El óbolo de san Pedro
Pese a que, entre otras lindezas piadosas estratosféricas, se les hayan prestado alas de arcángeles a la noticia de que la Corporación Municipal del pueblo de la comarca del Baix Llobregat, San Vicenc dels Horts, lugar de nacencia del político de RC,, Oriol Junqueras, acaba de decidir la declaración de “Alcaldesa honorífica” a su Patrona la Virgen de la Soledad, las relaciones Iglesia-Estado en España ni son ni serán “buenas ni ejemplares” como hasta el presente.
En mi comentario de hoy me ciño a efectuar algunas referencias a las económicas. Con pactos, y aún con Concordato, tales relaciones están necesitadas de una revisión profunda y urgente. Así lo reclaman la teología, la política, la pastoral y tantas voces como en un sentido u otro, y de una y otra parte, se pronuncian, cada día con mayor acento y aún con imprudencia, despecho o indignación…A los medios y procedimientos con que cuenta la Iglesia para su financiación -culto y clero-, le quedan pocas “Vísperas y Completas” y muy reducidos repiques campaneros festivos, aunque algunos alienten la falaz esperanza de que la advocación de la Virgen elegida “Alcaldesa Honorífica” democráticamente, pudiera ser parte de la solución.
¿Cómo se podrá mantener la Iglesia sin la ayuda “oficial” con que cuenta en la actualidad? ¿Cómo podría así seguir siendo Iglesia la Iglesia? ¿Lo sería más o lo sería menos? Estas y otras preguntas precisan respuestas y soluciones concretas, con consideración y respeto a los fines que justifican y encarnan las instituciones al servicio del pueblo y en fiel conformidad con las leyes democráticamente aprobadas. Antes que cristianos y religiosos, hombres y mujeres –mujeres y hombres- son ciudadanos. Ser y actuar como tales, es su principal ministerio y oficio.
La formación- educación, tanto cívica como religiosa, es punto de eferencia y arranque, personal y colectivamente, en el planteamiento primario del problema. Sin información-formación, no hay entendimiento posible. Las soluciones coyunturales que se presten, al dictado de circunstancias e intereses concretos, carecen de seriedad e imposibilitan toda convivencia. Así lo refleja la historia, con frecuentes noticias, reproches y acusaciones…
Las “cruces” en las “Declaraciones de Hacienda”, ni han sido, ni parecen ser soluciones justas para solventar o reducir las deudas que manifiestan padecer los obispos en sus respectivas diócesis. Tampoco lo han sido ni lo son las inmatriculaciones que, a modo de “santos” y salvíficos vendavales llovieron del cielo “por la gracia de Dios”, sometidas todas y cada una de ellas algún día, a los correspondientes procesos y pleitos judiciales, con resultados más que previsiblemente dudosos.
Parte de la solución a la gravedad de la economía de la Iglesia residiría en la mejor administración y rentabilidad de versiones e inversiones. Por pura lógica, obviar y dar por supuesto, que tales inversiones habrán de resistir los exámenes más rigurosos de legitimidad ético-moral, y no hacerse presentes, y hasta inspirar, negocios en los que la inmoralidad campeara por su cuenta y riesgo, con escándalos para muchos...
A los sacerdotes, y en mayor proporción a los obispos, ni su vocación ni sus estudios, por el hecho de su clericalidad, les blindan como “ministros de Dios” para rentabilizar y acrecentar los bienes adscritos a la Iglesia –pueblo de Dios- que presiden y administran. El óbolo –moneda griega de escaso valor- y menos si se apellida “de san Pedro”, no podrá dar más de sí, si se pretende que siga siendo la moneda de curso legal dentro de la religiosidad de la Iglesia, y no el dólar o el euro….
Parte también, aunque módica, de este óbolo, podrían constituirla las aportaciones de sacerdotes y obispos mediante el trabajo laboral o profesional extra- eclesiástico al que se consagren… Noticia representativa y feliz ha sido la reciente adscripción al profesorado de una Universidad privada de Madrid, de su cardenal-arzobispo al frente de la cátedra de la Familia, de una de sus Facultades. Además de la dedicación a “lo religioso –ritual y sacramentario- , curas y obispos podrían –deberían- dedicar su atención y su tiempo a actividades profesionales o laborales “civiles”, con lo que estas y ellos, -y la Iglesia-, resultarían ser los primeros beneficiarios…