TIEMPOS DE MIEDOS Y RECELOS
Para algunos cristianos, el ritmo de marcha que la refundación- reforma precisa y demanda la Iglesia en la actualidad de parte del Papa Francisco, es lento. Lentísimo. Al paso que vamos, y con tan frecuentes y angustiosas evocaciones a la moderación y a la prudencia, el camino se recorre con excesiva parsimonia, hasta parecerles a muchos difícil su homologación con doctrinas y comportamientos, tal y como se encarnan en los santos evangelios.
Juzgadas, reconocidas y aceptadas así las cosas y los comportamientos, a otros, igualmente cristianos, les da la impresión de que vendavales desaforados procedentes no precisamente de la Sabiduría del Espíritu, devastan y arrasan la nave de Pedro, a punto de hacerla perecer, al intentar sortear cualquier arrecife.
Una y otra visión acerca de la Iglesia, y de la labor de su timonel actual, pueden ser aproximadamente acertadas, aún a sabiendas de que el orden de la sucesión, o acaecimiento, de las cosas –Iglesia y realidades históricas-, ni se encuentran ni habrán de encontrarse, de no producirse con presteza una aceleración aún mayor que la prevista y patroneada por el Papa Francisco, y a la que consagra su Pontificado.
Ni a la historia y, por tanto, a la Iglesia, les son posibles alargar las esperas, pese a que las dosis de esperanzas con las que se intentan suplir tantos años de desvanecimientos, desmayos, perezas, miedos, recelos y angustias. Una de las tentaciones que en más abultada medida le salen al paso a la Iglesia, sobre todo a los eclesiásticos, es la del pavor a perder lo logrado, sin tiempo ni sensibilidad para tomar conciencia si sus planes para conseguirlos y mantenerlos fueron evangélicos, y aún lícitos, y si por encima de todo, tal pavor resultaba negativo para sus propios intereses – materiales y espirituales- , y aún para la misma Iglesia de Cristo…Con palios sagrados se ocultan con atroz e hipócrita frecuencia logros, ganancias y ventajas irreligiosas o arreligiosas.
¡Por amor de Dios, Papa Francisco, apresúrese y actúe aún con urgencia mayor, en llevar a cabo la programación de la reforma- renovación de la Iglesia¡. En ella se invirtieron ya demasiadas esperanzas. Hay temas cuya aplazamiento carece de sentido, sin que por otra parte ello pueda contribuir a satisfacer pigricias y negligencias en las que, satisfecha y cómodamente, se instalaron, sobre todo, parte de los miembros la jerarquía, quienes consecuentemente resultaron ser los más perjudicados en esta vida y en la “otra”. Por citar un ejemplo, cuanto se relaciona con la mujer y el absurdo exilio de sus responsabilidades eclesiales, es antiactual, antinatural y anticristiano. ¡clama al cielo, con gritos de firmes propósitos de enmienda y de desagravios¡
¡Papa Francisco¡; haga desaparecer, o cambie, cuanto antes de colaboradores, aunque en algunos casos se vea obligado a adelantar sus jubilaciones “laborales” respectivas. Elija a otros, cuyos perfiles sean los propios y específicos de los servidores, y jamás de los pontificalmente episcopales, dedicados de por vida, y “por vocación” , a “monseñorear” palaciega y burocráticamente en la lid de sus carrerismos antañones. Deje de acudir a a los manantiales de movimientos “piadosos” concretos, y a Órdenes y Congregaciones Religiosas, definidas de por vida, y con comodidad espiritual, en estancias de conservadurismos tan persistentes.
La historia –esta historia- no es propicia a la espera. La historia, además de un “es” y un “fue”, es un “será” El progreso y la desinstalación son sus características. La humildad y la humanidad que encarna y significa la Iglesia, es su respuesta de salvación y de vida.
