SOBERANISMOS ECLESIÁSTICOS

Lo más impiadoso que se podría decir de la Iglesia como institución actual, por muchas porciones de “franciscanismos” de las que a algunas les dé la impresión de equiparse, es que la verdad no se escribiera   y se pronunciara en la misma con todas sus letras mayúsculas. La comprobación y constatación de los hechos agravan   la simple realidad ortográfica, hasta con los argumentos bíblicos, en los que “Vida, Camino y Verdad” coinciden con exactitud sagrada en su verbalización. Cualquiera de estos conceptos   trinitarios eclesiales han de escribirse, pronunciarse y ser evangelizados   con idéntico relieve al de JESÚS.

Insistir una vez más en las deficiencias de la ortografía religiosa, es tarea ministerial. Y este vuelve a ser mi propósito.

Desde cualquier perspectiva y ámbito   en relación con España, -Concordato, pactos y acuerdos en vías de revisión-, el problema de las relaciones Iglesia-Estado se acrecienta de notable manera. Perdimos en tren del Vaticano II - no pocos de cuyos preceptos renovadores además nos los escatimaron jerárquicamente hasta sus penúltimas consecuencias- y, cuando alguien   con ingenuidad piadosa sugiere la posibilidad de un Vaticano III, no sorprende comprobar que con el II hubiéramos tenido bastante, de haber sido llevadas sus orientaciones y espíritu, a la práctica.

A los cambios de la Iglesia española, por mucho que algunos nos desgañitemos proclamando su necesidad y urgencia, con toda clase de argumentos y exposiciones de casos concretos   y generalizados, se les tiene poca o nula, devoción. Aún más, son aborrecidos y anatematizados “por quienes corresponde”, y esto de modo eminente y hasta “eminentísimo”, por cardenales y obispos…

Unos   y   otros –también   los nombrados o asignados –que no elegidos- , en la década desdichada del Nuncio Fratini, han contribuido y contribuyen al retardamiento –demora, tardanza o retraso-   de la Iglesia en España,   de manera ciertamente enojosa   para la institución y sus miembros, entre los que la irrelevancia impuesta a laicos y laicas adquiera dimensiones   sociológicamente   patológicas, no equiparables con cuanto acontece   ya en tantos otros sectores   de la convivencia.

Cuanto se relaciona con la mujer   y con el celibato sacerdotal, proporcionan pruebas sobradas de inoperancia, rutinas, insensibilidad, fanatismos, literalismos bíblicos y falsos “dogmatismos”, que danzan alrededor de hogueras inquisitoriales previamente bendecidas, con ornamentos sagrados y los “Nihil Obstat” del brazo secular, es decir, de la autoridad civil al servicio de los intereses que se proclamaron eclesiásticos…Y conste que,   cambiaron   algunos procedimientos, por inspiración e instigación de fuerzas y partidos políticos, defensores de los Derechos Humanos   y del evangelio,   tanto o más que la Iglesia con sus administradores y representantes oficiales, pero el camino a recorrer es todavía largo. Muy largo.

Se precisa proclamar la verdad. Esta tarea no es asumida por la Iglesia   y menos cuando Ella es   factor importante, destino principal y hasta único. Reconozco y valoro los esfuerzos que identifican al papa Francisco y a pocos más jerarcas. Pero los instrumentos sagrados y sacramentales con que cuenta la Iglesia, comenzando por sus “profesionales”, no los aprendieron, o los olvidaron. El lenguaje profético al uso en el Antiguo Testamento y en diversidad de pasajes del N.T., sobre todo por parte de Jesús con sus letanías lacerantes de “hipócritas, sepulcros blanqueados, fariseos, y demás ralea cercana al templo de Jerusalén y a las Leyes Sagradas, cayó en el olvido por los oradores e informadores “religiosos” en los medios de comunicación de la Iglesia.

 De “acongojaditos” no pasaron de ser y calificarse, por los siglos de los siglos, por ejemplo, quienes jamás protestaron de la vigencia y efervescencia de los soberanismos eclesiásticos en sus grados e intensidades diversas. A los profesionales de la formación- información religiosa en España   les faltan muchos “·hervores” para ser y ejercer de profetas. Perdonen mis colegas, si sugiero aquí y ahora que el premio con el que se agasaja y dignifica a medios y a profesionales hubiera sido preferible haberlo registrado con procedencia semántica de la “mansedumbre”, que no de la “braveza” con el resultado feliz de “¡ Manso ¡” y no de “¡ Bravo ¡”…  

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