OTRA DE TALIBANES
Al término “talibán” en el caso concreto de este comentario, hay que añadirle alguna, o algunas hazas de piadosa y sensible comprensión por simples motivos de justicia y de caridad. “Talibán” –“perteneciente o relativo a cierta milicia musulmana”- entraña de modo palmario y sustantivamente, la idea de la degradación y del desprecio hacia la mujer, por mujer, con cuantas consecuencias ello comporta. La extensión del concepto a determinados comportamiento en la Iglesia no nos deja exentos de las dudas insidiosas de algunos que se creen obligados a reconocer que tal pudiera haber sido la voluntad del Señor al fundarla.
. Con tal perspectiva, convencimiento y firme propósito de hacer cuanto sea posible porque humana y divinamente no siga siendo así hasta el fin de los tiempos la no integración de la mujer en la Iglesia, en igualdad de condiciones al hombre, lamentamos que hasta el presente nos lo den ya por resuelto con fórmulas y procedimientos casi dogmáticos. Tan seguros están sus responsables en sus convicciones, que hasta llegan a considerar justo, necesario y procedente el recurso, cuando proceda, a las penas canónicas para descalificar y condenar a quienes no piensen de idéntica manera, aún con la previa advertencia de que su pretensión es única y exclusivamente contribuir a desvelar el misterio de la Iglesia, que parece exigir la no discriminación entre hombre y mujer, por el hecho de su condición sexual.
. En otras religiones, con referencia “talibánica “ a la musulmana, el trato que recibe la mujer es similar al de la Iglesia católica. Difiere únicamente en nuestro caso, en que la cultura, el entorno cívico-social, las leyes civiles y el simple compromiso y adhesión al estatuto de los Derechos del Humanos, lograron mitigar tal discriminación hasta desaparecer en algunas sociedades, organismos e instituciones.
. No obstante, en los mismos pueblos, y solo en relación con la Iglesia, el estatus que rige la presencia y actividad de la mujer es exactamente idéntico al de las culturas y religiones que por tantos capítulos juzgamos a la luz del progreso y de principios cabalmente religiosos, como antinaturales y ofensivos para el colectivo femenino. Una religión, con sus doctrinas y entidades que de alguna manera la representen y expresen, difícilmente pudiera ostentar tal titulación, por el hecho de su incapacidad para establecer y regir la relación entre los seres humanos y la trascendencia –divinidad-, en los mismos niveles de igualdad hombre- mujer.
. A la Iglesia católica, como institución, y en conformidad con exigencias sagradas, le compete en la actualidad y de modo concluyente, dar ejemplo de reconocimiento de los derechos de la mujer en igualdad con el hombre, y en devota y respetuosa consonancia con las ciencias antropológicas. La proyección de su ejemplaridad tendrá como obligados destinatarios otras instituciones de carácter civil, en las que todavía a la mujer no se les abrieron de par en par sus puertas, así como al resto de las religiones consideradas como paganas, en las que, sin esperanzas de redención, comparten situaciones idénticas.
. El compromiso que define, y definirá de por vida, a la Iglesia a favor de la imposición y reconocimiento de los derechos humanos, abarcará necesariamente todo cuanto se relaciona con la mujer. Entre los colectivos más necesitados de que estos derechos se hagan efectivos, precisamente estos demandan atención prioritaria. Una institución como la eclesiástica, en la que a la mujer por mujer se le sigan negando, y además nada menos que “en el nombre de Dios”, determinadas actividades y responsabilidades como personas y como colectivo, perderá su esencia y se convertirá en remedo de la misma. En ella, de alguna manera la sombra de los talibanes alargará sus nefastos efectos a recintos e instituciones, que son otros tantos signos de redención y de vida, con terminante desahucio para toda propuesta de discriminación y exclusión por razón del sexo.