Por citar otro ejemplo, tal y como sigue siendo servida tal respuesta aún en los medios de comunicación mantenidos y financiados por la propia Conferencia Episcopal Española en las celebraciones litúrgicas, en los cánones, comportamientos de algunos de sus miembros y en la capacidad de respuesta religiosa, es y está incuestionablemente menguada, con raras posibilidades de maduración de sus frutos.
Juzgadas, reconocidas y aceptadas así las cosas y los comportamientos, a otros, igualmente cristianos, les da la impresión de que vendavales desaforados procedentes no precisamente de la Sabiduría del Espíritu, devastan y arrasan la nave de Pedro, a punto de hacerla perecer, al intentar sortear cualquier arrecife.
Una y otra visión acerca de la Iglesia, y de la labor de su timonel actual, pueden ser aproximadamente acertadas, aún a sabiendas de que el orden de la sucesión, o acaecimiento, de las cosas –Iglesia y realidades históricas-, ni se encuentran ni habrán de encontrarse, de no producirse con presteza una aceleración aún mayor que la prevista y patroneada por el Papa Francisco, y a la que consagra su Pontificado.
Ni a la historia y, por tanto, a la Iglesia, les son posibles alargar las esperas, pese a que las dosis de esperanzas con las que se intentan suplir tantos años de desvanecimientos, desmayos, perezas, miedos, recelos y angustias. Una de las tentaciones que en más abultada medida le salen al paso a la Iglesia, sobre todo a los eclesiásticos, es la del pavor a perder lo logrado, sin tiempo ni sensibilidad para tomar conciencia si sus planes para conseguirlos y mantenerlos fueron evangélicos, y aún lícitos, y si por encima de todo, tal pavor resultaba negativo para sus propios intereses – materiales y espirituales- , y aún para la misma Iglesia de Cristo…Con palios sagrados se ocultan con atroz e hipócrita frecuencia logros, ganancias y ventajas irreligiosas o arreligiosas.
¡Por amor de Dios, Papa Francisco, apresúrese y actúe aún con urgencia mayor, en llevar a cabo la programación de la reforma- renovación de la Iglesia¡. En ella se invirtieron ya demasiadas esperanzas. Hay temas cuya aplazamiento carece de sentido, sin que por otra parte ello pueda contribuir a satisfacer pigricias y negligencias en las que, satisfecha y cómodamente, se instalaron, sobre todo, parte de los miembros la jerarquía, quienes consecuentemente resultaron ser los más perjudicados en esta vida y en la “otra”. Por citar un ejemplo, cuanto se relaciona con la mujer y el absurdo exilio de sus responsabilidades eclesiales, es antiactual, antinatural y anticristiano. ¡clama al cielo, con gritos de firmes propósitos de enmienda y de desagravios¡
¡Papa Francisco¡; haga desaparecer, o cambie, cuanto antes de colaboradores, aunque en algunos casos se vea obligado a adelantar sus jubilaciones “laborales” respectivas. Elija a otros, cuyos perfiles sean los propios y específicos de los servidores, y jamás de los pontificalmente episcopales, dedicados de por vida, y “por vocación” , a “monseñorear” palaciega y burocráticamente en la lid de sus carrerismos antañones. Deje de acudir a a los manantiales de movimientos “piadosos” concretos, y a Órdenes y Congregaciones Religiosas, definidas de por vida, y con comodidad espiritual, en estancias de conservadurismos tan persistentes.
La historia –esta historia- no es propicia a la espera. La historia, además de un “es” y un “fue”, es un “será” El progreso y la desinstalación son sus características. La humildad y la humanidad que encarna y significa la Iglesia, es su respuesta de salvación y de vida.
Por citar otro ejemplo, tal y como sigue siendo servida tal respuesta aún en los medios de comunicación mantenidos y financiados por la propia Conferencia Episcopal Española en las celebraciones litúrgicas, en los cánones, comportamientos de algunos de sus miembros y en la capacidad de respuesta religiosa, es y está incuestionablemente menguada, con raras posibilidades de maduración de sus frutos.