SANTOS PECADORES SANTOS
Las reglas del juego santo –mandamientos y comportamientos evangélicos- las dejó terminantes y claras Cristo Jesús y, al menos en teoría y en catequesis, las hace perdurables Nuestra santa Madre la Iglesia. Y tales normas no siempre, sino todo lo contrario, hacen coincidir el reconocimiento de los santos con los oficialmente “buenos” y los que por profesión u oficio son así considerados, de modo similar a como los no buenos -los legalmente “malos”- lo son según Dios, por lo que a la hora del definitivo examen, estos ocuparán los puestos mejores.
. Quienes son de palabra fácil y adoradora, devotos y fervorosos en gestos, rezos y plegarias, no por eso han de aspirar a superar a quienes se limitaron a reconocerse ante Dios y ante su conciencia, como pecadores, pero, eso sí, siempre dispuestos a hacerles el bien a los demás y a recabar su perdón cuando actuaron incorrectamente.
. El hecho de haber ejercido la paternidad, cumplimentando y aún superando, el límite de lo establecido en la consideración cívica y religiosa de “familia numerosa”, ni hace ni supone ser más santos, ni más católicos que quienes no lo ejercieron con tanta generosidad. La santidad tiene rigurosamente en cuenta la sexualidad, pero sin que esta sea ni la única, ni la más importante de las preocupaciones que configuran la condición de cristianos.
. “Mujeres de la vida”, “mozas del partido” , “pelanduscas” “rameras”, “cortesanas”, “meretrices”,” hetairas”, “entretenedoras” y otras adjetivaciones pregonan la condición de prostitutas –putas- del gran mujerío que en todos los tiempos – y en los actuales- ejercen un oficio del que se asegura que es el más antiguo en la historia de la humanidad. Dejando a un lado esta cuestionable circunstancia, lo evangélicamente cierto es que ellas, precederán a otras mujeres, y también a los hombres, nada menos que en el Reino de Dios. Aserto tan atrevido a la luz de la fe y de la religión oficial, firma y confirma Cristo Jesús en ocasiones muy repetidas y sin posibilidad de otras interpretaciones.
. El número de homosexuales, en su diversidad de versiones, es abundante, lo mismo dentro que fuera de la Iglesia. Siempre fue así, aunque multitud de razones distorsionaran las cifras y obligaran hipócritamente a que muchos –todos- cerraran los ojos a tal realidad, aun desde el convencimiento de que la “terrible y nefanda” situación cívico-familiar y religiosa, en la que de por vida habían de permanecer estas personas. Sin culpa alguna por su parte, y aún con ella, la inmoralidad, indecencia y falta de caridad con la que hasta en el nombre de Dios se actuó y actúa en la Iglesia, sigue siendo pecado. Es seguro que, por su condición de homosexual, no se les cierran las puertas del Reino de Dios a ninguna persona. Muchas de ellas fueron y son santas canonizables.
. Tampoco el patrono por patrono, ni el empresario como tal, necesariamente es –tiene que ser- candidato a engrosar las filas que forman aquellos para quienes están preparadas las “Calderas de Pedro Botero”… También esos tienen – o pueden tener- un puesto a la derecha de Dios Padre. Por supuesto que las proporciones en relación con los miembros de la clase obrera en su multiplicidad de actividades, grados y escalas, es –tendrá que ser- similar.
. En los bajos fondos sociales de la delincuencia y la droga, es obligado pensar que también se cultiva la santidad. Y no solo entre quienes ejercen la solidaridad por compromisos de fe, de caridad o de civismo. Entre quienes protagonizan en sus propias personas situaciones y hechos y padecen sus consecuencias aterradoras, también la virtud se hace presente y la bondad escribe capítulos nobles y ejemplares, siempre y cuando se contemplen y estudien con ojos comprensivos y limpios.
. La mujer, por mujer, en todas las culturas y en la mayoría de las religiones, con inclusión de la cristiana, y en la misma actualidad, pese a que la sensibilidad anti discriminatoria haya dado algunos –pocos- pasos positivos en estos territorios, es –sigue siendo- considerada como objeto y sujeto de pecado. No se excluye de tan denigrante reputación ni siquiera el juicio y comportamiento mantenidos por miembros de la jerarquía eclesiástica. Al menos no pocas mujeres, y unos cuantos hombres, llegan ya a creer que el baremo de bondad y de santidad por parte de Jesús en relación con la mujer difiere infinitamente del de los hombres, sean o no sus representantes.
. No católicos, protestantes, paganos, ateos, idólatras, incrédulos y gentiles conforman una extensa y holgada porción de la humanidad, que a lo largo y ancho del tiempo , y en la actualidad, se hicieron y hacen activamente presentes. De sus creencias e increencias resulta teóricamente fácil llegar a conclusiones acerca de su pertenencia o exclusión “oficial” del reino de Dios, con la correspondiente connotación de “pecadores” en distintas convicciones y grados. Pensar que estas calificaciones están vigentes a la “hora de Dios” equivaldría a negar su naturaleza y esencia. Tan santos o más, que nuestros santos “católicos”, son –o pueden ser- los pecadores “religiosos” o “irreligiosos”.
