En ayuda de la Iglesia Diocesana
En vísperas del domingo especialmente dedicado a participar y ayudar a la Iglesia en sus “necesidades” diocesanas, con mención relevante para las económicas, me decido a narrar esta anécdota:
Aprovechando en años anteriores la homilía de la misa para su justificación y adoctrinamiento, una mujer –“¡tenía que ser una mujer¡”¡, según maliciarán algunos lectores-, se levantó de su asiento y me interrumpió, manifestando en público que si parte del donativo-ofrenda iba a ser dedicado al mantenimiento del palacio episcopal entonces recién acondicionado para el cardenal-arzobispo ya jubilado, no le parecía procedentes ni la institucionalización ni el destino de la “limosna” solicitada , con falaces y discutibles citas bíblicas, eclesiológicas y aún pontificias…
Por supuesto que la Iglesia precisa “ofrendas” para la subsistencia y mantenimiento de su “culto y de su clero”. Por supuesto también que, entre unas cosas y otras, sus fieles cristianos no suelen ser generosos a la hora de practicar una “obligación- devoción” genuinamente sagrada…
Con eso de que la Iglesia es, y aparenta ser, discordantemente rica, con la experiencia estatal o para estatal, que se tiene de tiempos pasados, y presentes, referente a tiempos del Nacional-Catolicismo –concordato y pactos todavía vigentes, y con la barata consideración anticlerical de que obispos, cardenales, canónigos y curas han de trabajar también en actividades no estrictamente cultuales, el hecho es que la justificación de una colecta “por las necesidades económicas de la Iglesia diocesana”, resulta tarea difícil y más que enojosa.
El problema acrecienta su gravedad si se tiene en cuenta que el clericalismo ha sido, y sigue siendo, de tal dimensión y cordura, que el pueblo-pueblo, fiel y contribuyente, estuvo y está totalmente al margen de cuanto se guisa en las sacristías, respecto al dinero… Su sacralización es tal, que en la cuestación, administración, control, aplicación y destino del mismo, laicos y laicas no tuvieron parte alguna. El dinero, sagrado “por la gracia de Dios”, en monedas o en bienes “inmatriculados” o no, son de la Iglesia, es decir, del señor cura y de los señores obispos, por lo que la duda sobre su administración automáticamente es herejía y grave pecado.
Urge reconocer que los tiempos van cambiando y, a veces, laicos y laicas, comparten ya con la jerarquía la responsabilidad de esta tarea –ministerio. Pero conste que son todavía muchos los esfuerzos que hay que efectuar, y que el acceso a estas “nuevos” `planteamiento da la impresión de ser concesión gratuita y misericordiosa, pero no exigencia de la fe y de la comunión eclesial.
Es de sentido común suponer que laicos y laicas, por experiencia familiar, empresarial, estudios y vivencias sociales, estén más y mejor capacitados que los curas y obispos para erigirse en administradores de los bienes también eclesiásticos. El historial de las inversiones económicas en sus más altas esferas diocesanas ni ha sido ni es nada ejemplar en multitud de ocasiones, sino todo lo contrario. Es un triste y escandaloso hecho, con documentadas referencias y variedad de versiones en no pocas diócesis de España, sin dejar de mentar al mismísimo Vaticano, tal y como refieren los salvadores medios de comunicación social, sin exclusión, a veces, de los propios y oficiales.
En todo el proceso de la economía de los bienes eclesiásticos, la catequesis es imprescindible y urgente, tanto para sus responsables jerárquicos como para los cristiano de a pie y de buena voluntad. La participación –comunión- es absolutamente necesaria en la Iglesia. Se comulga, se hace, se vive y se testimonia la Iglesia, también con los euros. La administración de sus bienes es comunión eucarística, al servicio de quienes son los más pobres y necesitados. “Jugar” con el dinero de la Iglesia es profanar la Eucaristía. Es desacralizar su misión.
Papas, obispos y párrocos contarán siempre con el pueblo, en la administración de los bienes eclesiásticos, propiedad más de ellos, por pobres, que de sus jerarcas, por muy “canónicos” que sean los principios que rijan el sistema… De provecho sustantivamente religioso puede y debe revelarse el aserto de que, para determinadas actividades pastorales, el cura por cura tiene y dispone de “gracia de estado”. Pero para otras, con inclusión predilecta para las económicas, lo que tiene, es y se llama “desgracia de estado”.