"Subalternos de Dios"
Las instituciones, entidades, corporaciones y demás colectivos, están gloriosamente sometidos a los correspondientes procesos de envejecimiento, decrepitud, acartonamiento y chochez. Lo hacen, y lo harán, con igualdad, o en mayor proporción, que las mismas personas. Afrontar con realismo, sensatez, humildad y humanidad el hecho, es deber elemental por parte de unos, e inalienable derecho por parte de todos.
Cuando tales conjuntos se insertan en el ámbito de lo religioso y, como en el caso de la Iglesia, afectan a su propia esencia, el problema reviste ínclita y capital importancia.
. En la Iglesia se envejece con mayor rapidez y hondura. Personas y organismos de la misma acusan esta tendencia de manera explícita y hasta dramática. La relación con lo dogmático y, a la vez, con lo “eterno”, encarnada en parte de su jerarquía, que de por sí, y con argumentos y resonancias bíblicas, se intitula “ancianos” y “presbíteros”, explican la situación y compromiso con la senectud.
. Bien es verdad que, por aquello de la experiencia, de la sabiduría, de la ciencia y de la “prudencia”, no son pocos los bienes y provechos que la devoción y entrega a la longevidad y a los años, llevan consigo. Pero es obligado admitir que estos y otros beneficios los compensa con generosidad y gracia de Dios la fuerza de la juventud en frondosa pluralidad de connotaciones y efectos ciertamente religiosos, que la identifica y define con proyección de futuro.
. Las luengas y majestuosas barbas, y tantos otros elementos apócrifos con los que la misma divinidad eterna se nos manifiesta como ejemplo, y para iniciar y fomentar la relación con la misma, resultan hoy extraños o ininteligibles. Dios es eternamente joven y su evangelio, encuadernado, encarnado y testimoniado en Cristo Jesús, rezuma juventud en cuantas páginas, capítulos y mensajes lo componen y conforman.
. En el listado de organizaciones, sistemas, métodos, órdenes y estructuras eclesiásticas, canónicas o no, vigentes, y sedicentes activas en la actualidad, sobran lentitudes, inercias, dejadez y haraganería. Abundan los miedos, los recelos y los amilanamientos. A quienes están al frente de comisiones, negociados , cometidos o actividades concretas parece atenazarles patológicamente el temor a errar o equivocarse, prefiriendo cruzarse de brazos y esperar a que el tiempo arregle –desarregle- las cosas, sin complicaciones para sí y para la institución a la que dicen servir. Graves pecados de omisión se cometen con frecuencia, a la vez que con inefable tranquilidad de conciencia.
. A la Iglesia en España le sobran años, seriedad, precaución y “prudencia”. Es mucho y pesado el lastre de estos “valores”, que precisamente dejaron de serlo cuando los justificaron y los mantuvieron única o fundamentalmente la falta de fe y la sobra de intereses personales o de grupo. En la Iglesia –religión y cultura-, no tienen por qué hacerse presentes, en solitario y fuera de contexto, citas veterotestamentarias y patriarcales, que pudiera haber sido aproximadamente válidas en otras circunstancias, pero que en realidad tan solo supusieron rémora e impedimento en los apasionantes caminos de la renovación y de la adecuación a las sucesivas necesidades de los tiempos.
. Personas e instituciones eclesiásticas se nos han avejentado extremadamente hoy en España, con cuantas incidencias negativas esto supone también para el resto de la sociedad. La clara y documentada toma de conciencia de realidad tan nefasta será el principio de la sabiduría y prudencia que contribuiría a subsanar parte importante de los males y deficiencias que se presagian, con rotundidad y certeza.
. A los ojos de Dios, y a los de la historia, resultaría improcedente olvidar que las mujeres y los pobres aportan cantidades enjundiosas de rejuvenecimiento a las personas e instituciones que las configuren e integren. Su presencia y responsabilidad son fuentes sempiternas de refundación, también eclesial.
. De toda clase de lamentaciones y anatemas sería merecedora la Iglesia, si su jerarquía, y las instituciones que la representan y la rigen, no actuaran y se comportaran con la convicción sagrada de que todos los miembros del colectivo que la forma no estuvieran lejos de ser considerados súbditos, subalternos y subordinados, y no como miembros responsables y activos del pueblo de Dios. La audacia –audacias- son siempre de por sí, y mayoritariamente, en la Iglesia,”santas”. Son los miedos, o los resentimientos, los elementos que las desacralizan, las desacreditan y hasta las incapacitan.