. Quienes son de palabra fácil y adoradora, devotos y fervorosos en gestos, rezos y plegarias, no por eso han de aspirar a superar a quienes se limitaron a reconocerse ante Dios y ante su conciencia, como pecadores, pero, eso sí, siempre dispuestos a hacerles el bien a los demás y a recabar su perdón cuando actuaron incorrectamente.
. El hecho de haber ejercido la paternidad, cumplimentando y aún superando, el límite de lo establecido en la consideración cívica y religiosa de “familia numerosa”, ni hace ni supone ser más santos, ni más católicos que quienes no lo ejercieron con tanta generosidad. La santidad tiene rigurosamente en cuenta la sexualidad, pero sin que esta sea ni la única, ni la más importante de las preocupaciones que configuran la condición de cristianos.
. “Mujeres de la vida”, “mozas del partido” , “pelanduscas” “rameras”, “cortesanas”, “meretrices”,” hetairas”, “entretenedoras” y otras adjetivaciones pregonan la condición de prostitutas –putas- del gran mujerío que en todos los tiempos – y en los actuales- ejercen un oficio del que se asegura que es el más antiguo en la historia de la humanidad. Dejando a un lado esta cuestionable circunstancia, lo evangélicamente cierto es que ellas, precederán a otras mujeres, y también a los hombres, nada menos que en el Reino de Dios. Aserto tan atrevido a la luz de la fe y de la religión oficial, firma y confirma Cristo Jesús en ocasiones muy repetidas y sin posibilidad de otras interpretaciones.
. El número de homosexuales, en su diversidad de versiones, es abundante, lo mismo dentro que fuera de la Iglesia. Siempre fue así, aunque multitud de razones distorsionaran las cifras y obligaran hipócritamente a que muchos –todos- cerraran los ojos a tal realidad, aun desde el convencimiento de que la “terrible y nefanda” situación cívico-familiar y religiosa, en la que de por vida habían de permanecer estas personas. Sin culpa alguna por su parte, y aún con ella, la inmoralidad, indecencia y falta de caridad con la que hasta en el nombre de Dios se actuó y actúa en la Iglesia, sigue siendo pecado. Es seguro que, por su condición de homosexual, no se les cierran las puertas del Reino de Dios a ninguna persona. Muchas de ellas fueron y son santas canonizables.
. Tampoco el patrono por patrono, ni el empresario como tal, necesariamente es –tiene que ser- candidato a engrosar las filas que forman aquellos para quienes están preparadas las “Calderas de Pedro Botero”… También esos tienen – o pueden tener- un puesto a la derecha de Dios Padre. Por supuesto que las proporciones en relación con los miembros de la clase obrera en su multiplicidad de actividades, grados y escalas, es –tendrá que ser- similar.
. En los bajos fondos sociales de la delincuencia y la droga, es obligado pensar que también se cultiva la santidad. Y no solo entre quienes ejercen la solidaridad por compromisos de fe, de caridad o de civismo. Entre quienes protagonizan en sus propias personas situaciones y hechos y padecen sus consecuencias aterradoras, también la virtud se hace presente y la bondad escribe capítulos nobles y ejemplares, siempre y cuando se contemplen y estudien con ojos comprensivos y limpios.
. La mujer, por mujer, en todas las culturas y en la mayoría de las religiones, con inclusión de la cristiana, y en la misma actualidad, pese a que la sensibilidad anti discriminatoria haya dado algunos –pocos- pasos positivos en estos territorios, es –sigue siendo- considerada como objeto y sujeto de pecado. No se excluye de tan denigrante reputación ni siquiera el juicio y comportamiento mantenidos por miembros de la jerarquía eclesiástica. Al menos no pocas mujeres, y unos cuantos hombres, llegan ya a creer que el baremo de bondad y de santidad por parte de Jesús en relación con la mujer difiere infinitamente del de los hombres, sean o no sus representantes.
. No católicos, protestantes, paganos, ateos, idólatras, incrédulos y gentiles conforman una extensa y holgada porción de la humanidad, que a lo largo y ancho del tiempo , y en la actualidad, se hicieron y hacen activamente presentes. De sus creencias e increencias resulta teóricamente fácil llegar a conclusiones acerca de su pertenencia o exclusión “oficial” del reino de Dios, con la correspondiente connotación de “pecadores” en distintas convicciones y grados. Pensar que estas calificaciones están vigentes a la “hora de Dios” equivaldría a negar su naturaleza y esencia. Tan santos o más, que nuestros santos “católicos”, son –o pueden ser- los pecadores “religiosos” o “irreligiosos”.