. El hecho de que “de pueblo en pueblo y de aldea en aldea, hombres y mujeres acompañaron a Jesús sin apartarse de él” (Luc. 8,1), tiene encaje difícil en la talibánica concepción de la Iglesia en la actualidad, en la que resulta comprensible que hasta las mismas mujeres, a consecuencia de la catequesis restrictiva y amojonada en la que fueron y son educadas, sean las primeras en seguir sintiéndose cómodas, tal y como están y son consideradas por la jerarquía dentro de la Iglesia.
. Con tal perspectiva, convencimiento y firme propósito de hacer cuanto sea posible porque humana y divinamente no siga siendo así hasta el fin de los tiempos la no integración de la mujer en la Iglesia, en igualdad de condiciones al hombre, lamentamos que hasta el presente nos lo den ya por resuelto con fórmulas y procedimientos casi dogmáticos. Tan seguros están sus responsables en sus convicciones, que hasta llegan a considerar justo, necesario y procedente el recurso, cuando proceda, a las penas canónicas para descalificar y condenar a quienes no piensen de idéntica manera, aún con la previa advertencia de que su pretensión es única y exclusivamente contribuir a desvelar el misterio de la Iglesia, que parece exigir la no discriminación entre hombre y mujer, por el hecho de su condición sexual.
. En otras religiones, con referencia “talibánica “ a la musulmana, el trato que recibe la mujer es similar al de la Iglesia católica. Difiere únicamente en nuestro caso, en que la cultura, el entorno cívico-social, las leyes civiles y el simple compromiso y adhesión al estatuto de los Derechos del Humanos, lograron mitigar tal discriminación hasta desaparecer en algunas sociedades, organismos e instituciones.
. No obstante, en los mismos pueblos, y solo en relación con la Iglesia, el estatus que rige la presencia y actividad de la mujer es exactamente idéntico al de las culturas y religiones que por tantos capítulos juzgamos a la luz del progreso y de principios cabalmente religiosos, como antinaturales y ofensivos para el colectivo femenino. Una religión, con sus doctrinas y entidades que de alguna manera la representen y expresen, difícilmente pudiera ostentar tal titulación, por el hecho de su incapacidad para establecer y regir la relación entre los seres humanos y la trascendencia –divinidad-, en los mismos niveles de igualdad hombre- mujer.
. A la Iglesia católica, como institución, y en conformidad con exigencias sagradas, le compete en la actualidad y de modo concluyente, dar ejemplo de reconocimiento de los derechos de la mujer en igualdad con el hombre, y en devota y respetuosa consonancia con las ciencias antropológicas. La proyección de su ejemplaridad tendrá como obligados destinatarios otras instituciones de carácter civil, en las que todavía a la mujer no se les abrieron de par en par sus puertas, así como al resto de las religiones consideradas como paganas, en las que, sin esperanzas de redención, comparten situaciones idénticas.
. El compromiso que define, y definirá de por vida, a la Iglesia a favor de la imposición y reconocimiento de los derechos humanos, abarcará necesariamente todo cuanto se relaciona con la mujer. Entre los colectivos más necesitados de que estos derechos se hagan efectivos, precisamente estos demandan atención prioritaria. Una institución como la eclesiástica, en la que a la mujer por mujer se le sigan negando, y además nada menos que “en el nombre de Dios”, determinadas actividades y responsabilidades como personas y como colectivo, perderá su esencia y se convertirá en remedo de la misma. En ella, de alguna manera la sombra de los talibanes alargará sus nefastos efectos a recintos e instituciones, que son otros tantos signos de redención y de vida, con terminante desahucio para toda propuesta de discriminación y exclusión por razón del sexo.
. El hecho de que “de pueblo en pueblo y de aldea en aldea, hombres y mujeres acompañaron a Jesús sin apartarse de él” (Luc. 8,1), tiene encaje difícil en la talibánica concepción de la Iglesia en la actualidad, en la que resulta comprensible que hasta las mismas mujeres, a consecuencia de la catequesis restrictiva y amojonada en la que fueron y son educadas, sean las primeras en seguir sintiéndose cómodas, tal y como están y son consideradas por la jerarquía dentro de la Iglesia.