Cuando tales conjuntos se insertan en el ámbito de lo religioso y, como en el caso de la Iglesia, afectan a su propia esencia, el problema reviste ínclita y capital importancia.
. En la Iglesia se envejece con mayor rapidez y hondura. Personas y organismos de la misma acusan esta tendencia de manera explícita y hasta dramática. La relación con lo dogmático y, a la vez, con lo “eterno”, encarnada en parte de su jerarquía, que de por sí, y con argumentos y resonancias bíblicas, se intitula “ancianos” y “presbíteros”, explican la situación y compromiso con la senectud.
. Bien es verdad que, por aquello de la experiencia, de la sabiduría, de la ciencia y de la “prudencia”, no son pocos los bienes y provechos que la devoción y entrega a la longevidad y a los años, llevan consigo. Pero es obligado admitir que estos y otros beneficios los compensa con generosidad y gracia de Dios la fuerza de la juventud en frondosa pluralidad de connotaciones y efectos ciertamente religiosos, que la identifica y define con proyección de futuro.
. Las luengas y majestuosas barbas, y tantos otros elementos apócrifos con los que la misma divinidad eterna se nos manifiesta como ejemplo, y para iniciar y fomentar la relación con la misma, resultan hoy extraños o ininteligibles. Dios es eternamente joven y su evangelio, encuadernado, encarnado y testimoniado en Cristo Jesús, rezuma juventud en cuantas páginas, capítulos y mensajes lo componen y conforman.
. En el listado de organizaciones, sistemas, métodos, órdenes y estructuras eclesiásticas, canónicas o no, vigentes, y sedicentes activas en la actualidad, sobran lentitudes, inercias, dejadez y haraganería. Abundan los miedos, los recelos y los amilanamientos. A quienes están al frente de comisiones, negociados , cometidos o actividades concretas parece atenazarles patológicamente el temor a errar o equivocarse, prefiriendo cruzarse de brazos y esperar a que el tiempo arregle –desarregle- las cosas, sin complicaciones para sí y para la institución a la que dicen servir. Graves pecados de omisión se cometen con frecuencia, a la vez que con inefable tranquilidad de conciencia.
. A la Iglesia en España le sobran años, seriedad, precaución y “prudencia”. Es mucho y pesado el lastre de estos “valores”, que precisamente dejaron de serlo cuando los justificaron y los mantuvieron única o fundamentalmente la falta de fe y la sobra de intereses personales o de grupo. En la Iglesia –religión y cultura-, no tienen por qué hacerse presentes, en solitario y fuera de contexto, citas veterotestamentarias y patriarcales, que pudiera haber sido aproximadamente válidas en otras circunstancias, pero que en realidad tan solo supusieron rémora e impedimento en los apasionantes caminos de la renovación y de la adecuación a las sucesivas necesidades de los tiempos.
. Personas e instituciones eclesiásticas se nos han avejentado extremadamente hoy en España, con cuantas incidencias negativas esto supone también para el resto de la sociedad. La clara y documentada toma de conciencia de realidad tan nefasta será el principio de la sabiduría y prudencia que contribuiría a subsanar parte importante de los males y deficiencias que se presagian, con rotundidad y certeza.
. A los ojos de Dios, y a los de la historia, resultaría improcedente olvidar que las mujeres y los pobres aportan cantidades enjundiosas de rejuvenecimiento a las personas e instituciones que las configuren e integren. Su presencia y responsabilidad son fuentes sempiternas de refundación, también eclesial.
. De toda clase de lamentaciones y anatemas sería merecedora la Iglesia, si su jerarquía, y las instituciones que la representan y la rigen, no actuaran y se comportaran con la convicción sagrada de que todos los miembros del colectivo que la forma no estuvieran lejos de ser considerados súbditos, subalternos y subordinados, y no como miembros responsables y activos del pueblo de Dios. La audacia –audacias- son siempre de por sí, y mayoritariamente, en la Iglesia,”santas”. Son los miedos, o los resentimientos, los elementos que las desacralizan, las desacreditan y hasta las incapacitan.