“TRAGASANTOS”
El diagnóstico lo suscribe José Ortega y Gasset en su estudio “En torno a Galileo”, uno de cuyos capítulos está dedicado al hombre del siglo XV. El hecho de que el autor no sea teólogo de profesión, no tiene por qué robarle un ápice a la veracidad y oportunidad de su análisis, y a sus conclusiones. No ser ni ejercer por oficio de teólogo es posible que le confiera a su estudio, dosis más sustantivas de libertad y, por tanto, de acierto. Antes, y por encima de condición de teólogo, se halla la de individuo pensante y en sintonía con las realidades que definen la vida en su diversidad de problemas. Ortega y Gasset está internacionalmente reconocido como pensador, y de su autoridad dudan muy pocos.
El diagnóstico que le aporta a la Iglesia en el marco no solo del otoño de la Edad Media,
sino en su proyección ulterior, con inclusión de la actualidad, es de plena vigencia y cuya formulación la presenta en dos trancos o tramos..
. “La religión de todo el siglo XV se nos ha hecho devoción nada más. El seglar, el hombre que vive en el mundo, está asqueado, aburrido de frailes y eclesiásticos. Quiere tratar con Dios a su modo y como su modo es mundano, consistirá no más que en cierto ascetismo y pulcritud de conducta, en meditaciones muy sencillas de contenido…Es una religión sensiblera. Es en rigor cuando se inventa la beatería desconocida en la Edad Media. El seglar, aun en contra del circuito religioso, se subleva contra el clérigo, el teólogo y el sabio. Como deciden ser ignorantes, no necesitan de clérigos como intermediarios en su trato con Dios. Es el siglo de las lágrimas. Todo el mundo tiene los ojos blandos. El dogma no interesa. Se busca la lágrima y el estado emotivo, que es de este mundo… La religión es más una moral, que una fe…”
La descripción de la religiosidad es mayoritariamente real y todavía en activo, tanto popular como oficialmente. Ni el paso del tiempo, ni los documentos pontificios y episcopales, ni las prédicas y catequesis, ni los ejemplos de la vida de los santos han contribuido, ni contribuyen, decisivamente a “desclericalizar” la espiritualidad de los laicos, no siendo posible insertarla en sus vidas. La piedad, el culto, los rezos, las procesiones, las peregrinaciones, las canonizaciones, las solemnes manifestaciones y las reliquias reemplazaron y reemplazan la verdad religiosa, expatriando de ella cuanto no pudiera catalogarse como sensible y sentimental, “místico” y “tragasantos”, despojando de esta palabra rigurosamente académica toda malsonancia.
.
La idea la desarrolla y comenta Ortega y Gasset, aportando una de tantas formas y maneras, hasta indulgenciadas, de “vivir” y expresar la piedad religiosa, en sus grados más altos, con el testimonio de historiadores devotos de aquellos – y estos- tiempos. “Un aspirante a santo, al comer una manzana, habría de cortarla en cuatro partes, comiendo tres en el nombre de la Santísima Trinidad y la cuarta en conmovido recuerdo de cuando la Madre celestial dio de comer una manzana al tierno niñito Jesús. Y comía esta cuarte parte con piel porque los niños pequeños gustan comer las manzanas sin pelar. En los días siguientes a la Nochebuena, no comía el cuarto trozo, sino que lo ofrecía a María, para que esta se la diera después a su Hijo. Lo que bebía lo tomaba en cinco tragos, para conmemorar las cinco llagas del Señor; pero como del costado de Cristo había fluido sangre y agua, dividía en dos el quinto trago”.
Este cristianismo, medieval en multitud de versiones, todavía se pretende “practicar” con complacencia y agrado por una buena parte de la jerarquía. No pocos de sus miembros, con la colaboración decidida y fervorosa de Congregaciones y Órdenes religiosas, junto con Prelaturas eclesiales, lo mantienen, aceptan y fomentan, presentándolo además como el único y verdadero, aún valiéndose para ello de descalificaciones y condenas.
