Carta de Ivone Gebara
Este artículo duro de Ivone nos asoma a una realidad eclesial distinta de la nuestra. No conozco el mundo brasileño, ni si sus quejas son fundadas, pero nos somete a todos a una batería de preguntas, que creo debemos meditar para no caer en los errores que ella critica y a los que todos estamos expuestos.
“Me espanta la facilidad con la que algunos clérigos y obispos afirman poder distinguir con claridad las fuerzas generadoras de vida y las generadoras de muerte. Reflexionan como si estuvieran en un campo de certezas. No perciben que la propia utilización de esas dos palabras, sobre todo en sus discursos acalorados sobre la importancia de elegir la vida, conduce casi necesariamente a defender trampas mortales y provocar formas sutiles de violencia. ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Es posible que la muerte se sustente fuera de la vida, y la vida fuera de la muerte? ¿No somos vida y muerte, al mismo tiempo? ¿No somos siempre aprendices, marchando inestablemente, dando un paso después del otro, en las decisiones diarias que intentamos tomar?
Hace algún tiempo que la Iglesia Católica en Brasil está desarrollando una línea equivocada de defensa de la vida. Cuando hablan de esa defensa, reducen el término vida a la vida del feto humano y, una vez segura, se olvidan de todos los demás aspectos y personajes reales de la compleja trama de la vida. Me pregunto de nuevo por qué insisten en ese error y en ese límite lógico, condenado en muchos sentidos por muchos filósofos y teólogos de la Tradición Cristiana. Se alejan hasta de las últimas reflexiones de Benito XVI que, con justicia, reflexiona sobre la complejidad de la vida en el universo, incluida la vida humana.
Me espanta constatar, una vez más, la poca formación filosófica y teológica por parte del episcopado y de muchos clérigos, que se alzan para defender la vida, pero tiran piedras contra las personas que consideran “mal-amadas” solo porque defienden un ideario diferente del suyo. ¿Por qué “mal-amada” o “mal-amado” ha de ser una forma de menospreciar o disminuir a las personas? ¿Qué quieren decir realmente con eso?
¿No estamos todos nosotros necesitados de amor? ¿No es el amor la misión cristiana? ¿No es para los descuidados, olvidados y “mal-amados” para los que el cristianismo dice mantener su misión a ejemplo de Jesús? Es desconcertante percibir que usan expresiones de ese tipo e instrumentalizan el mensaje cristiano, para afirmar posiciones discordantes, como lo hace Benedito Simâo, obispo de Assis y Presidente de la Comisión para la vida del Regional Sur I de la CNBB. En una entrevista al Grupo Estado de Sâo Paulo, la semana pasada, con ocasión de la elección de la Profesora y Doctora Eleonora Menicucci, como ministra Secretaria de Políticas para las Mujeres, el citado obispo calificó a la nueva ministra como de “mal-amada” y, con ello le faltó al respeto e incitó a la falta de respeto y de diálogo en relación a la responsabilidad pública de abordar los serios problemas sociales ¿Sería el obispo, entonces, un privilegiado “bien amado”? ¿En virtud de qué criterios?
La falta de respeto a las historias y elecciones personales, a los sufrimientos y razones de muchas mujeres, se vuelve moneda corriente en muchas iglesias cristianas que se arman para una llamada “guerra santa”, sin preocuparse de aproximarse a las personas envueltas en situaciones de desesperación. Usan su autoridad sobre el pueblo para gritar palabras de orden y, en nombre de su dios, confundir las mentes y los corazones.
Se pierde el civismo. Se pierde el deseo de consagrarse a la sabiduría y al buen sentido. Se pierde una escuchade los acontecimientos y un acercamiento respetuoso a los sufrimientos ajenos. Se responde a partir de PRINCIPIOS y de una pretendida autoridad. Pero ¿qué son los principios fuera de la vida cotidiana de las personas de carne y hueso? ¿Cuál es el techo de los principios? ¿Quién los establece? ¿Dónde viven? ¿Cómo se conjugan las diferentes situaciones de la vida? La invitación a reflexionar se hace absolutamente necesaria, cuando las tinieblas de la ignorancia oscurecen las mentes y los corazones.
