OTRAS VÍCTIMAS Y OTROS SÍMBOLOS I
“Víctimas” y “símbolos” son dos palabras/ ejes en los noticiarios actuales relacionados con la Iglesia, merecedoras las dos de que se les preste la debida atención, con el fin de que su definición y sentido contribuyan a esclarecer cuanto es y significa la misión salvadora de tan sacrosanta institución.
“VÍCTIMA” –“persona o animal destinado al sacrificio”-, es de por sí un término académicamente sagrado. Su significado auténtico y veraz lo completan y determinan, entre otros, vocablos tales como “cordero, alianza, altar, culto, eucaristía, comida, redención, sangre, sacerdocio y sacrificio”.
Precisamente por eso, cuando en los informativos de carácter eclesiástico, o civil, se hacen hoy, con tan dramática frecuencia, referencias a “víctimas” por gestionar ser recibidas por el papa , el Ministerio de Justicia o por los organismos supremos y efectivos para reivindicar sus sacrosantos derechos como personas o como cristianos,, pisoteados y humillados por representantes oficiales de la Iglesia, el escándalo está servido ante propios y extraños.
Pero sería poco o nada sensato aplicar el término “víctima” en exclusiva a sus relaciones con la sexualidad, o sexualerías, en las versiones de la pedofilia y asimilados. La “victimación” de personas –chicos y mayores- dentro de la Iglesia, y aún “en el nombre de Dios”, se expandió y se expande a ámbitos y esferas no solo sexuales.
Teólogos, filósofos, intelectuales, pensadores, periodistas, escritores y otras personas con formación tan suficiente, o mayor, con o sin títulos universitarios, que la que pudieran exhibir otros oficialmente calificados por le jerarquía, fueron y son víctimas cuyos derechos, fama y hasta emolumentos, sufrieron daños irreparables, por no coincidir con los criterios “oficiales” del clero, con extensión a la doctrina y a las pautas de comportamientos ético-morales. El clericalismo, con la variedad de sus planos y estamentos jerárquicos, de por sí, o por delegación, imperó e impera todavía en la Iglesia con todas sus nefastas consecuencias y en franca oposición con el sentir y la “vida y milagros” de la mayoría del pueblo de Dios.
Solo el hecho de que el término “clericalismo”, que significa “influencia excesiva del clero en los asuntos políticos”, sea y esté bendecido por la Iglesia, y el del “anticlericalismo”, esté proscrito y condenado, es claro exponente de que también a sus víctimas les asiste el derecho de demandar resarcimiento y compensación por tan graves daños y perjuicios materiales y morales sufridos en su propia carne.
“VÍCTIMA” –“persona o animal destinado al sacrificio”-, es de por sí un término académicamente sagrado. Su significado auténtico y veraz lo completan y determinan, entre otros, vocablos tales como “cordero, alianza, altar, culto, eucaristía, comida, redención, sangre, sacerdocio y sacrificio”.
Precisamente por eso, cuando en los informativos de carácter eclesiástico, o civil, se hacen hoy, con tan dramática frecuencia, referencias a “víctimas” por gestionar ser recibidas por el papa , el Ministerio de Justicia o por los organismos supremos y efectivos para reivindicar sus sacrosantos derechos como personas o como cristianos,, pisoteados y humillados por representantes oficiales de la Iglesia, el escándalo está servido ante propios y extraños.
Pero sería poco o nada sensato aplicar el término “víctima” en exclusiva a sus relaciones con la sexualidad, o sexualerías, en las versiones de la pedofilia y asimilados. La “victimación” de personas –chicos y mayores- dentro de la Iglesia, y aún “en el nombre de Dios”, se expandió y se expande a ámbitos y esferas no solo sexuales.
Teólogos, filósofos, intelectuales, pensadores, periodistas, escritores y otras personas con formación tan suficiente, o mayor, con o sin títulos universitarios, que la que pudieran exhibir otros oficialmente calificados por le jerarquía, fueron y son víctimas cuyos derechos, fama y hasta emolumentos, sufrieron daños irreparables, por no coincidir con los criterios “oficiales” del clero, con extensión a la doctrina y a las pautas de comportamientos ético-morales. El clericalismo, con la variedad de sus planos y estamentos jerárquicos, de por sí, o por delegación, imperó e impera todavía en la Iglesia con todas sus nefastas consecuencias y en franca oposición con el sentir y la “vida y milagros” de la mayoría del pueblo de Dios.
Solo el hecho de que el término “clericalismo”, que significa “influencia excesiva del clero en los asuntos políticos”, sea y esté bendecido por la Iglesia, y el del “anticlericalismo”, esté proscrito y condenado, es claro exponente de que también a sus víctimas les asiste el derecho de demandar resarcimiento y compensación por tan graves daños y perjuicios materiales y morales sufridos en su propia carne.