La ausencia de una profunda, seria y urgente reeducación en la fe, con el debido respeto a otras casi opciones y formas “religiosas”, resulta ser hoy motivo de escándalo para los cristianos, y no tan cristianos. Unos y otros necesitamos “desmedievalizarnos”, con el convencimiento de que fe y vida han de caminar de consuno, pues de otra manera la fe dejaría de serlo.
El diagnóstico que le aporta a la Iglesia en el marco no solo del otoño de la Edad Media,
sino en su proyección ulterior, con inclusión de la actualidad, es de plena vigencia y cuya formulación la presenta en dos trancos o tramos..
. “La religión de todo el siglo XV se nos ha hecho devoción nada más. El seglar, el hombre que vive en el mundo, está asqueado, aburrido de frailes y eclesiásticos. Quiere tratar con Dios a su modo y como su modo es mundano, consistirá no más que en cierto ascetismo y pulcritud de conducta, en meditaciones muy sencillas de contenido…Es una religión sensiblera. Es en rigor cuando se inventa la beatería desconocida en la Edad Media. El seglar, aun en contra del circuito religioso, se subleva contra el clérigo, el teólogo y el sabio. Como deciden ser ignorantes, no necesitan de clérigos como intermediarios en su trato con Dios. Es el siglo de las lágrimas. Todo el mundo tiene los ojos blandos. El dogma no interesa. Se busca la lágrima y el estado emotivo, que es de este mundo… La religión es más una moral, que una fe…”
La descripción de la religiosidad es mayoritariamente real y todavía en activo, tanto popular como oficialmente. Ni el paso del tiempo, ni los documentos pontificios y episcopales, ni las prédicas y catequesis, ni los ejemplos de la vida de los santos han contribuido, ni contribuyen, decisivamente a “desclericalizar” la espiritualidad de los laicos, no siendo posible insertarla en sus vidas. La piedad, el culto, los rezos, las procesiones, las peregrinaciones, las canonizaciones, las solemnes manifestaciones y las reliquias reemplazaron y reemplazan la verdad religiosa, expatriando de ella cuanto no pudiera catalogarse como sensible y sentimental, “místico” y “tragasantos”, despojando de esta palabra rigurosamente académica toda malsonancia.
.
La idea la desarrolla y comenta Ortega y Gasset, aportando una de tantas formas y maneras, hasta indulgenciadas, de “vivir” y expresar la piedad religiosa, en sus grados más altos, con el testimonio de historiadores devotos de aquellos – y estos- tiempos. “Un aspirante a santo, al comer una manzana, habría de cortarla en cuatro partes, comiendo tres en el nombre de la Santísima Trinidad y la cuarta en conmovido recuerdo de cuando la Madre celestial dio de comer una manzana al tierno niñito Jesús. Y comía esta cuarte parte con piel porque los niños pequeños gustan comer las manzanas sin pelar. En los días siguientes a la Nochebuena, no comía el cuarto trozo, sino que lo ofrecía a María, para que esta se la diera después a su Hijo. Lo que bebía lo tomaba en cinco tragos, para conmemorar las cinco llagas del Señor; pero como del costado de Cristo había fluido sangre y agua, dividía en dos el quinto trago”.
Este cristianismo, medieval en multitud de versiones, todavía se pretende “practicar” con complacencia y agrado por una buena parte de la jerarquía. No pocos de sus miembros, con la colaboración decidida y fervorosa de Congregaciones y Órdenes religiosas, junto con Prelaturas eclesiales, lo mantienen, aceptan y fomentan, presentándolo además como el único y verdadero, aún valiéndose para ello de descalificaciones y condenas.
La ausencia de una profunda, seria y urgente reeducación en la fe, con el debido respeto a otras casi opciones y formas “religiosas”, resulta ser hoy motivo de escándalo para los cristianos, y no tan cristianos. Unos y otros necesitamos “desmedievalizarnos”, con el convencimiento de que fe y vida han de caminar de consuno, pues de otra manera la fe dejaría de serlo.