En este momento crítico de incredulidad respecto a muchos valores humanos, las actitudes “policialescas” de uno o más obispos, de clérigos y pastores, así como de algunos fieles, nos aterran. La ignorancia de las propias fuentes del Evangelio y la instrumentalización de la fe de los más sencillos nos espantan. La democracia real está en peligro. La libertad está amenazada por el oscurantismo religioso.
De nada sirven palabras como diálogo, escucha, conversión, solidaridad, respeto a la vida, cuando en la práctica es la violencia y la defensa de ideas preconcebidas, las que parecen guiar algunos comportamientos religiosos públicos. Seguimos olvidando que no se debe tomar el nombre de Dios en vano. No solo su nombre, pues esto ya lo hacen. Tomar a Dios en vano es tomar a las criaturas en vano, discriminándolas, faltándoles al respecto y juzgándolas de antemano. Todas/os tenemos pajas atravesadas en nuestros ojos, y yo, la primera. Por eso, cada persona o grupo apenas consigue ver algo de realidad, que es siempre mayor que nosotras. Entre tanto, si queremos ver un poco más, se nos invita a acercarnos desarmados a los otros. Se nos desafía a escuchar, mirar, sentir, acoger, preguntar, conversar como si el cuerpo del otro o de la otra pudiese ser mi propio cuerpo, como si los ojos y oídos de los otros pudiesen completar mi visión y mi escucha. Y más, como si los sufrimientos ajenos pudiesen ser en realidad mis propios sufrimientos, y sus historias de vida, mis maestras. Solo así podremos tener un poco de autoridad digna. Solo así nuestras bellas palabras no estarán huecas. Y, tal vez, en esa renovada apertura a cada día, podremos creer en la necesidad vital de cargar unos los fardos de los otros y esperar que la fraternidad y la sororidad, sean posibles en nuestras relaciones”.
Febrero, 2012
Traducción: María José Ferrer Echávarri
Fuente: Adital
http://www.adital.com.br/site/noticia.asp?lang=PT&cod=64343
“Me espanta la facilidad con la que algunos clérigos y obispos afirman poder distinguir con claridad las fuerzas generadoras de vida y las generadoras de muerte. Reflexionan como si estuvieran en un campo de certezas. No perciben que la propia utilización de esas dos palabras, sobre todo en sus discursos acalorados sobre la importancia de elegir la vida, conduce casi necesariamente a defender trampas mortales y provocar formas sutiles de violencia. ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Es posible que la muerte se sustente fuera de la vida, y la vida fuera de la muerte? ¿No somos vida y muerte, al mismo tiempo? ¿No somos siempre aprendices, marchando inestablemente, dando un paso después del otro, en las decisiones diarias que intentamos tomar?
Hace algún tiempo que la Iglesia Católica en Brasil está desarrollando una línea equivocada de defensa de la vida. Cuando hablan de esa defensa, reducen el término vida a la vida del feto humano y, una vez segura, se olvidan de todos los demás aspectos y personajes reales de la compleja trama de la vida. Me pregunto de nuevo por qué insisten en ese error y en ese límite lógico, condenado en muchos sentidos por muchos filósofos y teólogos de la Tradición Cristiana. Se alejan hasta de las últimas reflexiones de Benito XVI que, con justicia, reflexiona sobre la complejidad de la vida en el universo, incluida la vida humana.
Me espanta constatar, una vez más, la poca formación filosófica y teológica por parte del episcopado y de muchos clérigos, que se alzan para defender la vida, pero tiran piedras contra las personas que consideran “mal-amadas” solo porque defienden un ideario diferente del suyo. ¿Por qué “mal-amada” o “mal-amado” ha de ser una forma de menospreciar o disminuir a las personas? ¿Qué quieren decir realmente con eso?
