor y reverenciado acento a las más tradicionales y con número mayor de fieles, seguidores o adeptos?
Esta constatada perdurabilidad de principios, reglas y aún mandamientos religiosos, paralelos a los de la misma Ley de Dios, es uno de los principales elementos que dificultan su adecuación a la vida actual, y a quienes pudieran ser hoy sus fervientes seguidores, dada la cambiante condición esencial que define el acontecer diario en la pluralidad de sus valores y expresiones.
La religión como asignatura, y con carácter académico general, no tiene presente. Ni futuro. Es competencia y ministerio de la Iglesia, con las fórmulas tradicionales de tanto contenido evangelizador como la catequesis, actos piadosos de verdad, de vida de familia, social o convivencial, y de cuantas instituciones se intitulen cristianas de verdad, y más si son y se dicen “católicas, apostólicas y romanas”, como en el caso de España. La religión es una vivencia. Es ejemplo de vida, tanto en lo personal como en lo colectivo, con énfasis más decidido y convincente cuando son los propios miembros y representantes de la jerarquía eclesiástica quienes escandalosamente no encarnan los ejemplos de vida cristiana, que con generosidad e inequívocamente, se contienen en los evangelios, como otros tantos retazos de su predicación y vivencia efectivamente religiosas.
Con todos los medios de comunicación social hoy dispuestos a informar acerca de comportamientos personales e institucionales, de “clérigos y laicos”, la docencia de la religión como asignatura “oficial” exigida -impuesta- precisamente por la Iglesia, carece de substantividad y coherencia. A los profesores de la religión como asignatura académica se le plantean hoy serios problemas de conciencia, no solo por la cotidiana comprobación de la que tienen conocimiento sus alumnos acerca de lo que se predica y evangeliza en la Iglesia, sino del reducido grado de ejemplaridad que lo avala. Tal problema de conciencia se lo acentúa la comprobación de que buena parte de la religión que oficialmente, y con los “Nihil Obstat” canónicos correspondientes han de enseñar, apenas si puede insertarse en la vida, antes y después de comprobar por sí mismos y por los demás, que, sobre el concepto de la religión- culto, rito y ceremonia, ha de campear el de la religión –atención y compromiso social con el prójimo.
Revestidos por dentro y por fueran de tanta pompa y liturgia, concordatos, teología, cánones, sacralidad y poder “en el nombre de Dios”, ¿cómo es exigible enseñar religión -esta religión- , cuyo signo y sacramento es la cruz, en las aulas oficiales, sin que se levanten protestas, también de procedencia católica, ante determinadas decisiones de carácter sobre todo político? ¿Se justifican acaso los emolumentos, honorarios, sueldos, mensualidades y gratificaciones económicas percibidas por predicar- enseñar el evangelio como asignatura? Más que “buenos cristianos”, la Iglesia -con asignatura de religión o sin ella-, habrá de comprometerse, hoy por hoy, y tal y como están las cosas, nada más y nada menos que a contribuir a ser y a formar “buenos ciudadanos”.
Este fue el esquema “religioso” seguido por Jesús, en conformidad con lo que relatan con fidelidad los evangelios, santamente refrendados por el Concilio Vaticano II y por el Papa Francisco.
Para la solución del tema, es fácil vislumbrar lo poco que ayudará acudir a términos y a conceptos que de alguna manera pudieran arrojar alguna luz, aunque tangencial, desde la propia significación y uso común de los mismos. “¿Es, o puede ser, de verdad, una asignatura la religión? ¿Es una disciplina, con el soporte del correspondiente libro de texto? ¿Es una materia, distribuida en títulos y apartados? ¿Es historia, fiable o no tanto, por muy sagrada que se nos presente? ¿Es en la misma proporción, doctrinal que ética, con sus connotaciones sempiternamente concluyentes de sumisión, sometimiento, orden y docilidad, y como referencia “ejemplar” de inmovilidad y conservadurismo, inherente a toda opción que se que se considere “religiosa”, con mayor y reverenciado acento a las más tradicionales y con número mayor de fieles, seguidores o adeptos?
Esta constatada perdurabilidad de principios, reglas y aún mandamientos religiosos, paralelos a los de la misma Ley de Dios, es uno de los principales elementos que dificultan su adecuación a la vida actual, y a quienes pudieran ser hoy sus fervientes seguidores, dada la cambiante condición esencial que define el acontecer diario en la pluralidad de sus valores y expresiones.
La religión como asignatura, y con carácter académico general, no tiene presente. Ni futuro. Es competencia y ministerio de la Iglesia, con las fórmulas tradicionales de tanto contenido evangelizador como la catequesis, actos piadosos de verdad, de vida de familia, social o convivencial, y de cuantas instituciones se intitulen cristianas de verdad, y más si son y se dicen “católicas, apostólicas y romanas”, como en el caso de España. La religión es una vivencia. Es ejemplo de vida, tanto en lo personal como en lo colectivo, con énfasis más decidido y convincente cuando son los propios miembros y representantes de la jerarquía eclesiástica quienes escandalosamente no encarnan los ejemplos de vida cristiana, que con generosidad e inequívocamente, se contienen en los evangelios, como otros tantos retazos de su predicación y vivencia efectivamente religiosas.
Con todos los medios de comunicación social hoy dispuestos a informar acerca de comportamientos personales e institucionales, de “clérigos y laicos”, la docencia de la religión como asignatura “oficial” exigida -impuesta- precisamente por la Iglesia, carece de substantividad y coherencia. A los profesores de la religión como asignatura académica se le plantean hoy serios problemas de conciencia, no solo por la cotidiana comprobación de la que tienen conocimiento sus alumnos acerca de lo que se predica y evangeliza en la Iglesia, sino del reducido grado de ejemplaridad que lo avala. Tal problema de conciencia se lo acentúa la comprobación de que buena parte de la religión que oficialmente, y con los “Nihil Obstat” canónicos correspondientes han de enseñar, apenas si puede insertarse en la vida, antes y después de comprobar por sí mismos y por los demás, que, sobre el concepto de la religión- culto, rito y ceremonia, ha de campear el de la religión –atención y compromiso social con el prójimo.
Revestidos por dentro y por fueran de tanta pompa y liturgia, concordatos, teología, cánones, sacralidad y poder “en el nombre de Dios”, ¿cómo es exigible enseñar religión -esta religión- , cuyo signo y sacramento es la cruz, en las aulas oficiales, sin que se levanten protestas, también de procedencia católica, ante determinadas decisiones de carácter sobre todo político? ¿Se justifican acaso los emolumentos, honorarios, sueldos, mensualidades y gratificaciones económicas percibidas por predicar- enseñar el evangelio como asignatura? Más que “buenos cristianos”, la Iglesia -con asignatura de religión o sin ella-, habrá de comprometerse, hoy por hoy, y tal y como están las cosas, nada más y nada menos que a contribuir a ser y a formar “buenos ciudadanos”.
Este fue el esquema “religioso” seguido por Jesús, en conformidad con lo que relatan con fidelidad los evangelios, santamente refrendados por el Concilio Vaticano II y por el Papa Francisco.