¿No estamos todos nosotros necesitados de amor? ¿No es el amor la misión cristiana? ¿No es para los descuidados, olvidados y “mal-amados” para los que el cristianismo dice mantener su misión a ejemplo de Jesús? Es desconcertante percibir que usan expresiones de ese tipo e instrumentalizan el mensaje cristiano, para afirmar posiciones discordantes, como lo hace Benedito Simâo, obispo de Assis y Presidente de la Comisión para la vida del Regional Sur I de la CNBB. En una entrevista al Grupo Estado de Sâo Paulo, la semana pasada, con ocasión de la elección de la Profesora y Doctora Eleonora Menicucci, como ministra Secretaria de Políticas para las Mujeres, el citado obispo calificó a la nueva ministra como de “mal-amada” y, con ello le faltó al respeto e incitó a la falta de respeto y de diálogo en relación a la responsabilidad pública de abordar los serios problemas sociales ¿Sería el obispo, entonces, un privilegiado “bien amado”? ¿En virtud de qué criterios?
La falta de respeto a las historias y elecciones personales, a los sufrimientos y razones de muchas mujeres, se vuelve moneda corriente en muchas iglesias cristianas que se arman para una llamada “guerra santa”, sin preocuparse de aproximarse a las personas envueltas en situaciones de desesperación. Usan su autoridad sobre el pueblo para gritar palabras de orden y, en nombre de su dios, confundir las mentes y los corazones.
Se pierde el civismo. Se pierde el deseo de consagrarse a la sabiduría y al buen sentido. Se pierde una escuchade los acontecimientos y un acercamiento respetuoso a los sufrimientos ajenos. Se responde a partir de PRINCIPIOS y de una pretendida autoridad. Pero ¿qué son los principios fuera de la vida cotidiana de las personas de carne y hueso? ¿Cuál es el techo de los principios? ¿Quién los establece? ¿Dónde viven? ¿Cómo se conjugan las diferentes situaciones de la vida? La invitación a reflexionar se hace absolutamente necesaria, cuando las tinieblas de la ignorancia oscurecen las mentes y los corazones.
En este momento crítico de incredulidad respecto a muchos valores humanos, las actitudes “policialescas” de uno o más obispos, de clérigos y pastores, así como de algunos fieles, nos aterran. La ignorancia de las propias fuentes del Evangelio y la instrumentalización de la fe de los más sencillos nos espantan. La democracia real está en peligro. La libertad está amenazada por el oscurantismo religioso.
De nada sirven palabras como diálogo, escucha, conversión, solidaridad, respeto a la vida, cuando en la práctica es la violencia y la defensa de ideas preconcebidas, las que parecen guiar algunos comportamientos religiosos públicos. Seguimos olvidando que no se debe tomar el nombre de Dios en vano. No solo su nombre, pues esto ya lo hacen. Tomar a Dios en vano es tomar a las criaturas en vano, discriminándolas, faltándoles al respecto y juzgándolas de antemano. Todas/os tenemos pajas atravesadas en nuestros ojos, y yo, la primera. Por eso, cada persona o grupo apenas consigue ver algo de realidad, que es siempre mayor que nosotras. Entre tanto, si queremos ver un poco más, se nos invita a acercarnos desarmados a los otros. Se nos desafía a escuchar, mirar, sentir, acoger, preguntar, conversar como si el cuerpo del otro o de la otra pudiese ser mi propio cuerpo, como si los ojos y oídos de los otros pudiesen completar mi visión y mi escucha. Y más, como si los sufrimientos ajenos pudiesen ser en realidad mis propios sufrimientos, y sus historias de vida, mis maestras. Solo así podremos tener un poco de autoridad digna. Solo así nuestras bellas palabras no estarán huecas. Y, tal vez, en esa renovada apertura a cada día, podremos creer en la necesidad vital de cargar unos los fardos de los otros y esperar que la fraternidad y la sororidad, sean posibles en nuestras relaciones”.
Febrero, 2012
Traducción: María José Ferrer Echávarri
Fuente: Adital
http://www.adital.com.br/site/noticia.asp?lang=PT&cod=64343